Ya están los dos líderes en Hanói para su segunda cumbre sobre desnuclearización. El norcoreano Kim Jong-un, tras un recorrido de 60 horas en tren cruzando toda China, se bajó en la frontera para cambiar a su coche oficial y llegó a Hanói como las estrellas de Hollywood a la ceremonia de los Oscar: en su limusina, entre la expectación de multitudes en las calles que esperaban avistar un atisbo suyo, flashes de fotógrafos que solo pudieron captar cristales tintados, una alfombra roja de bienvenida y actitud de que todo eso es de lo más normal. Horas más tarde, de noche, el presidente estadounidense, Donald Trump, llegaba de manera mucho más ordinaria: en avión. Y con las muchedumbres disminuidas por la oscuridad y las ganas de cenar.
A partir de este miércoles por la noche, con una cena, ambos abordarán a lo largo de dos días cómo hacer avanzar el proceso de negociación que comenzaron en junio del año pasado en Singapur. El marco de ahora es distinto al de aquel encuentro, el primero entre líderes de sus países. Entonces, ya el mero hecho de que ambos se vieran las caras y se estrecharan las manos era de por sí un avance. La vaga declaración sobre desnuclearización resultante de sus conversaciones resultaba, hasta cierto punto, secundaria.
Ahora, en sus conversaciones en el centro histórico de Hanói, los mandatarios deben llegar a acuerdos concretos, o arriesgarse a que el proceso pierda credibilidad.
Las reuniones preparatorias han sido mucho más trabajadas, y más intensas, que en el accidentado camino hacia Singapur, que llegó a ver cancelada la reunión antes de convocarse de nuevo. Los equipos liderados por Stephen Biegun, del lado estadounidense, y el ex embajador norcoreano en Madrid Kim Hyok Chol, consiguieron desarrollar una relación profesional.
Pero si la esperanza es que se anunciarán pasos concretos, las expectativas no prevén que sean muy ambiciosos o que vayan a cambiar de modo radical la situación actual.
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