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PERSONAJES DE LA CIUDAD

Jorge Torviso: estirpe de médico

En esta nota repasa sus 36 años de anestesiólogo, desde Rosario hasta Junín, pasando por el pueblo de Chabás. Sus antepasados, el hospital San José, la disciplina y sus 40.000 operaciones en un reportaje imperdible.

El doctor Jorge Torviso descubrió varios años después de recibido, que en sus venas corría sangre de médico. Cuando lo pensó y lo analizó, se percató de que en su árbol genealógico había familiares dedicados al arte de curar desde tiempos muy remotos.
“Me di cuenta de que mi familia era casi una dinastía de médicos -asegura-, había un Torviso médico ya en el siglo XIX, y, de ahí en más, siguió la tradición. Varios años atrás había en Capital Federal 4 Torviso, 2 odontólogos y 2 médicos, que eran brillantes”.
Fiel a su abolengo, Jorge continuó con esa herencia y optó por la medicina, aunque en ese momento no haya sido conciente de la incidencia que, tal vez, tuvo su ascendencia.
Cuatro décadas después de aquella decisión, en esta entrevista con DEMOCRACIA, repasa sus 36 años como médico anestesiólogo -la mayoría de los cuales transcurrieron en Junín- en los que hizo honor a su linaje.

Rosario

Torviso nació en Capital Federal y siendo muy chico, cuando aún no caminaba, su familia se mudó a Rosario. “Le diría que soy rosarino”, confiesa. Toda su infancia y adolescencia transcurrió en la Chicago argentina.
Al terminar la escuela se le presentó un dilema: le interesaba tanto la posibilidad de ser médico como la de ser abogado. Quizás por influjo de sus antepasados, fue que se inscribió en la Facultad de Medicina. “Cuando entré a la universidad tenía cierta ambiva-lencia, pero enseguida, a las pocas semanas, decidí abordar los libros”, explica.
Estudió, se esforzó y se recibió. Pero más que la academia, Jorge destaca su formación en el día a día, en lo cotidiano, en la práctica: “Yo busqué prepararme no tanto con los libros sino en el contacto con las personas. Siempre tuve buena relación con los pacientes, no ficticia sino porque soy muy especial para ponerme en la piel del otro. Eso lo comprendí pasados los años, cuando me di cuenta de que nunca tuve más necesidad que la de tratar de resolver las situaciones que se me presentaban, y si no tenía éxito, buscar la solución”.
Sus primeros pasos como profesional los dio en la ciudad de Chabás [ver recuadro] y en el Hospital Español de Rosario, una institución tradicional y muy antigua “mantenida por los españoles de aquellos años”, cuenta Jorge.
Fue en ese mismo hospital donde se gestó el traslado de Torviso a Junín.

Junín

En el Hospital Español se organizaban encuentros de médicos de muchos lugares del país, en los que se intercambiaban diferentes experiencias e informaciones, y de esa interacción se nutrían todos los profesionales, lo que redundaba en mejor capacitación para la práctica cotidiana.
Una vez, en una de esas reuniones, se sienta al lado de Jorge un colega suyo, como tantas otras veces, pero en esta oportunidad era alguien conocido. “Me miró -recuerda- y me dijo ‘Hola, ¿cómo te va, Torviso?’, yo lo miré y no lo conocí enseguida, pero después recordé que era un antiguo compañero mío de la facultad: el doctor Héctor Bi-rello”.
A partir de entonces se reencontraron varias veces en sucesivos congresos de profesionales, en los que reiteradamente Birello le decía que en Junín había solamente un anestesiólogo y que a la ciudad le hacía falta más especialistas.
Hasta que finalmente formalizó la invitación: “Llegando a fin de año, me dijo que en Junín se hacía una gran fiesta por el Día del Médico y me invitó a participar. Cuando llegué acá fui conociendo a los profesionales de la ciudad, y yo observaba que entre ellos había un clima de algarabía y comodidad que yo no percibía en Rosario, donde todo era unilateral y no había tanto contacto. Se me hizo grato conocer eso. Fue entonces que el doctor Birello me pidió que contemple la posibilidad de venir a Junín”.
No era una decisión fácil. Significaba dejar todo lo que tenía en su lugar y trasladarse con su familia. Luego de pensarlo aceptó venirse, pero para hacer una prueba, a ver si los médicos locales estaban conformes con su trabajo y también para verificar si se iba a poder adaptar.
“Vine a quedarme por 15 días -relata Jorge-, conocí a todos los médicos con quienes yo iba a hacer las anestesias, entré en el Sanatorio y en el hospital, y la cuestión es que llegó un momento en el que tenía que atender todas las urgencias y los partos por cesárea de las dos instituciones. Y advertí que en ese tiempo quedé como cautivo, casi sin darme cuenta”.
Una vez instalado en la ciudad, trabajó incesantemente en el Sanatorio Junín y en el Hospital San José, lugar que suele evocar con mucho cariño: “Tenía un excelente plantel de profesionales y también de personal de otras áreas. Venían médicos de la zona para aprender. Había mucha camaradería y se trabajaba en equipo. Ahí llegué a ser jefe del Servicio de Anestesio-logía. En ese puesto empecé a traer anestesiólogos de otros lugares que venían a formarse, y esa parte del hospital terminó transformándose en una especie de universidad, en donde se podía aprender mucho”.
Después de 36 años de carrera, Torviso calcula que asistió en unas 40.000 ope-raciones. A toda hora, en cualquier día. Es por eso, dice, que nunca guardó el auto en una cochera, lo dejaba en la calle porque si lo llamaban en la madrugada ya estaba listo para salir.
De esas casi 3 operaciones por día, recuerda especialmente las últimas: “Anteriormente, el cirujano siempre tenía la intensión de resolver los problemas pero a veces la anestesiología no daba para tanto, entonces a las personas de 80 años o más, en general, no se tocaban, porque en la aneste-siología no había tantos avances. Pero las últimas operaciones que hice fueron a 2 pacientes, una de 87 años y otra de 92, con eso terminé”.

La anestesiología

Jorge sabe que la mayoría de la gente que tiene que operarse, siente miedo por la anestesia, es por eso que la considera como una especialidad muy particular. “La anestesiología ya no es tan riesgosa -remarca Tor-viso-, ha cambiado tanto que yo envidio el hecho de no haber podido disfrutar de tales avances. Se ha simplificado mucho. En Inglaterra hicieron una investigación en la que se determinó que se moría, a causa de la anestesia, 1 de cada 10.000 personas”.
Según cuenta, desde la Federación Argentina de Anestesiología se ha sostenido en alguna oportunidad, que la anestesia está emparentada con la aviación, cuyos riesgos mayores están en los despegues y en los aterrizajes.
Además, considera que el suyo, es un trabajo que contribuye al éxito de una operación y también al prestigio de sus colegas: “Hay cirujanos que han llegado a ser brillantes porque en la cabecera hay un buen anes-tesiólogo que mantiene en buenas condiciones al paciente mientras opera. En general todo el mundo sabe quién lo operó, pero muchas veces no conocen ni siquiera el apellido del anestesiólogo. Cuando al Papa hubo que operarlo para sacarle una bala en el abdomen, yo pensaba en la responsabilidad del pobre anestesiólogo que tenía que mantener con vida a ese hombre”.

Balance

A la hora de revisar lo hecho, Torviso subraya que “no tengo nada más que buenos recuerdos”.
En cuanto a la decisión de mudarse a Junín, confiesa que está muy conforme y recalca que es una ciudad “a la que quiero mucho y le debo mucho”.
Como no podía ser de otra manera, y continuando con la tradición, uno de sus hijos es médico. “Está haciendo la especialización en España, quiere ser médico general y eso a mí me parece brillante. El va a ser un gran profesional”, asevera con voz de padre orgulloso.
Y a pesar de que supone que, en general, se recuerda a los cirujanos pero no a los anestesiólogos, en su caso la realidad desmiente esta afirmación, ya que cosecha muchas muestras de gratitud: “Yo no soy un actor de cine ni un cantante, pero la gente me saluda y me reconoce todo el tiempo. Salgo a la calle y me encuentro permanentemente con personas que me agradecen, y eso me hace vivir muy feliz, no sólo ahora sino que cuando trabajaba también me ocurría esto. Para mí son regalos afectivos”.

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