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EL DESBORDE DE LA PICASA

Cambio climático, imprevisiones y canales clandestinos, un combo explosivo

Las causas detrás del fenómeno hídrico que pone en jaque una de las rutas comerciales más importantes de nuestro país.

Desde que el miércoles de la semana pasada el desborde de la Laguna La Picasa comenzó a socavar el terraplén de la Ruta Nacional 7, el principal corredor bioceánico que atraviesa nuestro país se encuentra en jaque. Con el tránsito restringido para realizar las obras que le devuelvan su transitabilidad, sólo un porcentaje menor de los miles de camiones argentinos, brasileños y chilenos que utilizan a diario esa ruta para unir el puerto de Buenos Aires con el de Valparaíso logra hoy pasar por el sur de Santa Fe. Y aunque las autoridades de Vialidad Nacional esperan restablecer en breve su circulación, nada garantiza que el problema no vuelva a desatarse en unos meses con el aumento de lluvias propio del otoño.
Si bien los desbordes de La Picasa no son ciertamente una novedad, todas las obras que se realizaron a lo largo de los últimos años para evitar su impacto no fueron suficientes esta vez. La causa: un aumento en el régimen de lluvias asociado al cambio climático, canales clandestinos realizados para extender la frontera agropecuaria y la ejecución a destiempo de una obra de ingeniería que podría haber aliviado la situación actual. Así lo señala entre otros el especialista en Derecho Ambiental Jorge Cuello, quien conoce bien la problemática de esa región.
“El Plan Federal de Control de Inundaciones, que tenía entre sus objetivos canalizar agua desde la cuenca de La Picasa hacia el Río Salado, preveía diez obras de las cuales se ejecutaron sólo ocho, algunas con un sensible retraso. Y como se trata de un sistema interconectado, la falta de finalización de una parte terminó afectando su funcionamiento global”, sostiene Cuello, quien asegura que a esto “hay que sumarle las consecuencias del cambio climático que genera un exceso de lluvias en las lagunas afluentes, la ocupación de terrenos inundables para la actividad agropecuaria y la proliferación de canales clandestinos”, que a su criterio es ya “un problema sin solución”.

Obra a destiempo
Como muchos saben, La Picasa es una laguna que se encuentra en el sur de Santa Fe pero que llega a ocupar en sus crecidas miles de hectáreas en territorio bonaerense, como ocurre hoy. Si bien la laguna en sí misma tiene normalmente una superficie de 300 kilómetros cuadrados, su cuenca abarca más de 5 mil. Esta se halla conformada por un conjunto de bañados y lagunas menores que se extienden hasta la localidad cordobesa de Laboulaye. En otras palabras, todo el agua que cae en esa vasta zona termina en La Picasa, que por otra parte tiene un bajo potencial de escurrimiento y de infiltración, ya que carece de una salida natural hacia el mar.
Para evitar este problema que históricamente ha llevado a que La Picasa desborde con cierta regularidad, el gobierno nacional comenzó hace unos años un conjunto de obras para canalizar el agua que cae en su cuenca, frenar su avance por medio de reservorios y drenar parte de su excedente hacia la laguna Mar Chiquita (Junín), y desde ahí por el Río Salado en dirección al mar.
“Lo que se hizo fue un canal que nace en Córdoba para que el agua que cae en la cuenca de La Picasa no baje violentamente hacia la laguna sino que vaya siendo contenida por una serie de reservorios a lo largo de su recorrido. El propósito de esa obra es además derivar parte del excedente hacia la Cañada de Las Horquetas, que nace en Villegas y termina en la laguna de Mar Chiquita (provincia de Buenos Aires) y admite hasta un máximo de 5 metros cúbicos por segundo”, explica el ingeniero hidráulico José Luis Donantueno, quien durante quince años trabajó en esas obras desde la Secretaria de Recursos Hídricos de la Nación.
Hoy con un enorme caudal de agua bajando por la cuenca de La Picasa, esos 5 metros cúbicos por segundo de alivio que ofrece la canalización hacia la Provincia de Buenos Aires ya no sirven de mucho para atenuar la situación. La historia hubiera sido otra si ese recurso se hubiera aprovechado para ir reduciendo gradualmente la cota de la laguna antes de que ésta llegara a estar tan alta, pero en ese momento el canal de aducción que permite bombear agua de manera controlada hacia la laguna de Mar Chiquita no había sido inaugurado aún.
Como explica Cuello, la falta de culminación de esa obra se debió “a los inconvenientes para liberar la traza donde debía ejecutarse el área de bombeo, responsabilidad que estaba en manos de la provincia de Buenos Aires, la cual debía ocuparse de la expropiación y servidumbres necesarias para su ejecución”.

Canales clandestinos
Pero lo cierto es que la llegada a destiempo de esa obra no fue el único factor que derivó en la dramática situación que vive hoy la región. A ello “hay que sumarle la creciente cantidad de canalizaciones clandestinas y la extensión de la frontera agropecuaria, dos fuertes causas de las inundaciones y el corte de la Ruta 7”, asegura Jorge Cuello, titular de la cátedra de Derecho Ambiental en la Universidad de Buenos Aires.
Lo mismo señala el ingeniero Donantueno. “Los canales clandestinos son un problema generalizado en toda esa zona. Como los terrenos que están dentro de la cuenca son bajos, los productores rurales hacen canales para sacarse el agua de encima y poder trabajarlos. Y eso tiene un efecto muy grande porque modifica lo que llamamos `tiempos de concentración`. Al existir un canal, la lluvia que cae en el campo se escurre más rápidamente hacia la laguna, que a su vez se empieza a cargar con mayor velocidad”.
Como explica Donantueno, este problema resulta tanto más grave cuanto que el régimen de lluvias en la zona ha venido cambiando en los últimos años y cada vez llueve más. Así lo corrobora un reciente estudio de la Universidad del Litoral, publicado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), según el cual La Picasa “presenta un elevado riesgo potencial frente a lluvias normales o superiores al promedio, durante el próximo otoño”.
El estudio, que se basa en imágenes satelitales tomadas a lo largo de cuatro décadas, concluye que a partir de los años 70 se ha venido produciendo un cambio en el régimen de precipitaciones” de la región. Mientras que en 1972 el promedio de precipitaciones anuales no alcanzaba 900 milímetros anuales, durante gran parte de la última década, las lluvias en la cuenca han superado los 1.000 milímetros anuales, y en particular durante los dos últimos períodos hidrológicos han superado los 1.200 milímetros, señala la investigación.
Lejos de atenuarse, el panorama inmediato resultaría aun más desalentador. Y es que por efecto del fenómeno de La Niña, durante marzo las lluvias podrían superar los valores normales, advierten los investigadores de la Universidad del Litoral.

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