El vínculo de Soledad Vignolo con la literatura empieza como suele suceder con estas historias: con una gran biblioteca. Esa que estaba en su casa, cuando era chica, en aquellos años en que su madre le prohibía agarrar los libros porque consideraba que no eran para alguien de su edad.
Tuvo que esperar hasta cumplir sus trece para recibir la autorización. Para entonces, ya había pasado esa clase que quedó grabada en su memoria hasta hoy, en la que una maestra de Lengua le habló de la poesía de tal manera que le resultó reveladora. Lo primero que leyó de su biblioteca fue una obra de Rabindranath Tagore. Después Stendhal, Octavio Paz y las novelas de epopeya que tanto le gustaban a su madre.
A partir de ahí, sólo le quedó seguir el camino que parecía signado, que le permitió escribir poemas, diarios, cuentos y editar –hasta ahora– dos libros.
El diseño
Vignolo se crió en el barrio Nuestra Señora de Fátima. Hizo la primaria en la Escuela N°24 y la secundaria en el Comercial.
Luego se fue a Buenos Aires a estudiar Arquitectura . Le gustaban las materias que tenían que ver con el diseño y “detestaba” las más técnicas. Por eso no llegó al final y tres años y medio después de haber ingresado, se pasó a Diseño Gráfico, que recién abría en la UBA.
“Fue una experiencia maravillosa”, dice hoy, egresada de la primera promoción de la carrera que tuvo el placer de tener profesores de la talla de Rubén Fontana, Ronald Shakespear o Hermenegildo Sabat.
Tuvo la posibilidad de ir a España con un puesto laboral asegurado. Antes de viajar se vino a Junín y, para ahorrar algo de dinero, trabajó para el cementerio parque El Rosedal en diseño gráfico, en su logo y su parquización, porque en la Escuela Panamericana de Arte había estudiado decoración de interiores y paisajismo. Esa actividad duró tres meses. “En el medio –recuerda– conocí a Marcelo, que hoy es mi marido, es decir que cambiaron mis planes porque me enamoré y me quedé”.
Durante diez años se desempeñó en una agencia de publicidad con Juan Carlos Capelli y Horacio Marchetti. Pasó por Fortinero Cable Color y cuando ese proyecto cayó, volvió a trabajar por su cuenta en diseño, ambientación, publicidad y demás.
“Creo que todos los escritores somos autobiográficos”.
Literatura
“Leer y escribir fueron actividades que no dejé de hacer nunca”, sostiene Soledad a modo de resumen de su relación con la literatura.
Desde siempre escribió poemas, diarios, historias, en cuadernos o servilletas de bares, aunque nunca lo hizo para mostrar su arte.
Hizo talleres, pasó por clubes de lectura y fue su marido quien la incentivó. “Hizo que me tome un poco más en serio”, dice.
En el año 2000 se inscribió en un concurso de la Editorial Hespérides, de La Plata, al que había que entregar un poemario y el premio era su edición. Y lo ganó. Así fue publicado su libro “Ángulos”.
“Y ahí empecé a tomarme en serio yo”, agrega Soledad.
Entonces siguió participando en certámenes y ganó varios. Algunos de ellos fueron los concursos nacionales de ATSA, y el premio Ugarit, que lo da la sociedad sirio libanesa en reconocimiento a un aporte cultural.
Gracias a eso formó parte de muchas antologías, de artistas argentinos, latinoamericanos, y hasta una de España.
“Como escritora estoy más madura, pero estoy en construcción”.
Su novela
En el año 2013 publicó la novela “Sandalias santas”, escrita a cuatro manos con su amiga Silvia Campos, una viviendo en Junín y la otra en Estados Unidos.
“Ella me mandó un cuento para que yo lo corrigiera –recuerda Vignolo– y a mí me pareció que daba para mucho más que un cuento. Se lo dije y entonces ella me dijo que se animaba a hacerla si lo hacíamos entre las dos, a cuatro manos”.
La mecánica de trabajo fue que Campos hiciera el personaje femenino y Vignolo el masculino: “Es una historia de amor, de encuentros y desencuentros, de vida adulta y de mucho paisaje. Se transformó en un viaje porque los personajes pasan por Hong Kong, Tokyo, Barcelona, Buenos Aires, pero también hay un viaje interior”.
Para lograr su objetivo fue clave la tecnología porque el proceso, de cinco años, se hizo en gran parte vía Skype.
La novela fue publicada por la editorial De Los Cuatro Vientos y recibió un gran reconocimiento por su calidad y la originalidad de la experiencia.
“No podría vivir sin escribir, es una necesidad básica, primigenia en mí, tanto como respirar, comer o dormir. Yo soy lo que escribo. Todas mis emociones tienen que ver con eso”.
Vignolo y la escritura
Al momento de pensar los temas sobre los que escribe, Soledad señala: “Creo que todos los escritores somos autobiográficos, pero eso no significa que uno escriba sobre su vida, sino sobre lo que le pasa a uno con su vida y con la de los otros. Escribo sobre la historia en la que transcurro, que no necesariamente tiene que ver conmigo”.
Es que, en definitiva, la escritura para ella es inevitable. “No podría vivir sin hacerlo –asegura– es una necesidad básica, primigenia en mí, tanto como respirar, comer o dormir. Yo soy eso: lo que escribo. Todas mis emociones tienen que ver con eso y, además, creo que es donde mejor me expreso. Y también siento que estoy en obra como escritora. Estoy mucho más madura, pero estoy totalmente en construcción y espero no terminar nunca de estarlo”.
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