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Lázaro Cornago es un inmigrante que llegó a Junín hace 63 años y, a fuerza de trabajo, se forjó un destino en nuestra ciudad.
RECONOCIDO COMERCIANTE Y EX TORNERO

Lázaro Cornago: Un inmigrante que se ganó un lugar en el corazón de la sociedad

Entrenó al primer equipo de Argentino en salir campeón local y provincial, y repitió los mismos logros –casi sesenta años después– con el plantel femenino. Afirma que el baloncesto le permitió salir adelante en los momentos más difíciles.

Hace exactamente 63 años, el 9 de diciembre de 1955, llegaba al puerto de Buenos Aires el barco “Cabo Buena Esperanza”. Había salido algunas semanas antes de España, y luego de un paso por Cádiz y las Islas Canarias, llegó a las costas de Brasil y siguió hasta Montevideo, para, finalmente, recalar en la capital de Argentina.
Entre los muchos pasajeros que colmaban el navío venía la familia Cornago casi completa: padre, madre y dos de los tres hijos. El mayor había llegado cinco años antes y estaba esperándolos en Junín.
Dejaban atrás Trevijano de Cameros, el pequeño pueblo de la provincia española de Logroño donde vivían, para encontrarse con parte de su familia que ya estaba aquí y buscar un futuro mejor. Venían a “hacer la América”.
Lázaro Cornago todavía tiene bien presente aquel viaje: siguen frescos en su memoria los días y días de mar y cielo compartidos con sus padres y su hermano menor que culminaron en esta ciudad que lo cobijó hasta hoy. Aquí hizo de todo. Trabajó sin descanso, formó una familia y supo ganarse un lugar de confianza y amistad en el seno de nuestra sociedad.

Sus días en España
La familia Cornago tenía un campo muy chico en la pequeña localidad riojana de Trevijano de Cameros. Allí había ovejas, cabras y todo tipo de animales a los que Lázaro sacaba para darles de comer, sin importar siquiera las condiciones climáticas. “A lo mejor estábamos días incomunicados por la nieve y había que salir con la pala a hacer un caminito para darles de comer. Y, a veces, a la vuelta, había que volver a hacer el camino si se volvía a tapar”, recuerda.
Fue a la escuela hasta los nueve años, porque ya desde entonces empezó a trabajar. No obstante, iban maestros a su casa a darle clases particulares a él y sus hermanos.
“A los 13 años ganaba un sueldo como un mayor y nunca fui tratado como menor”, afirma. En el campo también cosechaban diferentes productos: trigo, cebada, avena, centeno, garbanzos, lentejas. Y papa: “Sacábamos papas de más de un kilo cada una. Mi padre le apostaba a cualquiera que con mil papas podía hacer más de mil kilos, y nadie se lo apostaba”, cuenta entre risas.

“De entrada, no me fue fácil, pero después me acostumbré”.

Llegada a Junín
Cornago vivió en España hasta sus 19 años. Varios años antes habían venido para Argentina tres tíos suyos quienes, de a poco, fueron trayendo a la familia.
Primero fue su hermano, que llegó en 1950. Cinco años más tarde arribaba Lázaro con el resto de la familia.
En medio del viaje hacia Argentina, el capitán del barco mandó llamar a la familia Cornago, porque se enteró de que su destino final era Junín, y les comunicó que él tenía un amigo en esa ciudad bonaerense, Jorge Basterreix, por entonces dueño de una ferretería. Entonces el capitán les dio una tarjeta personal y les dijo que podían ir a verlo de parte de él, que tal vez podría ayudarlos en su estadía. “En altamar conseguí trabajo”, dice Lázaro.
Es que, efectivamente, una vez en Junín, fueron a ver a Basterreix, quien le dio un puesto en su ferretería.

“Todos dicen que les falta tiempo, yo siempre pude hacer muchas cosas”.

La famosa tornería
Estuvo un año y medio en la ferretería de Basterreix. Después se desempeñó como albañil con los hermanos Arbués y al poco tiempo pasó a trabajar con Eugenio Herrá, en el mismo rubro.
Ya en 1960 puso una tornería con sus dos hermanos. El galpón donde pusieron el taller lo levantó Lázaro. Por entonces trabajaba en el ferrocarril entre las 4 y las 12, a las 13.30 se iba a trabajar de albañil hasta después de las 19, y luego iba a cursar el secundario, hasta después de las 10 de la noche.
Durante décadas mantuvieron la tornería con sus hermanos. En un momento se mudaron del barrio El Picaflor a Nuestra Señora de Fátima, donde todavía están los tornos en los talleres. Allí hicieron de todo. Era una referencia en el rubro, trabajando mucho en la reparación de amortiguadores. Fue por eso que, con el tiempo, le ofrecieron la venta de estos repuestos, que es a lo que se dedica el negocio hoy, que está a cargo de su hija, aunque Lázaro sigue yendo y dando una mano todos los días.
Es que, a partir de su vasta experiencia, domina todos los pormenores y los secretos del rubro: “Conozco todos los catálogos de amortiguadores, de rótulas, de extremos, porque yo sé dónde van puestos. Acá, donde estoy ahora, tenía un taller y me metía debajo de cada auto para ver cómo era, qué tenían y cómo funcionaba”.

“A mí me dan lástima los pobres, pero más pobre que yo no fue nadie, y nunca robé ni nadie me dio nada, lo que tengo lo hice con las manos”.

Balance
Después de más de sesenta años en Junín, puede afirmarse que Lázaro Cornago se ganó un lugar en el corazón de nuestra sociedad. “La ciudad me gustó. De entrada, no me fue fácil, pero después me acostumbré”, afirma.
Aquí llegó buscando un porvenir, se afincó, formó una familia y se abrió camino con el esfuerzo como bandera. Por eso, al momento de hacer un balance, concluye: “Yo hice de todo, a mí me dan lástima los pobres, pero muchas veces digo que más pobre que yo no fue nadie, y nunca robé ni nadie me dio nada, lo que tengo lo hice con las manos”.

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