EL ÚLTIMO CIRQUERO

Papelito: “Dios me eligió para alegrar a la gente”

Antes de abrir su propio circo, Carlos Alberto Brighenti pasó por importantes compañías teatrales. Durante cuatro décadas recorrió una amplia región con su carpa, llevando alegría a niños y grandes. Hoy continúa trabajando como humorista.

Carlos Alberto Brighenti tenía apenas doce años cuando se fue de su pueblo natal siguiendo la compañía de radioteatro de Humberto Lopardo Pichirica. El grupo pasó por Norberto de la Riestra, en el partido de 25 de Mayo, y él se integró luego de escuchar un aviso en el que pedían un niño para la obra que iban a hacer.
Ese fue el primer paso de una carrera que lo llevó por el ambiente artístico, en general, y el mundo circense, en particular, siendo el creador del Circo Papelito, una de las últimas carpas tradicionales que recorrieron incansablemente y durante décadas las localidades de una amplia región.

“Lo mío siempre fue humilde, hice todo de la nada y vivía al día”.

Sus inicios
Los antecedentes artísticos de Brighenti se pueden rastrear en su abuelo, profesor de música, y en una tía que se había casado con un cirquero. Pero no más que eso.
Cuando se fue de su pueblo estuvo cuatro años con Pichirica, viviendo en la casa del director de la compañía, durmiendo en un sótano en donde guardaba sus obras. Con él hizo varias giras. Luego se sumó a la compañía de Horacio Aranda.
“Ya estando en el ambiente, con 16 o 17 años me fui metiendo en otras compañías y, además, empecé a cantar en las cantinas de la Boca: El Pescadito, La Cueva de Zingarella y otras”, comenta.
Hasta que su tía lo fue a buscar para que ingrese a su circo, porque se había enfermado su esposo. Empezó a actuar, a cantar y hacer de segundo del payaso Capicúa, que era el que estaba en esa carpa. Y así nació su vínculo con el circo.

“El amor de la gente es lo más lindo y eso hoy todavía lo siento”.

Papelito
Carlos también tuvo un pequeño parque de diversiones con el que anduvo girando por los pueblos, hasta que llegó a Junín, en 1975. Aquí instaló su parque mientras que, por las noches, hacía algunos bolos en el Circo Patagonia.
Y fue en ese contexto en el que se le ocurrió abrir su propio circo. En un comercio consiguió 111 metros de tela de arpillera, que en ese entonces no podía pagar, pero dejó como garantía su guitarra valenciana. Luego él mismo la cortó y su vecina, doña Juanita, que era modista, le prestaba la máquina de coser cuando ella terminaba su trabajo, después de las 10 de la noche. Además, con los chicos del barrio iba a un monte que estaba en Avenida Circunvalación a cortar palos de acacia para hacer los parantes.
Finalmente, debutó el 12 de junio de 1975. Para eso, Patagonia le prestó 30 sillas. Su nombre artístico y el del circo eran el mismo: Papelito. “Ahí tocaba la guitarra, hacía de mago, de faquir, todo”, cuenta. Y también hacía la publicidad girando por la ciudad en su vieja bicicleta.
“Lo mío siempre fue humilde, hice todo de la nada y vivía al día –recuerda– el circo se llenaba, cobrábamos barato para que vaya la gente, y los que iban con su silla pagaban menos.”.
Estuvo más de un año llevando su circo por toda la ciudad y después salió de gira por los pueblos de la región.
Cuando empezaba el invierno el frío hacía imposible seguir con la carpa. Entonces Papelito hacía radioteatros en las radios de las ciudades
De a poco fue ingresando más gente, inclusive miembros de su familia, que hacían algún número. De hecho, fue siempre un circo criollo y familiar.
Así se ganó un lugar único. “Cuarenta años estuve girando con el circo”, afirma. Por eso es una referencia ineludible en la región, pero también en toda la provincia, Santa Fe y La Pampa, entre otros tantos lugares.

Su arte
Papelito “era un cómico medio gauchesco”, de acuerdo a su propia definición. Es que fue un personaje que se moldeó con lo aprendido en aquellos años con Pichirica, que hacía una suerte de “gauchito cómico”.
Pero su arte va más allá del payaso: “Yo soy cómico. Puedo hacer de payaso como no. Ahora actúo y cuando me contratan voy al show solo con mi sombrerito”.
Según dice, en la actualidad “está difícil hacer humor” y es necesario “tener cuidado” porque “hay cosas que no se pueden tratar, como antes”.

“Dios me eligió para alegrar a la gente. Mientras me dé vida, lo seguiré haciendo. Hoy sigo sintiendo el cariño de muchas personas por lo que fui y por lo que soy”.

Balance
Después de cuatro décadas, se desprendió de su circo y lo cambió por un auto. “No lo quería vender, pero mis hijos no quisieron seguir, así que lo dejé”, afirma. Es que “se había puesto medio difícil” y le resultaba muy costoso mantenerlo y trasladarlo.
“La verdad que extraño el circo, aunque no me quita el sueño porque sigo actuando y haciendo algunos shows”, asegura.
Todos sus años en la ruta con su carpa a cuestas le dejaron el amor incondicional de mucha gente. “Es lo más lindo y eso hoy todavía lo siento –explica–, personas que me quieren, me miman, me aprecian, y eso no tiene precio. Cuántos son los que me dicen que vuelva con el circo”.
Según dice, aún cuando los tiempos cambiaron y la tecnología se impuso, “lo real, lo cercano, que un chico se divierta con un payaso, con un espectáculo en vivo o un número de magia, no se va a perder nunca”.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “Dios te pone en la vida para algo y a mí me eligió para alegrar a la gente. Mientras me dé vida, lo seguiré haciendo. Hoy sigo sintiendo el cariño de muchas personas por lo que fui y por lo que soy”.

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