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RELACIONES QUE RINDEN CULTO AL PROYECTO FAMILIAR PARA TODA LA VIDA

Amor del bueno: matrimonios juninenses y la fórmula para llegar a 50 años de casados

Democracia juntó a varias parejas que ya llevan cinco décadas o más de cariño, compromiso y sacrificio codo a codo, cuyos integrantes se emocionaron en un cálido compendio de anécdotas.

Cuando parece que las historias donde el amor se sobrepone a las crisis y tempestades más truculentas están escritas en páginas amarillentas, propias de tiempos inmemoriales y sin ninguna relación con los días que corren, la realidad sorprende con ejemplos que desmienten esa presunción y reivindican a los que creen que todavía se pueden entablar nupcias para siempre.  
Y lo más lindo del caso es que no son pocos en matrimonios en Junín que lograron atravesar, por ejemplo, los cincuenta años de casados –bodas de oro, agregarán los amantes de esa clase de tecnicismos-, período al que lo simbólico suele restarle su importancia esencial: la de haber perdurado al lado al lado de ese compañero (o compañera) con el que habían soñado un proyecto para toda la vida.
Democracia juntó a varias parejas juninenses que ya llevan cinco décadas o más de cariño, compromiso y sacrificio codo a codo, cuyos integrantes se emocionaron en un cálido compendio de anécdotas.
“Lo conocí cuando yo iba a la escuela secundaria Patricias Argentinas, que no estaba en su lugar actual sino frente al Colegio Santa Unión, y el señor (por su marido) estaba parado en el cine Crystal. Él andaba de novio con otra chica y yo le decía a mi mamá ‘qué lindos ojos que tiene este chico’”, recuerda Elda Zavala, sin mezquinarle a la memoria.
Elda acaba de cumplir 52 años de casada con Edgar Oddo, aquel muchacho que la cautivaba con la mirada cada día cuando ella salía de estudiar. “Él se peleó con la novia y un 7 de abril, en el cumpleaños de mi hermano adoptivo, me habló y nos arreglamos. El 9 de octubre nos casamos. Así de rápido. Muchos decían que más de dos meses no íbamos a durar, pero acá nos ve”, continúa la mujer, quien agrega, pícara, como si Edgar no estuviera escuchando: “Estaba siempre arregladito, de traje y camisa blanca, y era delgadito. Ahora le aparecieron los kilitos de golpe”.
“Qué difícil, ¿eh?”, retruca Edgar, con una sonrisa como de resignado, para luego comentar que en 1961 vino desde su Rufino natal, andaba muy solo, vivía en una pensión y el contacto con allegados a Elda le abrió las puertas al que sería su amor de siempre. “Ella me apretó para que me casara”, bromea el ex empleado ferroviario, y a continuación, ya serio, se enorgullece: “Tuvimos tres hijos maravillosos y ahora tenemos seis nietos y un bisnieto de treinta días”.
No menos genuina es la ternura que irradia del rostro de Elida Guerra y Raúl Ponce al contabilizar todos los momentos vividos juntos desde que se conocieron en plena zona rural del partido de General Pinto, de donde él es oriundo, en épocas en que el campo todavía no era un montón de llanura casi deshabitada. “Mi papá era carnicero y al quedarse sin trabajo acá consiguió empleo en una carnicería de campo en Pinto, y allá nos fuimos él, mi mamá, mis dos hermanas y yo”, rememora Elida sobre lo acontecido a sus quince años.
Los bailes, las matinés, los partidos de fútbol y otros encuentros sociales propiciaron el cruce de miradas entre Elida y Raúl. “Anduvimos tres años de novios y en 1964 nos casamos. Después de trece años en el campo, la falta de opciones para llevar a nuestros hijos al secundario hizo que nos fuéramos. Estuvimos veintiún años en Buenos Aires, donde encontré trabajo como portero de un edificio”, resume Ponce, satisfecho padre de cuatro hijos y abuelo de cinco nietos.
 En cuanto al secreto para permanecer tanto tiempo juntos, Elida reconoce: “Esto no fue siempre un camino de rosas, hubo momentos malos y a veces la situación que uno vive lo desborda, pero creo que la tolerancia mutua, la paciencia mutua, el respeto y el deseo de hacer una gran familia siempre han sido más fuertes”.
Una reflexión muy parecida es la que expresa Marta Piñeyro, que también lleva 52 años de casada, en su caso con Héctor Domínguez, y sostiene que la honestidad y el amor verdadero pueden derribar los muros más temibles. “Mi hija ya lleva 34 años de casada y se la ve lo más bien junto al esposo”, agrega.
En cuanto a su matrimonio, Marta y Héctor no pueden pasar por alto la experiencia vivida en 2014, año en que decidieron saldar una cuenta que les había quedado pendiente. “Uno de nuestros nietos un día nos preguntó por qué no nos habíamos casado por iglesia y yo le dije que porque en aquel momento no se estilaba. Pero como el nene empezó a insistir con el tema, le dije que para los cincuenta años de casados lo íbamos a hacer, pensando que se iba a olvidar. Pero no, pasaba el tiempo y nos decía que nos acordáramos del casamiento y así fue como hace dos años, ya con todos los demás familiares sumados a esa idea, nos casamos por iglesia”, relata Piñeyro.  Y Domínguez remata: “Y eso que ella al principio no me quería ver ni en figuritas”, en alusión del recelo que le manifestaba Marta en sus años de adolescentes, en el barrio El Canal.  
En cambio, lo de Lida Manzone y Alejandro “Pocho” Merlo fue flechazo a primera vista.  Se conocieron en un baile  organizado por la Sociedad Italiana en Agustín Roca, se tomaron la mano y no se soltaron nunca más.
“‘Pongamos fecha’, me dijo él, y el 5 de octubre de 1961 nos casamos. Pasamos por muchas bravas, no lo voy a negar, pero lo que nos queda como balance es la gran familia que armamos y que nos hace tan felices en cada cumpleaños o en cada reunión”, afirma Lida, progenitora de Claudio, Gustavo y Gastón y abuela de siete nietos.
“Ella me ha ayudado un montón, fue todo en este matrimonio”, asegura “Pocho”, quebrado de emoción, y remata: “Más no le podemos pedir a la vida”.
Por su parte, Margarita Colombo y su esposo, Horacio Raúl Ricci, cumplieron 50 años de matrimonio en enero pasado. Colombo tiene 75 años y una larga historia como activista social en Junín. Fue presidenta del Club de los Abuelos y fomentista del barrio El Picaflor. Su marido trabajó como visitador médico y, en sus años mozos, también fue un reconocido jugador de fútbol del club Villa Belgrano.
“Somos jubilados activos. Nos gusta salir a caminar, practicar yoga y bailar folclore”, cuenta Colombo a Democracia. Aseguran tener el secreto para llegar a transitar toda una vida juntos. “A las bodas de oro se llega con mucho amor. La convivencia siempre es difícil, pero cuando hay amor y, sobre todo, comprensión siempre se puede salir adelante”, expresan.
“Hemos tenido la fortuna de viajar mucho y conocer lugares maravillosos, más que nada en los últimos cuatro. Recorrimos Europa y Centroamérica. Ahora, últimamente, preferimos hacer viajes más cortos, dentro de Argentina, porque estamos grandes”, confiesa Colombo.

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