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TEXTO GANADOR DEL PREMIO EN PROSA POR LOS CIEN AÑOS DE LA INSTITUCIÓN

Colegio Nacional: ¡Casi siete generaciones de tiradores de piedras a la Luna!

El filósofo español José Ortega y Gasset afirmaba que las generaciones se renovaban cada quince años. Si ello fuera cierto, el Colegio Nacional de Junín, nuestro colegio, habría educado a casi siete generaciones de bachilleres, al festejarse, ayer, el Centenario de su puesta en funcionamiento. ¡Aún adulto, el árbol bien plantado continúa siendo fructuoso!
Tarea propia de romanos sería encasillar a todas esas generaciones en una descripción abarcativa que permitiera aislar –sintetizándolos- sus rasgos más comunes, tal como un arqueólogo describiría las piezas cerámicas de una civilización antigua partiendo de los restos dispersos de un cacharro desenterrado o un cartógrafo fijara las similitudes en un archipiélago de islas diseminadas e inconexas entre sí. 
Por ello, creo que con tal finalidad descriptiva resulta útil encarar el tema sin sentimentalismos individuales recordando que cada promoción de bachilleres tiene su propia historia y, al unísono, su particular vivencia. 
Pero todas ellas alimentan la centuria de nuestro Colegio, dato que permite la conversión del particularismo en generalidad, esto es la convivencia de las generaciones en un sentimiento común: el amor por “El Nacional” y el agradecimiento constante y perpetuo por las lecciones de vida que en él aprendimos.
Desde ese atalaya, memoro que en el momento de despedir nuestra camada, un malogrado filósofo juninense empleó una frase que cito textualmente: “Dicen que partir es morir un poco”. Y tal vez sea cierto que dejamos en las aulas con historia del Colegio Nacional y en las sales de nuestro tiempo estudiantil, un retazo de nuestras vidas. Sin embargo, un día nos fuimos dejando lo bueno pero, cada cual con lo suyo, buscando la excelencia. Emprendimos el “Camino de la Montaña”, del que hablaba Carlos Pellegrini, porque amábamos las alturas. ¿Quién no tiene una utopía en su juventud?
En la faena de escalar la montaña hasta su pináculo también dejamos algunas tumbas en las laderas. Perdimos de vista la cima; equivocamos el camino ascendente; transitamos por senderos propios; pero todos reconocimos el atajo que nos condujo al punto de partida. ¡Henos reunidos aquí, a los bachilleres del “El Nacional”! 

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Estamos un poco más crecidos, pero sentimos la misma emoción y tenemos las mismas ganas de antaño. Emoción por la miríada de anécdotas que se vienen en tropel y por el nostalgioso recuerdo de las imágenes entrañables que el misterio insondable de la muerte no pudo borrar. Ganas de abrazar y ser abrazados por todos y cada uno, y así fundirnos en un cálido y protector contacto de eternidad, musitando aquello que nunca habíamos llegado a decirnos: ¡Te quiero compañera! ¡Te quiero compañero!
Al pisar otra vez el aula de quinto año, no esperábamos la gloria peregrina de que la hoja fuera tan nueva como la flor. Las hojas caen y las flores se marchitan. ¿Es el aula del alegre recuerdo o el salón de los pasos perdidos? En nuestros ocres otoñales reflexionamos que se trata de la vida, la que nos engloba a todos repartiendo sus alegrías e impartiendo sus tristezas; permitiendo las presencias y ordenando las ausencias.
Hoy volvemos a Nuestra Casa, de la que nunca nos fuimos, a buscar ese retazo de nuestras vidas, que nunca perdimos, al ponernos otra vez el traje de bachilleres, que siempre conservamos. Volvemos con la recíproca honestidad de reconocernos como personas, con nombres y sobrenombres. Nosotros nunca seremos unidades abstractas cuya sumatoria conformará un anodino múltiplo. No hubo, ni habrá, tantos o cuántos bachilleres de tal promoción. Si hubo y habrá, un conjunto de estudiantes hermanados por el amor al prójimo y por el respeto mutuo, pletóricos de ideales, que pretendíamos cambiar el mundo, el que por obra nuestra debía ser mejor. ¿Porqué a una aurora prometedora no siguió un día esplendoroso? Nunca lo sabremos. Pero no nos lamentemos, pues en Nuestro Colegio, año tras año, hay savia renovada; hay enjambres nuevos que se establecen en la colmena vieja.
Como mayores, con nuestro aliento y experiencia, dejémosles un mensaje que los ayude a obtener los logros añorados, endulzados por las mieles incontaminadas de su juventud. Digámosles, por ejemplo, lo que recién ahora descubrimos: Que lo importante no es llegar a la cima, sino intentarlo; no quedarse en el llano. ¡Lo importante en la vida, entonces, es tener una meta! ¡Una meta en el sentido de un principio conductor, dotado de permanencia, capaz de condicionar la conducta de cada día y de todos los días! 

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Federico Nietzsche, el maestro y filósofo alemán quien era un sismógrafo que registraba todas las vibraciones secretas que presagiaban futuros acontecimientos, grafica lo que queremos decir, con una significativa parábola: Si a un muchacho se le ocurriera tirar todas las noches piedras a la luna, es bien seguro que pronto se convertiría en el mejor tirador de piedras de su pueblo. ¡Si tienes una meta, persevera en su búsqueda!
Digámosles también que en el centenario compartimos el Colegio Nacional los bachilleres canosos para rendir tal vez nuestro examen final y que resultamos aprobados ¡todos! En la asignatura más difícil, gracias en parte a las lecciones de vida que hablábamos y que allí aprendimos años atrás. Tal es la materia de la dignidad y la decencia.
Digámosles finalmente que luego de los festejos, cuando cárdenos resplandores preanuncien la llegada de otra aurora maravillosa, nos retiraremos a la calma de nuestros hogares enviándoles la fortuna de ser los bachilleres del presente, pues no idealizamos nuestra propia juventud, ni exaltamos sólo sus aspectos positivos.
Pero eso sí, antes de irnos rescataremos el orgullo de haber sido y mitigaremos el dolor de ya no ser cantado como entonces, con la garganta henchida, nuestro pequeño y primaveral himno. Anticipémoslo pidiendo que, como ocurre con las campanas que se tañen fuerte… ¡Echen a vuelo el nombre de estudiantes, del que todos tenemos para toda la vida el corazón!
Ayer, 2 de julio de 2017, se produjo emocionalmente en Junín, una explosión cósmica, pues volarán imaginariamente las piedras de todos los que abrevamos conocimientos, adquirimos valores y tejimos amistades cuasi fraternales bajo tu magisterio generoso. ¡Feliz cumplesiglo y gracias por todo querido Colegio Nacional! ¡Forjador de ilusionadas generaciones de tiradores de piedras a la Luna! 

Dr. Juan José Azpelicueta
Bachiller 1959 del Colegio Nacional

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