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Francia y los desvelos de Emmanuel Macron: política exterior, separatismo e independencia

Quizás por la aparición de la llamada segunda ola del Covid-19, tal vez porque la economía no está en vías de recuperación, seguramente porque el humor social parece al borde del agotamiento, o por la suma de todos estos factores, el presidente francés Emmanuel Macron direccionó sus acciones hacia la política exterior.
Es que luego de una “hiperactividad” que lo llevó a plantear reformas, no siempre coronadas con éxito aunque tampoco calificables de fracaso, tales como la política previsional o el calentamiento climático, el presidente puso el acento sobre sus relaciones con el resto del mundo.
No obstante, un nuevo tema surgió en política interior al retorno de las vacaciones –bastante frustradas por cierto debido al coronavirus- de verano: la lucha contra el “separatismo”. Un asunto que, aunque interno, no deja de exhibir vinculaciones externas.
El Presidente aprovechó la solemnidad de la celebración de la instauración definitiva de la República, ocurrida el 04 de setiembre de 1870, tras la derrota del emperador Napoleón III capturado por las tropas prusianas durante la batalla de Sedan, para lanzar, desde el Panteón de Paris, su combate contra el “separatismo”. 

No tan político
¿Qué representa el separatismo en Francia? ¿Quiénes son sus dirigentes, militantes y simpatizantes? La respuesta es el islam radicalizado. Se trata, pues, de un separatismo social y confesional más que político. Una segregación auto impuesta por un colectivo que reniega de las leyes de la República en la que vive.
Hasta las definiciones presidenciales del Panteón era factible imaginar aspiraciones nacionales entre los habitantes originarios –los “kanacks”- de Nueva Caledonia en el Océano Pacífico, colectividad francesa de ultramar, eufemismo moderno utilizado para designar a una colonia. Cuestión que trataremos en otro subtítulo.
También, aunque, con bastante menor relevancia, en las Antillas francesas, en particular en Guadalupe y Martinica, ambos departamentos de ultramar. Aún menos, en la sudamericana Guayana, capital Cayena, o en la Isla de la Reunión, en el Océano Índico sur. Algunas, quizás, en la Polinesia francesa.
Con la excepción de Nueva Caledonia, las otras colonias –departamentos o territorios de ultramar- no parecen predispuestos a separarse de la metrópoli. Seguramente en ello, mucho tienen que ver las subvenciones de la metrópoli y el asentamiento de una población francesa europea, en algunos casos y familias, de larga data.
Si se trata del llamado territorio metropolitano, existen sí, aspiraciones nacionales en la isla de Córcega –la tierra natal de Napoleón Bonaparte-, con idioma propio, el corso, y con una organización –en su momento, militar- el Fronte di Liberazione Naziunale Corsu (FLNC), hoy en decadencia, reemplazada por partidos nacionalistas y autonomistas legales que dominan actualmente el Parlamento corso.
También en Bretaña, aunque con muchísima menor amplitud que en Córcega, los partidos regionalistas –no corresponde hablar de independentismo, aunque resulte deseable para un 4,6 por ciento de la población- logran consagrar legisladores regionales y consejeros municipales. 
Sí, en cambio, y según la misma encuesta, poco más de la mitad de los bretones pretende mayores poderes para el gobierno regional, a expensas del gobierno central francés. Al igual que los corsos, los bretones cuentan con un idioma propio, aunque la mayoría se expresa en francés.
Por último, nadie habla de un “separatismo” vasco en Francia, aunque tampoco nadie se aventura a imaginar que ocurriría si algún día el nacionalismo vasco del lado español de la frontera alcanzase la independencia. 
No son pocos los vascos que adhieren a la idea histórica de las siete provincias vascongadas. A saber: las cuatro que componen el País Vasco español –en idioma vasco- Bizkaia, Gipuzcoa, Araba y Nafarroa en España; Lapurdi, Behe Nafarroa y Zuberoa, las tres de Francia.

Más allá del “Mare Nostrum”
Fuera del Mediterráneo, para la política exterior francesa es prioridad el Sahel subsahariano. Allí donde combate la fuerza Barkhane, conformada básicamente por el contingente militar francés junto a tropas de los países que integran la región: Burkina Faso, Mali, Mauritania, Níger y Chad, frente a los yihadistas que adhieren a Al Qaeda y a Estado Islámico.
El reciente golpe de Estado en Mali produjo y producirá necesariamente alteraciones más allá de la continuidad en superficie. Aunque a juzgar por las reacciones, el golpe militar en Malí alteró en poco o nada la presencia de Barkhane. 
Sin embargo, la liberación de una mujer rehén francesa, de un turista y un sacerdote italianos y de un ex candidato a presidente de Mali, por parte de los yihadistas que responden a la red Al Qaeda, da para el análisis sobre un eventual pase del combate militar a la discusión política.
El otro punto de la política exterior francesa es la relación con Rusia. Si al comienzo de su mandato, el presidente Macron jugó la carta del acercamiento, los gestos y sobre todo las acciones del presidente ruso Vladimir Putin colocaron en un terreno de ingenuidad las intenciones francesas.
El cambio legislativo para la reelección del mandatario ruso, los espionajes cibernéticos, el fomento del separatismo en Ucrania y la anexión ilegal de Crimea, la persecución de opositores –envenenamiento del dirigente Aleksei Navalny, incluido- y el apoyo más o menos explícito al autoritario presidente bielorruso Alexandr Lukachenko, fueron determinantes para el cambio de actitud francesa y europea.
Movedizo, tras la inmovilidad obligatoria de la primera ola del Covid-19, el presidente Macron no tardó en viajar a Letonia y Lituania, dos países bálticos otrora integrantes de la Unión Soviética, para demostrar la nueva actitud de firmeza.
La reunión, en Lituania, donde está asilada, con la candidata frustrada a la presidencia bielorrusa Svetlana Tijanovskaia, representó otro gesto en igual dirección. Gesto que se materializó con las recientes sanciones de la Unión Europea al autoritario presidente Lukachenko y al entorno del no menos autoritario presidente Putin.

El Pacífico Sur
Nueva Caledonia es una isla del Pacífico Sur bajo soberanía francesa desde 1853 que integra la lista de territorios no autónomos de las Naciones Unidas.
La población neo caledonia alcanza los 232 mil habitantes. Es de origen melanesio –los “kanaks” oriundos de la isla- en un 44 por ciento; el 34 por ciento es “caldoche”, apelativo con el que se designa a los franceses radicados; el resto provienen de otras islas del Pacifico y de naciones asiáticas. 
Hace ya 35 años que comenzaron las demandas de independencia. Durante los primeros años, los independentistas del Front de Libération National Kanak Socialiste (FLNKS) optaron por la vía armada. Tras una toma de rehenes sangrienta en 1988, privilegiaron la vía negociadora.
Así fueron suscriptos los acuerdos de Matignon, sede de la jefatura de ministros en Paris en 1988, y de Numea –la capital isleña-, diez años después. Dichos acuerdos prevén la celebración de hasta tres referéndums sucesivos para consultar a la población sobre la independencia.
El primer referéndum previsto en los acuerdos tuvo lugar en el 2018 con un resultado favorable a la continuidad como colonia del 56,67 por ciento contra un 43,33 partidario de la independencia.
El segundo se llevó a cabo el 04 de octubre del 2020. Nuevamente triunfó el no, pero esta vez con solo un 53,26 por ciento contra un 46,74 por ciento. El crecimiento del sí dio nuevos bríos al independentismo que ya demandó la realización del tercer referéndum previsto para el 2022.
Como se puede ver, todo parece estar hecho para que Nueva Caledonia alcance la independencia o la rechace, a través del voto popular, kanaks, caldoches y otros incluidos. Allí, la lucha del presidente Macron contra el separatismo no está contemplada.  

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