None
Pablo Álamos (ex Antonelo), Jorge Roppel (ex Don Antonio) y Hugo Font (ex Junarsa) contaron a Democracia cómo vivieron el drama de quedarse sin trabajo.
DESOCUPACIÓN EN NUESTRA CIUDAD

El drama de perder el trabajo contado en testimonios en primera persona

Ex obreros de Antonelo, Fideos Don Antonio y Junarsa relataron a Democracia cómo atravesaron la angustia de quedarse en la calle. La CTA hizo un relevamiento en base a despidos en distintos rubros y cierre de empresas y estimó que se perdieron 400 puestos de trabajo. La central obrera busca crear con la Universidad un observatorio de estadísticas laborales. La CGT califica la situación como una “terrible crisis”.

Ayer se conoció que en los últimos tres meses las empresas informaron en el Ministerio de Trabajo 7666 despidos en todo el país. Más allá de que el Gobierno nacional considera una cifra “habitual”, lo cierto es que la desocupación es un tema que va ganando espacio en la consideración pública.
Trasladar el escenario a Junín para analizarlo resulta complejo habida cuenta de que no se publican datos oficiales sobre la pérdida de puestos de trabajos. Y sin números certeros, es más difícil tomar decisiones adecuadas.
Ante la falta de estadísticas, desde la regional Junín de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) hicieron un relevamiento propio –con las limitaciones del caso– y el resultado de ese estudio arrojó que en nuestra ciudad “en los últimos meses se perdieron unos 400 puestos de trabajo”. Así lo afirma a Democracia el titular de la delegación local de la CTA, Mauricio Madrea.
“Vemos los casos de las empresas que están cerrando –analiza Madrea–, algunas centenarias o muy importantes para la ciudad, también estuvimos analizando lo que pasa en los distintos gremios, los comercios que bajan sus persianas, y la situación es muy preocupante”.
El titular de repartición local de la CTA de los Trabajadores también hace hincapié en las dificultades que trae aparejado el hecho de no contar con números concretos: “Nos parece importante que haya estadísticas, por eso nosotros estamos proponiendo armar, junto con la Universidad, un observatorio que pueda sistematizar las cifras del empleo y de la desocupación en nuestra ciudad, porque es la herramienta necesaria para poder aplicar políticas públicas en esa materia”.
Con todo, los números son una cara de un problema que tiene una contracara en el drama personal de quien pierde su trabajo. El cierre de firmas emblemáticas de la ciudad, como Junarsa o Induspol, más las visibles dificultades de otras compañías, como Don Antonio o Antonelo, determinó que los trabajadores que quedaron en la calle se contaran por centenas –según la CTA– en el último tiempo.
Algunas de estas historias fueron expresadas, en primera persona, a este medio.

“No se consigue trabajo”
Jorge Roppel tenía 21 años cuando entró a trabajar a Fideos Don Antonio, en el año 2009. Empezó como operario en el área de Envasado, aunque “si faltaba alguno de otro sector en la fábrica, podía cubrir su lugar”.
Según dice, había trabajo dentro de la fábrica pero, con el tiempo, la relación entre la patronal y los empleados “se fue desgastando”. Y profundiza: “En los últimos años veíamos que había demanda, que el fideo salía, pero se empezó a fabricar en otro lado. Nos dimos cuenta de que era una estrategia tercerizar el trabajo, que es más fácil”.
Con una situación cada vez más acuciante, el 3 de septiembre de 2018 la empresa le mandó una suspensión por trece días a todos los obreros de la fábrica. “Hicimos manifestaciones. En un momento íbamos a tomar la fábrica, pero la mayoría no quiso involucrarse. Dos días después hicimos una movilización hacia el Ministerio de Trabajo y, ahí mismo, nos mandaron los telegramas de despido. Tenemos compañeros que llevaban 40 años en la empresa. Y en el Ministerio no pasó nada, no nos dieron respuestas”.
Entonces estalló el conflicto y, luego de días de negociaciones, marchas y protestas, más de 30 trabajadores fueron formalmente despedidos.
“Con los despidos pensaban pagarnos por la 247”, recuerda Roppel, haciendo referencia al artículo 247 de Contrato de Trabajo que establece que “en los casos en que el despido fuese dispuesto por causa de fuerza mayor o por falta o disminución de trabajo no imputable al empleador fehacientemente justificada”, el trabajador podría percibir una indemnización equivalente a la mitad de la prevista en la Ley. “Entonces yo iba a cobrar por cinco años, y al que tenía 40 de antigüedad le iban a pagar por 20. Hicimos una manifestación y logramos que nos paguen lo que correspondía, en cuotas”, explica el ex obrero de Don Antonio.
Con el tema ya cerrado y la fábrica produciendo en otra ciudad, Jorge ahora vive de las changas que consigue como parquero o electricista: “La verdad que se siente, cuesta mucho. No se consigue trabajo. La mayoría de mis compañeros corta pasto o hace changas. Alguno consiguió algo, pero también pasa que muchos son grandes, y a ellos se les hace muy, muy dificultoso”.

“Queda la carga emocional”
Hugo Font escucha lo que dice Roppel sobre los compañeros que “son grandes” y agrega: “Yo miro páginas de búsqueda de trabajo y demás, y veo que ya estoy afuera del mercado, no solo porque no tengo un título, sino porque se pide hasta 40 años, puede ser hasta 45 para seguridad o sereno, pero el filtro es muy grande. Para mí, la única opción que había era un trabajo independiente”.
Font se considera “fuera del mercado laboral” con 46 años. No porque no tenga trabajo, que lo tiene, sino porque su única salida era hacerse a sí mismo. Y eso debió hacer a partir de enero de 2016, cuando cerró Junarsa, la empresa donde trabajaba desde hacía 27 años.
Todo iba más o menos bien en la firma, hasta que hubo un juicio interno de una accionista. Para Font, “ese fue el principio de la debacle y empezó a perder credibilidad en el mercado local”.
Las medidas desacertadas, la contratación de un gerente externo, el posterior proceso de ajuste, la disminución de los ingresos mientras los gastos se mantenían, fueron todos mojones que se fueron agregando a esta historia, según Font. “Yo veía el cereal que acopiábamos, año a año, y las estadísticas mostraban que veníamos en baja –recuerda–; al año siguiente vendieron los camiones, el personal que fue consiguiendo otro trabajo, comenzó a irse. Al final, éramos 26 empleados, que superábamos los 20 años de antigüedad”.
En enero de 2016, finalmente, los empleados le planteamos la situación a quien estaba como director: “Le preguntamos qué pensaba hacer ante un panorama insostenible, y entonces se decidió el cierre. Hablamos con la CGT, después fuimos al Ministerio de Trabajo, presentamos todo e hicimos los trámites, y cuando estuvo todo listo, en menos de un año nos salió la sentencia, que dice que se ejecuta lo que está a nombre de la empresa para pagar lo que corresponde a los trabajadores. Se supone que en marzo van a empezar lo remates”.
Hugo también es herrero y cuando veía que la situación se estaba tornando insostenible empezó a dedicarse más a su oficio. Por eso, cuando cerró Junarsa, pudo mantenerse con esos trabajos y ya tenía una clientela. “Pero tenía compañeros que estaban a pocos años de jubilarse y a algunos les costó reinsertarse –añade–, varios ya teníamos algo armado porque la veíamos venir, pero había otros que trabajaban como administrativos y tuvieron que salir a buscar un empleo atrás de un escritorio, porque no tienen otro oficio, y ahí está más complicado. A uno le queda toda esa carga emocional”.

“No es nada fácil”
La fábrica textil Antonelo llegó a hacer mil pantalones por día. Cuando Pablo Álamos ingresó a trabajar allí, en el año 2007, se hacían unos 700 diarios. Cuando se fue, a finales del año pasado, la confección llegaba a cien unidades. En el medio, hubo un proceso que llevó a la firma a una situación muy delicada.
Álamos empezó en el área de planchado. “Era una empresa regular: se trabajaba y se cobraba –recuerda–, había mucho laburo y siempre estaba tomando gente. De vez en cuando costaba cobrar alguna quincena, pero no más que eso”.
Según su análisis, en el último cambio del directorio se vio que la situación no estaba bien: “Uno se daba cuenta que, con semejante estructura y tanta gente, y la merma en cantidad de prendas que se hacían indicaba que los números no iban a dar”.
Para entonces, Álamos había pasado por otros sectores, y al final estaba en el de corte. “Hacíamos de todo para que funcione, si había que cortar el pasto se hacía, de hecho, yo en un momento empecé a manejar la combi que llevaba a los empleados a la fábrica”, comenta. En sus mejores tiempos Antonelo contaba con dos colectivos para transportar a sus empleados hasta su planta del Parque Industrial.
Los despidos se fueron dando en cuentagotas, hasta que hubo una desvinculación masiva, a principios del año 2018.
Álamos comenta que en ese tiempo muchos de los que trabajaban allí –entre ellos, él– estaban buscando otro empleo. Y cuando consiguió un trabajo como casero en un complejo deportivo, lo tomó. A sus 48 años, tuvo que arrancar prácticamente de cero. “Es la metamorfosis –grafica–, es terrible lo que se vive porque uno se hace la ilusión de trabajar bien y cobrar, de repente pasa un mes con dificultades, después pasa otro que no pagan, se van acumulando, y llegó un momento que hasta mi señora me decía ‘no puedo creer que sigas trabajando sin cobrar’. Salí a buscar trabajo en un momento crítico, estuve bastante tiempo buscando, antes de irme, hasta que salió esta posibilidad y me tuve que mudar con mi familia para allá. Varios de mis ex compañeros están en la cooperativa y sé que tienen altos y bajos, la están peleando mucho. No es nada fácil”.

Conclusiones
Convocados por Democracia para analizar las respectivas situaciones, estos tres trabajadores cuentan qué conclusiones deja este panorama.
“La mayoría de mis ex compañeros está sin trabajo. Algunos logran rehacer su vida, pero muchos no. Están los que entraron a los quince años a Antonelo, hacía 30 años que estaban ahí y se quedaron sin nada. Es muy triste”, resume Álamos.
Por su parte, Font cree que se cometen muchas injusticias con los trabajadores: “Junarsa abandonó a los empleados, sobre todo los que teníamos la camiseta puesta y dejamos parte de nuestras vidas allí. En ningún momento intentaron negociar. Tuvimos que recurrir a la Justica, que es muy lenta. Si hubiéramos llegado a un arreglo, lo habríamos hecho con un dólar a menos de 14 pesos, y hoy está a $39, entonces, además de la demora en el tiempo, nos encontramos con que el dinero que podemos llegar a percibir hoy, es mucho menos de lo que valía en su momento, y no es algo para llenarnos de plata sino que es lo que nos corresponde”.
Por último, Roppel lamenta que hoy por hoy sólo puede hacer changas y no le alcanza: “Ahora soy un desocupado. La tengo que salir a pelear y, más allá del gobierno que esté, sigo siendo desocupado. Yo hago changas, la inflación te corre y el día a día está muy difícil. Y hay muchos desocupados como uno, entonces vos trabajás por dos pesos, pero siempre hay otro que trabaja por uno, y otro que lo hace por menos también, y la peleamos entre los que estamos en la misma”.

COMENTARIOS