Pocos éxitos y más fracasos de la gestión Trump

Pocos éxitos y más fracasos de la gestión Trump

En política interior el presidente de los Estados Unidos enfrenta un adversario de mucha experiencia: los contra poderes democráticos. En política exterior, los ochenta años del multilateralismo y los valores universales. Elecciones en Canadá, Ecuador y Gabón.

Llegó el momento de iniciar un balance. Solo una decena de jornadas restan para alcanzar los famosos “cien días iniciales” de una presidencia o de un nuevo gobierno. La administración Donald Trump entró en el período donde los resultados predominan sobre las acciones. 

Hasta ahora todo fue una sucesión de hechos. Hechos controversiales solo desde lo ideológico. Y, como todo el mundo debiera saber, lo ideológico siempre va acompañado, para crítica o aprobación, de mensajes éticos, morales y hasta religiosos. Inevitablemente, lo ideológico se transforma en dogmático. 

No es el caso de los resultados. Se trata de un terreno donde se contabilizan éxitos y fracasos dentro del marco de objetivos que el propio interesado pretende alcanzar.  

Pues bien, desde los hechos y desde las palabras, el presidente Trump y su administración eligieron poner en práctica políticas disruptivas cuya consecuencia es la construcción de un mundo regido por los estados más fuertes, cada uno con su esfera de influencia. 

Se pretende cerrar así la etapa de los valores universales -libertad, democracia, estado de derecho, derechos humanos- que caracterizó al mundo desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta la asunción del actual presidente norteamericano. 

Son numerosos, como no podía ser de otra manera para un cambio de paradigma, los temas que eligió el presidente Trump para trastocar no solo las relaciones internacionales sino, además, la convivencia social dentro de los Estados Unidos. 

Enumeremos. 

Internacionales: Canal de Panamá, Golfo de México, Canadá -estado 51-, Groenlandia, guerra Ucrania-Rusia, guerra Medio Oriente, aranceles, tierras raras, China, Irán. 

Militares: Yemen, Somalia. 

Mixtos: Inmigración. 

Nacionales: Poder Judicial, género, universidades, ambiente, despido de funcionarios, wokismo.  

 

Internacionales 

En los próximos días, habrá que estar particularmente atentos a la evolución del conflicto Rusia-Ucrania con el posible abandono de la participación estadounidense.  

Un abandono que favorecerá a Rusia, país agresor, característica que nunca fue reconocida por Trump. Pero, además, obligará a una definición europea de apoyo en los hechos -no solo en las palabras-, para que el ejército ucraniano pueda hacer frente al ruso. 

Vladimir Putin, el presidente ruso. No habla. Solo sonríe. Sin gastos, Trump hace el trabajo sucio. Impenetrable, Putin reivindica la paz mientras ataca con misiles objetivos civiles. Su objetivo, recuperar los viejos imperios zarista y soviético. Tan es así que los bálticos y Polonia se preparan para la guerra. 

Como sea, aquella bravata de la campaña electoral del ahora presidente Trump–“en un día termino la guerra entre Rusia y Ucrania”- frente al presente, caracteriza el resultado de la intervención norteamericana: es fracaso. 

En Medio Oriente, la intervención norteamericana es confusa. No está en duda el apoyo a Israel. Sí, en cambio quien dicta la política: Israel o los Estados Unidos. Trump propuso el disparate de hacer de Gaza, vaciada de palestinos, una Riviera del Mediterráneo Oriental. No es aún fracaso, pero huele como tal. 

Medio Oriente lleva aparejada la cuestión nuclear iraní y su negativa a desmantelar sus plantas de uranio enriquecido, susceptible de uso militar. El diálogo entre estadounidenses e iraníes parece destinado al…fracaso. ¿Entonces qué? ¿Ataque israelí? ¿Trump mero observador? 

De momento, y desde lo bélico, Estados Unidos ataca a los rebeldes hutis que gobiernan buena parte del Yemen. Los hutis son chiitas y, por ende, aliados de Irán, del Hamás y del Hezbollah. Atacan a los cargueros que atraviesan el Mar Rojo. Estados Unidos responde. Por ahora, resultado neutro. 

Las fuerzas armadas norteamericanas también atacan, vía aérea, a los combatientes de Estado Islámico en Somalia. No así a los predominantes shabab, cercanos a Al Qaeda que dominan buena parte del área rural del país.  

Fuera de las intromisiones en el continente americano queda China. Allí impera, de momento, una lógica guerrera pero comercial. Con algunas excepciones, como los automóviles o el acero, Trump incrementó, por unas horas, los aranceles a las exportaciones a Estados Unidos para todo el mundo. 

Luego se desdijo y limitó -al menos por 90 días- el “arancelazo” solo a China. No sin datos -las ventas chinas a Estados Unidos cuadriplican las de sentido inverso”- Trump auguró un llamado –“arrojo de toalla”- del dictador chino Xi. 

De momento Xi no telefoneó. Por el contrario, se dedicó a tejer alianzas comerciales. Así, visitó Camboya, Malasia y Vietnam. A todos le dice algo así como “yo soy confiable, Trump no”. En definitiva, guerra comercial con China va para largo. Trump sin éxito a la vista.  

Quedan los pagos nuestros, el continente americano, donde a excepción del Canal de Panamá, las controversias están…en calma. Nadie sabe si las “reivindicaciones” del trumpismo continúan o no en vigencia. Canadá y Groenlandia, en particular. 

Tampoco queda claro si los Estados Unidos van a tomar el control del Canal de Panamá. Por lo pronto, el presidente José Mulino debió ceder la instalación de tropas norteamericanas en territorio panameño. Aquí, Trump avanza, no fracasa.   

 

Nacionales 

De los temas mixtos deben ser mencionados la ayuda y la inmigración. 

Trump entrevé los compromisos de Estados Unidos con el mundo como el negocio de todo el mundo a expensas del contribuyente norteamericano. Entonces, corte y recorte. Así cayó, casi por completo, USAID, el programa de ayuda norteamericano al mundo. Para el trumpismo, misión cumplida. Éxito. 

Mucho más difícil es la expulsión de indocumentados. Porque se organizan para escapar de las redadas. Pero, sobre todo, porque interviene la justicia que, sin generalizar, bloquea expulsiones. Ni éxito, ni fracaso. Va para largo. 

El extremismo ideológico de Trump encuentra un freno eficaz en el Poder Judicial. La disputa parece recién comenzar. Es una pelea de fondo. Está en juego el estado de derecho. Si gana Trump, el autoritarismo se apodera del país. Por ahora, empate. 

El presidente norteamericano no parece tener amigos. No le interesan los aplausos, ni las loas de sus admiradores. Los recibe con cuentagotas. Pero siempre suele haber una excepción. Se trata del presidente de El Salvador, Nayib Bukele. 

Bukele, reconocido constructor de cárceles recibe cuanto indeseable le proponga la administración norteamericana. Poco importa si es salvadoreño, venezolano o estadounidense, mismo. Bukele los encierra. ¿Por cuánto tiempo? Por el tiempo que la administración Trump pague 20 mil dólares anuales por cada preso. 

Todo un éxito para quienes no se preocupen por el debido proceso o por la presunción de inocencia, valores consagrados por la Constitución de los Estados Unidos y la de El Salvador. Por tanto, éxito de Trump. 

Quedan las cuestiones internas que pueden ser simplificadas a la batalla cultural contra la ideología del wokismo, aunque presenten características particulares. 

Así, se yuxtaponen las represalias contra las universidades que defienden la libertad de pensamiento con el proceso judicial ganado por Associated Press que peleó por los derechos de la prensa libre. 

O el achicamiento del Estado con el despido de funcionarios -180 mil- con el descarte de protecciones para áreas sensibles territoriales o la negación -con sus consecuencias- de los temas ambientales y del cambio climático. Resultado: mezcla de avances y retrocesos.

 

Elecciones 

Impresionante triunfo del presidente Daniel Noboa en Ecuador. Fue un resultado categórico, 56 a 44 por ciento sobre Luisa González, la candidata del “correísmo”, la corriente del ex presidente Rafael Correa, amigo de Chávez y de los Kirchner. 

¿Es un avance de la derecha autoritaria? El caso de Ecuador debe ser analizado con sumo cuidado. Es un país convulsionado por las disputas con el narcotráfico y por la guerra de carteles entre sí. 

A tal punto que, mediante un comunicado, el gobierno se declara en máximo estado de alerta por un posible atentado contra el presidente Noboa. Donde hay carteles, hay sicarios disponibles. Con todo, parece que hace falta algo más para atentar contra la vida de un presidente. 

Pero, la elección estrella que se avecina es la canadiense del 28 de abril del 2025. Su repercusión hubiese sido limitada sino fuese por dos personalidades: el ex primer ministro Justin Trudeau y, cuando no, el presidente norteamericano Donald Trump. 

El actual primer ministro Mark Carney, hace poco más de un mes que sucedió a Trudeau, remontó la adversidad, según las encuestas. Su partido Liberal, hoy, es favorito. Sus ejes de campaña: “yo soy diferente” frente a Trudeau y su defensa a troche y moche de la independencia canadiense. 

Queda una elección africana. La de Gabón, país petrolero, poco poblado, a caballo sobre el paralelo ecuatorial. Allí, un general, Brice Oligui Nguema, dio un golpe de Estado contra la familia Bongo que detentó el poder durante 55 años. 

Pese a decir lo contrario, Oligui no pudo con la tentación y, finalmente se presentó a las presidenciales y obtuvo algo más del 90 por ciento de las preferencias. Historia repetida. Por lo general, nunca termina bien. 

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