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El trabajo de huerta, parte de las actividades en la Comunidad San Ignacio.
HISTORIAS DE VIDA

Recuperarse de las adicciones, la lucha diaria para aprender a vivir lejos del consumo

Fuerza de voluntad, apoyo mutuo, acompañamiento de la familia, confianza, y el trabajo de los profesionales en la Comunidad San Ignacio, son algunos de los factores claves que mueven el círculo de la recuperación para alejarse de las drogas.

Elegir el camino de la recuperación, para un adicto, es una decisión que requiere de mucho coraje y especialmente de un gran acompañamiento y sostén emocional. Incluso, puede decirse que es una decisión que se toma cada día. Muchos se arriesgan a decir, que a cada hora.
Las de Ángel, Emilio, Guillermo y Nahuel, son solo algunas de las 30 historias de vida que si bien ahora transcurren en la Comunidad Terapéutica San Ignacio de Loyola, de nuestra ciudad, única en la Región, traen consigo una pesada mochila que buscan alivianar para volver a empezar.
El tratamiento se divide en etapas y según los avances, a los pacientes se les permiten salidas. Dependiendo de cada uno, se van sumando obligaciones y responsabilidades dentro de la comunidad, así como salidas laborales, entre las cuales se cuenta un programa de parquización que llevan adelante los pacientes.
Ricardo Oliva es el director de la Comunidad y destaca el esfuerzo y la tenacidad de cada paciente por salir adelante.
Fuerza de voluntad, apoyo mutuo, acompañamiento de la familia, confianza y el trabajo de los profesionales, son algunos de los factores claves que mueven el círculo de la recuperación y los mantienen en la lucha diaria de dejar atrás el consumo de drogas.  

“Nunca supe vivir sin consumir”
Con 32 años, Ángel vivió 19 en el consumo de drogas y actualmente ingresó a la clínica hace 9 meses, cuando llegó a Junín desde Pergamino, buscando recuperarse de su adicción.
“Me costó, pasé por cosas muy feas y llegué acá en las últimas”, comienza su relato mientras se encuentra en la etapa de reinserción social.
“Se me habían ido las cosas de las manos. Había perdido a mi familia, trabajo, no estaba con mis hijos”, relata.
La misma adicción, en la que vivió desde su preadolescencia lo convirtió en una persona en la que hoy no se reconoce: “No tenía sentimientos, mis hijos me llamaban 'papi, vení, te extraño' y les decía que sí, pero me iba para otro lado. Aparecía a la semana, al mes. Estaba todo el tiempo en la calle”, cuenta.
“Es que lo que uno hace en el consumo, piensa que está todo bien. Y sin darte cuenta te vas deteriorando y arruinando. Y a los tuyos. Pero no tenía noción, ni sentimientos”, asegura Ángel que tiene salidas  de cuatro jornadas cada 18 días, y el 26 comenzará a pasar una semana afuera y otra dentro de la Comunidad. Hoy, según cuenta, sabe lo que quiere y eso es no volver atrás.
“Quiero una vida, disfrutar de las cosas sencillas como ahora, porque como yo empecé a consumir de chico, nunca supe vivir sin consumir. En el ambiente del consumo me manejaba bárbaro, pero no sé cómo vivir esta vida ahora. Estoy empezando. Descubriendo cosas que me están gustando y pasar de nuevo por lo mismo, no quiero. No quiero saber más nada”.


Asegura y aunque sabe que la lucha sigue, no piensa bajar los brazos.
Nahuel es otro de los jóvenes que pasa sus días en la Comunidad, desde hace 8 meses y también se encuentra en la etapa de reinserción social, con 3 meses más de tratamiento. Tiene  24 años y es de Chacabuco.
“A los 21 empecé a consumir”, cuenta en un pequeño receso del trabajo de huerta en el que participan los pacientes.
“Cuando llegué no quería saber nada, me costó mucho y es duro, pero después se alivianó un poco. Ahora me siento bien y el lugar me encanta”.
Nahuel cuenta con el apoyo de su familia y su proyecto es poder culminar el tratamiento y buscar un trabajo estable en su ciudad, alejado del consumo.
Guillermo es otro de los pacientes, y con 42 años tuvo tres paros cardiorespiratorios a causa de sus sobredosis: “era esto o el cementerio”, dice crudamente, con muchos años de consumo, habiendo comenzado a muy temprana edad.
Alejado de su familia, sin poder hacer pie, uno de sus hermanos fue quien lo rescató y así  tomó la decisión de ingresar a la comunidad. Hoy está pronto a recibir el alta.

Quedarse, para salir adelante
“A veces uno mira la tranquera para irse pero mira para atrás y hay mucho para ganar acá, porque uno perdió mucho”, reflexiona Emilio, que comenzó el tratamiento hace tres meses debido a sus problemas con el alcohol
Es de Junín y tiene 32 años;  comenzó a beber a los 18 pero su problema se hizo evidente e insostenible hace cinco años, por lo que su novia, su madre y su hermana lo ayudaron a tomar la decisión.
“Dentro de mi adicción estuve detenido 24 horas por manejar alcoholizado, con todas mis herramientas de trabajo. Desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche estaba así. Tenía que ir a buscar a mi señora al trabajo y no iba, me quedaba haciendo lo que no tenía que hacer, no me daba cuenta. No te das cuenta de lo que hacés”, cuenta Emilio. 
“Hoy veo una realidad que no veía. Paso por lugares donde estaba y ahora no lo quiero más. Ya está. Quiero formar una familia”, asegura, y de hecho expresó que en marzo se casa con la mujer que, como él  afirma: “me bancó en todo”.


“Hay momentos en que estás sentado en un banco, triste, o pensando qué pasa si te vas y se acerca alguno de los chicos a ver cómo estás o para hablar, tomás un mate, no te dejan solo”, dice sobre la lucha cotidiana de sostenerse en su recuperación.
Emilio es parquero y se encuentra en el proyecto de salidas laborales, con el programa de parquización
El trayecto a la recuperación es casi tan árduo como la decisión de emprenderlo, pero sin dudas, para ellos, cada día que pasan fuera del consumo es un pequeño gran triunfo. Una batalla más que ganarle a esa vida que no quieren volver a vivir y una nueva oportunidad para volver a empezar.

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