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INFORME INTERNACIONAL

Libia: una guerra por procuración

El territorio libio, por demás extenso, se divide en tres regiones históricas: la Tripolitania, la Cirenaica y el Fezan.

Tres regiones que recién fueron ocupadas por Italia tras la guerra ítalo-otormana de 1912 y unificadas bajo el dominio del gobierno fascista de Benito Mussolini en 1934.

Con la derrota de Italia en la Segunda Guerra Mundial, Cirenaica y Tripolitania fueron administradas por el Reino Unido y el Fezzan por Francia.

Fue la Asamblea General de las Naciones Unidas quién decidió la independencia del Reino Unido de Libia como un todo. Independencia que se concretó a finales de 1951 bajo una forma monárquica constitucional de gobierno, encabezada por el rey Idris I, en un estado federal que reconocía la autonomía de las tres regiones.

La colonización italiana dejó prácticamente nada. Solo dieciséis graduados universitarios en todo el país, ninguna escuela, menos de un cuarto de la población sabía leer y escribir, y el 5 por ciento de la población padecía ceguera.

En 1959 comenzó la explotación del petróleo, descubierto cuatro años antes. En 1963 fue abolido el sistema federal.

En 1969, el coronel Muamar Kadafi dio un golpe de Estado que acabó con la monarquía libia.

En 1977, Kadafi dio nacimiento a la “Gran Yamahiriya Árabe Libia Popular y Socialista”, .una especie de democracia directa –al menos en las intenciones- En la práctica, se trató de una dictadura del propio Kadafi.

Producto de los ingresos del petróleo, Libia vivió intensas transformaciones, desde una alfabetización masiva hasta la construcción de un gran río subterráneo para dotar de agua fresca a algunas poblaciones del país.

En paralelo, Kadafi se lanzó a una aventura militar contra el vecino sureño de Libia, el Chad, y organizó acciones terroristas contra objetivos occidentales en distintas partes del mundo. Inclusive, el estallido en pleno vuelo de dos aeronaves comerciales con pasajeros a bordo.

El 2011 vio una parte de la población libia levantarse contra Kadafi y tomar el control de varias ciudades. Kadafi, por su parte, resistía con la capital Trípoli en su poder. Pero su situación empeoraba a medida que varios países occidentales comenzaron una ofensiva aérea contra sus tropas.

Kadafi fue capturado en la ciudad de Sirte, su ciudad natal, y ejecutado sin juicio previo mediante linchamiento.

Desde entonces, Libia no pudo formar un gobierno estable y el país terminó en la actual situación de dos bandos combatientes.

De un lado, y con la ocupación de la mayor parte del país, la Cámara de Representantes de Libia cuya figura militar y política sobresaliente es el mariscal Jalifa Haftar, fuerte en Cirenaica, apoyado por Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Rusia.

Del otro, el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), mezcla de milicias y políticos, hasta ahora reconocido por Naciones Unidas, encabezado por el tecnócrata Fayez al-Sarraj, apoyado por Turquía y Catar, que retiene algunas zonas de Tripolitania, con la capital Trípoli asediada.

El caos libio se vio agravado, durante dos años, por la presencia de Estado Islámico (ISIS), en las ciudades de Sirte y Dema y sus ejecuciones de prisioneros cuyas grabaciones fueron subidas a las redes sociales. Finalmente, los terroristas fueron expulsados en 2016.

A principios del 2020, el avance militar de las tropas del mariscal Haftar hasta las cercanías de la capital Trípoli, motivó la decisión del Parlamento turco, a requerimiento del primer ministro, Recep Erdogan, de enviar tropas a Libia, en apoyo del GAN y del sueño del retorno del Imperio Otomano.

La decisión turca agrava un conflicto que ignora por completo la resolución de Naciones Unidas sobre embargo de armas para Libia, sancionada en 2011.

El 6 de enero de 2020, las tropas del mariscal Haftar arrebatan al GAN la ciudad de Sirte, ubicada a 450 kilómetros al este de la capital Trípoli.

Según varios observadores, al éxito militar de Haftar colaboraron milicias kadafistas  -que vuelven a escena- islamistas y mercenarios rusos, contratados por una agencia muy cercana al Kremlin, de nombre Wagner.

El camino quedó libre hasta Misrata, a 250 kilómetros de Trípoli, y principal bastión militar del GAN. En Misrata, será donde las tropas turcas instalarán su cuartel general, para resistir el avance del general Haftar.

Libia es el punto de desacuerdo más significativo en la nueva alianza ruso-turca que busca ser determinante en el Cercano Oriente y en el Mediterráneo sur. Tema que los presidentes Erdogan y Vladimir Putin trataron durante la reciente inauguración del gasoducto Turk Stream que aprovisionará Turquía con gas ruso, sin pasar por Ucrania. ¿Qué decidieron? Llamar a un alto el fuego.

En Libia, todos aceptaron, claro. Y un día después, ambas partes se acusaron de violarlo. Turquía y Rusia, inclusive.

A todo esto los europeos ven perder influencia. Con Francia que apoya a Haftar e Italia que oscila entre uno y otro, aunque prefiere al GAN, los europeos comienzan a percatarse que pueden ser los grandes perdedores: petróleo e inmigración ilegal que atraviesa el Mediterráneo desde las costas libias, mediante.

Como siempre, a las palabras se las lleva el viento. El alto el fuego de palabra, sí. A la hora de firmarlo, no. Fue en Moscú, donde el mariscal Haftar dijo “yo no firmo nada”.

Con Francia e Italia disminuidas al efecto, tocó entonces a Alemania interpretar el rol europeo en el conflicto. Angela Merkel reunió, el 20 de enero, una conferencia en Berlín. Fueron rusos, turcos, norteamericanos, ingleses, franceses, egipcios, italianos más Naciones Unidas, Unión Europea y Unión Africana. Todos con la declamación –solo eso- que nadie intervenga.

En la práctica, además de las aguardadas tropas turcas, ya están allí los paramilitares sirios enviados por Turquía y los mercenarios rusos de la empresa Wagner, que no son oficiales aunque… En total, una 3.500 combatientes extranjeros.

Y el mariscal Haftar se moviliza. Visita Atenas y busca apoyo griego, el sempiterno adversario –muchas veces, enemigo- de Turquía. Bloquea las terminales de exportación de petróleo como protesta por la presencia turca.

El 29 de enero 2020 es el propio presidente de Francia, Emannuel Macron, quién denuncia –en Grecia- a Turquía “por desembarcar blindados y paramilitares sirios en el puerto de Trípoli”. La inteligencia francesa estima entre 1.500 y 2.000 a los paramilitares sirios.

Va más allá. Envía al Mediterráneo Oriental una fuerza aeronaval a la que se suma una fragata griega.

La contestación turca es echar toda la culpa sobre Francia por el derrocamiento –sin mención explícita- de Kadafi y por apoyar al mariscal Haftar a cambio “de algún privilegio petrolero”.

El 4 de febrero, reunión en la sede de la ONU en Ginebra, Suiza. Participan cinco militares por cada bando. Todos hablan de cese el fuego durable, mientras se arman y enrolan paramilitares para continuar la guerra.

El 13 de febrero, con la abstención de Rusia, el Consejo de Seguridad de la ONU vota una resolución de “cese el fuego”, luego de diez meses de guerra civil sin pronunciamiento.

Mientras tanto, la caída de la producción de petróleo –con terminales bloqueadas por el mariscal Haftar- cae un 90 por ciento. Del 1,2 millones de barriles diarios a extraer actualmente solo 110 mil. Algo que, dicho sea de paso, dada la caída del consumo mundial por el coronavirus, resulta satisfactorio para los restantes productores del planeta.

Es que el petróleo se produce, se refina y se exporta desde Cirenaica, la región del mariscal Haftar. Pero se administra desde Tripoli, zona del GAN. Haftar considera que los recursos del petróleo que maneja el GAN van a parar al pago de los paramilitares sirios y de los tanques turcos. De allí, el bloqueo de las exportaciones y la reducción de la producción.

El 26 de febrero, el presidente Erdogan reconoce, en Esmirna, la muerte de oficiales turcos que combaten para el GAN en Libia. Una encuesta revela que el 85 por ciento de los turcos consultados se opone a la intervención en Libia. Trasciende que algunos de los oficiales muertos son enterrados en secreto, sin honores militares.

Una semana después, el libanés Ghassam Salamé, representante especial del Secretario de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en Libia, renuncia frente a la impotencia de la organización, la actitud de algunos de sus miembros y la intransigencia de las facciones libias.

Una de sus sentencias: “es grave que los Estados no consigan aplicar sus propias resoluciones. Pero es más grave aún, que las violen”.

Pero la internacionalización del conflicto no para: los representantes del mariscal Haftar firman, en Damasco, Siria, un acuerdo con el gobierno del presidente Bachar al-Assad. Ambos son aliados de los rusos y ambos enfrentan a los turcos.

Del otro lado, los paramilitares sirios que pelean del lado del GAN provienen de milicias rebeldes contra el régimen de Assad. Ahora, el gobierno sirio recluta paramilitares para combatir en las filas del mariscal.

Y llegó el cornavirus. El 26 de marzo, test del primer infectado en Libia. De allí en más, los ímpetus parecen haberse frenado.

 

Nota: Libia cuenta con 1.759.000 kilómetros cuadrados y una población estimada en 5.700.000 habitantes. Su principal recurso es el petróleo. Solo el 1,2 por ciento de su territorio es cultivado. Importa el 75 por ciento de sus necesidades alimenticias. Étnicamente, su población está compuesta por árabes, bereberes, tuaregs y tubus.

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