UN EMBLEMA DENTRO DE SU OFICIO

Rubén Bergerot: “Soy el mecánico más viejo que queda en Junín”

Empezó a sus quince años reparando motos y luego se especializó en autos importados. Hoy, a los 80 años, continúa en actividad, con el entusiasmo y la pasión del primer día. Un referente de “la vieja escuela”.

Podría definirse a Rubén Bergerot como un mecánico de “la vieja escuela”. De los que ya no hay. “Eso de andar pegándole martillazos a los motores, no va; hay que tratarlos con responsabilidad”, remarca.
Empezó a sus quince años reparando motos y luego se especializó en autos importados.
Miles de motores pasaron por sus manos. Hoy, a los 80 años, continúa en actividad. Con el entusiasmo y la pasión del primer día.

Niñez en Rawson
Bergerot nació en Rawson y allí transcurrió sus primeros años.
“Yo me crié dentro de un taller mecánico, ya a los diez años estaba engrasado hasta las orejas”, recuerda. Es que al lado de la casa de su abuela había una agencia Ford y él, que “tenía locura por la mecánica”, se pasaba horas y días ahí adentro.
“Como en todo pueblo –explica– en aquellos años el mecánico hacía de todo, no solamente reparaba automóviles, podía hacer todos los oficios”. Así podía meter mano en un vehículo, como en un reloj, una balanza o un mueble.
Para Rubén había algo especial: cada vez que llegaba una moto al taller, él se iba encima de ella y se metía a ver qué tenia, cómo funcionaba, qué había que reparar o cambiar. Asegura que “tenía devoción” por ellas: “Me interesé tanto que las conocía completamente, a los doce años ya las desarmaba y las armaba sin problemas”.
Tenía quince años cuando la familia se trasladó a Junín, en 1954.

“Desde chico me gustó explorar, siempre fui muy curioso”.

En Junín
Aunque su padre quería que ingresara en el ferrocarril, Rubén prefirió ponerse un taller de motos. Fue en 1955. “Soy el mecánico más viejo que queda en Junín”, asegura.
Según dice, en ese momento había en nuestra ciudad dos colegas con amplia trayectoria que le dieron una mano: “Bruno Reggiani, que me enseñó mucho del oficio e, inclusive, me mandó muchos clientes; y Arturo García, de quien también me hice muy amigo”.
Bergerot abrió el taller en Alvear 267, que era su casa. Y empezó a reparar las motos que había acá en aquel momento: AJS 500, Norton, BSA, Jawa, Matchless, y otras similares.
En 1954 apareció la Puma y consiguió ser el service oficial de aquella marca. Luego desarrolló la misma función para otras, como Alpino, Rumi y Vicentina. También atendió las primeras Paperino, las Monza, las Capri y las Vespa.
Se dedicó exclusivamente a las motos hasta el año 1960, cuando decidió atender automóviles.

Los autos
Bergerot recuerda que entre 1959 y 1960 salieron al mercado el NSU y los Isard 300, 400 y 700. Estaba en el servicio militar en ese tiempo le dieron autorización para hacer el curso de reparación en la empresa Isard, por lo que cuando salió de la conscripción en su taller pasó a arreglar automóviles.
Después hizo el curso en De Carlo. Y, de a poco, fue incorporando más marcas: Isetta 300, Heinkel, Bambi y otros.
En los 70 dejó el Isar y se dedicó a los importados: Daihatsu, Alfa Romeo, Datsun, Mitsubishi, BMW, Lancia, Ford Granada V6, Ansan con motor Boxer, Mustang V6, Mercedes-Benz y hasta motores Volkswagen aeronáuticos.
Según dice, se dedicó especialmente a los vehículos importados por la calidad de sus motores. “Es relojería”, grafica.

“Para hacer esto lo fundamental es tener consciencia de lo que se está haciendo, ser prolijo y, aunque parezca increíble, tener muy en cuenta la limpieza”.

El oficio
“A mí me gusta todo lo que sea fierros y mecánica. Desde chico me gustó explorar, ver cómo funcionaban las cosas, siempre fui muy curioso”, asegura Bergerot.
Esa afición lo llevó a desarrollar su oficio de una forma muy meticulosa. “Para mí hay que hacer las cosas como se debe”, sentencia, para luego ampliar: “Si el auto lleva un tornillo con arandela lisa y arandela grower, hay que usar eso. No da lo mismo si se colocan o no. Donde va rosca fina, se pone rosca fina, y si va una rosca de mayor grosor, se pone esa. Nunca me gustó hacer parches, el auto tiene que quedar como vino de fábrica. A mí me gusta trabajar una sola vez”.
Una manera de trabajar que se va perdiendo. “Yo veo algunas cosas que se hacen y no lo puedo creer –explica–, cuando yo entrego un motor, es como si fuera cero kilómetro. Es probable que hoy en día no rinda trabajar de esta manera, porque requiere de mucho tiempo”.

“A los doce años desarmaba y armaba motos sin problemas”.

Balance
Los “fierros” son su pasión. Especialmente los antiguos y los importados. Actualmente tiene un Isetta 300, que está acondicionando, y una coupé Taunus 17M importada, modelo 70, que es la única que hay en el país.
En cuanto a su oficio, con 80 años sigue trabajando como el primer día. Y al momento de hacer un balance, concluye: “Aunque me permitió vivir bien, la mecánica de antes yo la hacía más por vocación que para ganar dinero. No se cobraba lo que se cobra hoy. No hice plata, aunque sí me mantuve, mis hijas estudiaron y tengo mi casa. Pero uno ve por la calle los autos que uno arregló y eso es una satisfacción. No solo de Junín, muchos también de afuera. Para hacer esto lo fundamental es tener consciencia de lo que se está haciendo, ser prolijo y, aunque parezca increíble, tener muy en cuenta la limpieza. Esas son las claves de mi trabajo”.

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