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LA MONJA ITALIANA HACE SEIS AÑOS QUE VIVE EN JUNÍN

Francesca Lenarduzzi: “Nuestro trabajo es el de estar con la gente”

Es miembro de la Comunidad de las Hermanas Franciscanas Isabelinas. Sus compañeras son Teresita Perin y Olga Díaz. Reconoce que lo más difícil de su tarea “es poder ser un puente a Jesús con personas alejadas”.

La Hermana Francesca habla permanentemente en plural. Como miembro de la Comunidad de las Hermanas Franciscanas Isabelinas, tiene una concepción de su actividad que sólo se da en fraternidad. “No nos pensamos como una individualidad, sino que somos una comunidad”, dice en su acento italiano.
Junto con las hermanas Olga y Teresita conforma una tríada que asiste a enfermos, adultos mayores y personas privadas de su libertad, además de coordinar grupos de pastoral, catequesis y oración.

Hermana
Rosa Francesca Lenarduzzi nació en Friuli-Venezia Giulia, una provincia italiana ubicada entre Eslovenia y Austria.
Según dice, sintió “el llamado de Dios” siendo muy chica, cuando conoció la historia de San Maximiliano Kolbe, un clérigo polaco asesinado por los nazis en el campo de concentración Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, que ofreció ser ejecutado él en reemplazo de otro que había sido elegido.
El relato de este sacerdote que dio su vida por otra persona fue el germen de la vocación misionera de Francesca. Vocación que se diluyó en la adolescencia y regresó cuando tenía 21 años.
“Fue difícil creer y convencerme de que Dios pudiera contar conmigo, pero al mismo tiempo fue fascinante sentirme seducida por Él”, explica.
Así fue como empezó su vida religiosa en Padua, donde se ordenó como monja y trabajó durante siete años en un instituto en el que viven seiscientas personas con capacidades especiales. “Conformábamos una comunidad de treinta hermanas Franciscanas Isabelinas y fueron ellas las que me ayudaron a encontrarme con Jesús vivo –recuerda–, en realidad yo me enamoré de Cristo y vi que la vida religiosa, la vida consagrada, me ayudaba a realizar este sueño de seguirlo a Él y darle mi vida”.

De Italia a Ecuador
Siempre en la zona de Padua, a finales de los 90 pasó por un hogar de refugio para mujeres enfermas de Sida y uno de niños. Al mismo tiempo, estudió teología. “Qué mejor para una esposa de Cristo, conocerlo a Él”, comenta. Entonces empezó a dar clases y catequesis: “Me dediqué bastante a las actividades con jóvenes en lo pastoral y vocacional, además del voluntariado que siempre hice en sectores vulnerables, comedores, enfermos y demás. Porque somos franciscanas y como seguidores de San Francisco creemos que Dios está en el marginal, en el que lo necesita”. En el año 2004 la trasladaron a Ecuador, primero en Quito y luego en la zona costera de Esmeraldas.
Era su primera misión fuera de su país. “Es un llamado, es Él el que te envía a través de un superior. Sabemos que hay un misterio en esta vida y es Él el que llama”, dice Francesca.
En Ecuador estuvo en una comunidad afroecuatoriana, bastante diferente desde lo cultural, que tenía 20 capillas y una escuela: “Yo acompañaba en la catequesis, la coordinación y con bastante actividad pastoral. Fue una experiencia muy linda la de encontrar a Jesús en los niños y los jóvenes, en la playa y en la selva”.

En Argentina
En 2011 la trasladaron a Argentina. Afirma que “fue una decisión difícil” pero confió “en el llamado que me hacía Dios”.
Su destino fue Junín, en donde fue muy bien recibida, según lo que ella cuenta: “Desde el principio me sentí como en casa porque hay una cultura muy parecida a la mía, y me encontré con mucha riqueza, la amabilidad de la gente, la responsabilidad de los catequistas, es decir, la Iglesia de Francisco, se podría decir”.
Acá da catequesis y está en el equipo de pastoral del Colegio San José, también forma parte del equipo de pastoral vocacional arquidiocesano, coordina la capilla Medalla Milagrosa y es ministro de la Comunión en Agustín Roca y en el residencial Nogales. También es asistente espiritual de la Tercera Orden Franciscana, además de realizar actividades de pastoral juvenil, coordinar grupos de oración y dar clases de italiano en la Asociación Cultural Dante Alighieri.
“Nuestro trabajo es, esencialmente, el de estar con la gente”, resume Francesca, para luego agregar: “Acá también seguimos acompañando al enfermo, al que está en una situación de marginalidad, a los adultos mayores y los que están atravesando una situación de necesidad. La hermana Teresita va tres veces por semana a la cárcel y también está en la parroquia. Y la hermana Olga está en el jardín de infantes San Cayetano, en Cáritas y en las capillas de Tiburcio y Agustina”.

Su misión
Para Francesca, lo más difícil de su actividad es acercarse a la persona más alejada: “Nosotros estamos en un barrio donde hay bastante consumo de drogas, personas marginadas, y es difícil pasar del asistencialismo a la promoción humana, ayudar a personas a encontrar trabajo, o a creer en su dignidad. También, que no se termina todo con sus caídas, lo más difícil es poder ser un puente a Jesús con personas alejadas”.
Con todo, remarca que vive “con confianza” esa misión: “El Dios que me llamó tiene siempre un proyecto mejor para mi vida, pero también para brindarme a los demás. Yo tengo este voto de confianza, no siempre es fácil fiarse del futuro, pero el pasado me demuestra que vale la pena creer en el futuro. Es el mismo misterio de Jesús, habrá momentos de muerte y seguramente habrá una resurrección como punto final, entonces esto es parte de la vida”. 

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