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NUEVAS TECNOLOGÍAS

Cómo proteger a los hijos en la web

Vigilar sin controlar. Permitir sin soltar. Las estrategias de los padres para sentirse seguros de que sus hijos navegan a salvo en las redes son múltiples. Estas familias, parece, encontraron una solución.

La diversificación de dispositivos de comunicación, junto con los miles de programas y aplicaciones que hoy existen, abre una dimensión desconocida para quienes no nacieron en la era digital. El bombardeo de nuevas tecnologías y la constante comunicación pueden resultar difíciles para ellos. Los conflictos afloran al momento de conciliar la experiencia de los jóvenes en el mundo virtual y los riesgos que los adultos ven allí.
¿Qué hacer frente a este panorama? Para Eliana Gubilei, doctoranda en Ciencias Sociales, docente e investigadora, hay que atender lo inmediato: “Es importante pensar en las mutaciones que estas redes generan, tratando de dejar en suspenso, al menos por unos instantes, la evaluación moral sobre su uso y poder atender a las situaciones concretas”.

Nacer conectados
María Laura D´angelo tiene 45 años y es docente de Música. Hace 15 años que comparte la vida con Fernando, con quien tiene tres hijos: Morena (15), Gaspar (13) y Candela (10). Laura recuerda la incursión de la tecnología en su vida como un proceso lento que pasó de una computadora al celular que usaba sólo para comunicarse con Fernando –que los chicos le pedían por los jueguitos-. Luego vinieron los smartphones que les compró a sus dos hijos mayores cuando empezaron la secundaria y, por último, la tablet que la pequeña Candela decidió comprarse con sus ahorros.
En todo ese proceso, D´angelo siempre pensó que era importante conservar lugares en donde sus hijos puedan mantener vínculos “en vivo y en directo” con sus pares a través de actividades deportivas o culturales. Pero sabe que los tiempos cambiaron “hay inmediatez. Antes veíamos algunas cosas porque se las sacábamos a escondidas a los adultos. Ahora hay una escondida entre comillas, porque no lo cuentan, pero uno sabe que tienen la información ahí disponible”.
En el caso de Ana Bugnone, de 38 años, socióloga, docente e investigadora, el uso de las redes sociales es un tema complejo. Sus hijos, Blas –de 12- y Ciro –de 10-, no escapan a esta fiebre por la comunicación, pero se manejan dentro de los límites negociados con sus padres. Tanto Ana como su marido, Mariano, utilizan las redes sociales para cuestiones laborales o para comunicarse con familiares. “Mi idea –afirma Ana- es que uno de los objetivos de las redes es la publicidad de lo privado. Mostrarse con una lógica muy corporal, haciendo las actividades que uno hace dependiendo de las posibilidades económicas. Y todo eso resulta en un conjunto de cosas que a mí no me interesa dar a conocer ahí, sino que las comparto con las personas que quiero compartir”.
Para Darío Aberasturi (39) la tecnología es uno de los nexos que lo mantiene unido con sus hijos mayores. Con excepción del pequeño Lorenzo, de 7 meses, que vive con él, tanto Tomás –de 17- como Joaquina –de 9- viven con sus madres, por lo cual el teléfono se ha convertido en uno de los canales cotidianos de comunicación.
Aberasturi es licenciado en Comunicación Social y productor de seguros: el teléfono es una extensión de su cuerpo y utiliza diariamente las redes sociales, fundamentalmente Facebook. A diferencia de Laura y Ana, que denegaron el uso del celular a sus hijos hasta que empezaron la secundaria, tanto Tomás como Joaquina tuvieron su primer teléfono a los 10 y a los 7, respectivamente. “Tomy sí lo pidió, a Joaquina se lo di porque la tengo muy lejos (en Santa Cruz). Además todas las amigas tienen, pero cuando se lo dimos era la segunda o la tercera que tenía celular”.
¿Qué hacer frente a la demanda de los chicos? ¿Hasta dónde los padres pueden realmente resistir el embate tecnológico y hasta donde es sano o recomendable hacerlo? Melisa Achinelly es licenciada en Psicología egresada de la UNLP. Ella propone repensar la idea de “infancia”, ya que la misma no existe desde siempre sino que ha sido un concepto que buscó separarse de la imagen de “adultos miniaturas” de siglos pasados, donde nada era construido en pos de lo infantil. No había juegos, ni vestimenta, ni categorías que cercaran lo infantil de lo adulto. “Hoy la infancia aparece delimitada: hay un cuerpo y un psiquismo infantil que distan de parecerse a las constelaciones que piensan al adulto. Sin embargo, la infancia como categoría social se transforma al compás de los cambios y metamorfosis sociales”, explica.
Para Achinelly “el avance de las nuevas tecnologías deja a lo infantil enredado en estas redes, en apariencia, sociales. Allí es donde nuevamente se hace borrosa la frontera entre lo adulto y lo infantil”.

El “espacio público” de las redes
Las nuevas tecnologías y las redes sociales han generado transformaciones a nivel social e individual. La socióloga Gubilei destaca que los vínculos no son ni se vuelven netamente virtuales pero sí se volatilizan los intercambios. “La afectividad comienza a adquirir canales de transmisión informatizados. Las fotos con más “likes”, la mayor cantidad de comentarios, mayor número de retweets son los modos en los que el lazo se expresa en un entorno particular. Pareciera primar la cantidad por sobre la calidad de las interacciones”. En esa línea, la socióloga explica que a la hora de pensar el uso de estas tecnologías en niños, niñas y adolescentes, hay marcos de negociaciones intrafamiliares e institucionales que se transforman en estrategias para poner en tensión el inicio de ese uso.
En el caso de D´angelo, tanto Morena como Gaspar pidieron tener Facebook a los diez años y no hubo problema. Sin embargo, su uso fue reglado desde el principio: “Teníamos mucho cuidado de que aceptaran como amigos a personas que nosotros conociéramos. Les explicamos que había personas que creaban perfiles falsos, que eran capaces de buscar a chicas o chicos para hacerles daño. Les hablamos con información de la realidad misma porque ya habían ocurrido casos de desapariciones y abusos”.
De la misma manera, Bugnone alertó a Blas, el único de sus hijos que tiene Facebook, agregándole la limitación de no dar a conocer aspectos de su vida privada, y que era importante que contara cualquier cosa que pasara, si tuviera alguna duda o viera alguna situación extraña. “Estas medidas tienen que ver con la edad –afirma Ana- en este momento es muy vulnerable, está empezando la secundaria, saliendo al mundo de otra manera. Una vez leí una metáfora que decía, que muchas veces los padres cuidan a los chicos en el espacio público, pero dejarlos solos en las redes sociales es como dejarlos solos en el espacio público”.
Aberasturi explica que el Facebook a Joaquina se lo abrió la mamá, pero con Tomás, las cosas son más complicadas: “Trato de no invadir su privacidad, aunque soy amigo de ellos en Facebook y visito sus muros por curiosidad. El de Joaquina lo leo todos los días para ver qué está haciendo porque la extraño, le pongo me gusta a todas las fotos, porque es como un mimo, que sepa que estoy siempre presente. No así a mi hijo porque él es más grande y su reacción puede ser distinta a la de la nena”.

Controlar sin invadir
Uno de los rasgos de la rapidez que los cambios tecnológicos imprimieron a esta época es la multiplicidad de programas y la fugacidad con que los mismos van quedando caducos. “Blas ya casi no usa el Facebook –cuenta Ana- lo que más utiliza es el Whatsapp, el Instagram y el Snapchat”. Lo mismo sucede con la hija mayor de D´angelo: “El que más usa Morena es el Snapchat, que es una locura, porque ahí sí perdés lo que sucede, no sabés si se mandó una información ya que se borra. Los que usamos Facebook somos los viejos. Con Fer no tenemos Twitter ni Instagram, y el Snapchat apenas lo podemos pronunciar”, comenta sonriendo Laura. Darío coincide, y agrega: “Joaquina tiene solo Facebook que lo usa siempre de su celular, no lo sabe abrir desde una computadora. Pero Tomás usa mucho Instagram y Twitter”.
Laura, Ana y Darío coinciden en que hay una barrera de privacidad que a veces es difícil atravesar y que tiene que ver con espacios de interacción de sus hijos con sus compañeros y amigos. Ese espacio, que se da fundamentalmente a través del Whatsapp, es un lugar vedado para ellos como padres, a no ser que sus hijos los hagan partícipes.
“La intimidad de los niños y niñas es un derecho con protección constitucional y debe ser respetado y sostenido comenzando en su núcleo familiar más íntimo –recuerda la psicóloga Achinelly- ser consecuentes con ese derecho y a su vez cuidar a los niños y niñas consiste en abrirles la ventana hacia la realidad, hablarles con claridad de los peligros, con “nombre y apellido”, gestar una zona de confianza para guiarlos en el uso de las nuevas tecnologías sin cruzar el límite que atenta contra su intimidad”.
“Nosotros confiamos en el hecho de sentarnos a hablar, entendiendo que tenemos personalidades distintas pero que nos podemos escuchar y lograr acuerdos”, explica Laura, “confiamos en ese acuerdo y que medianamente se entienden las cosas y si se tiene que corregir algo lo iremos haciendo. Hay un momento en que uno elige por ese hijo, y después empieza a aparecer el libre albedrío”.
La imagen del adolescente prendido al celular es un estereotipo cada vez más extendido entre las miradas de los adultos. Al respecto, Bugnone cuenta que si bien el uso continuo del celular es uno de los problemas más difíciles para poner límite a los hijos, es importante el diálogo y los acuerdos al interior de la familia. “Cuando conversamos o cuando comemos no se usa el celular. Aunque no es fácil de sostener, hay que tener convicción y certeza de que es positivo, a pesar de las argumentaciones que él pueda decir. Y aguantarse el llanto, el enojo”.
Los padres y las madres de hoy se enfrentan con los desafíos de vivir en una época hipertecnologizada y comunicada. Lejos de buscar enfrentamientos entre lo nuevo y lo viejo, es enriquecedor el aprendizaje que el grupo familiar pueda hacer de las negociaciones y tensiones que estas situaciones presentan. Porque, como afirma Gubilei: “Decir qué es más conveniente para determinados ámbitos, momentos y edades es abrir un juego de negociación de sentidos entre el mundo adulto y el joven; supone abrazar la tensión en la que nos pone el atender a los múltiples derechos que los niños tienen y escucharlos en sus necesidades, requerimientos y habilidades”.
La tarea de establecer los Límites que separan el cuidado de la infancia de su control agobia y angustia a los padres, ya que los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías se convierten en un extraño, virtualizando sus cuerpos, viralizando sus ideas y sus vivencias. “Esta infancia enchufada, dueña de vínculos tecnologizados es una bola de nieve que crece”, explica la licenciada Achinelly. “Son niños y niñas que no necesitan que sus padres les enseñen el uso de algo que parecieran traer desde el útero, este niño o niña no es aquel de los de siglos pasados a los que había que llenar de contenido como si fuesen tarros vacíos; estos niños y niñas saben y saben por demás. La pregunta es ¿qué hacer con lo que saben?”. 

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