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CONSECUENCIAS

Suspendieron entrega de ayuda humanitaria tras la represión de Maduro

El plan para reanudar los envíos a Venezuela fue suspendido hasta la cumbre del Grupo Lima en Bogotá.

!Sí se puede. Sí se puede!”, cantaban los exiliados venezolanos arriba de los camiones que cargaban la ayuda humanitaria desde Cúcuta a Caracas. Gente de buen corazón, sin experiencia política, creían que podían pasar la frontera sin inconvenientes y que Nicolás Maduro caía en los próximos días. Su ilusión se machucó frente a un sistema de represión ilegal desplegado por Maduro en los puentes Simón Bolívar y Ureña.
El líder populista no tuvo compasión: tiró gases lacrimógenos, atacó con grupos parapoliciales, asesinó a sangre fría e incendió dos camiones que llevaban medicinas y alimentos. La réplica de Maduro pone en una encrucijada al presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó: repetir el camino a la frontera con los militantes como avanzada táctica o abrir la posibilidad de un golpe de Estado diseñado y financiado por los Estados Unidos.

Bajo siete llaves
Hasta la noche del sábado, Guaidó optó por la prudencia. Los camiones quedaron en la zona del puente Tienditas, la ayuda humanitaria guardada en la bodega 1 y el plan para reanudar los envíos a Venezuela fue suspendido hasta la cumbre del Grupo Lima en Bogotá, que tendrá la participación especial del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, y del propio presidente Guaidó, que decidió quedarse en Colombia.
No sólo se suspendieron los envíos de ayuda humanitaria a Venezuela, sino que también se resolvió desalojar los puentes más activos de Cúcuta para evitar que los jóvenes opositores a Maduro queden a merced de los grupos parapoliciales que operan al otro lado de la frontera. “Les he pedido a las autoridades locales que se despeje el puente Simón Bolívar, y de la misma manera, el puente Francisco de Paula Santander (Ureña)”, reveló el presidente de Colombia, Ivan Duarte.
En este contexto, Maduro reprimió y asesinó, incendió la ayuda humanitaria, logró que se suspendieran sus envíos hasta nuevo aviso y rompió relaciones diplomáticas con Colombia. Demasiado para un dictador que enfrenta a Estados Unidos, Alemania, España, Francia, Canadá, Brasil, Japón, Argentina, Chile, Israel y el Reino Unido, entre otros países. El sistema internacional ajustará cuentas con Maduro y ocurrirá en Bogotá al cierre de las deliberaciones del Grupo Lima, pero para la Casa Blanca una nueva sanción multilateral tendrá sabor a nada.
Donald Trump nunca descartó la invasión a Venezuela o un golpe palaciego para derrocar a Maduro. Sin embargo, el presidente americano mantenía las formas y aguardaba los resultados de una estrategia diplomática reforzada con sanciones financieras y económicas al régimen populista. Sin embargo, los hechos acaecidos el sábado en Cúcuta aceleraron los tiempos: sus funcionarios Mauricio Claver, Eliott Abrams y John Bolton, halcones de nacimiento, son más afines al hierro que a los libros de Emmanuel Kant, y respecto a Maduro creen que la hora de la espada ha sonado.
Estados Unidos tiene experiencia en golpes de estado e invasiones militares, pero en esta coyuntura debería convencer a los miembros del Grupo Lima. Con todo, Trump tiene un atajo que se llama Juan Guaidó. El presidente interino apostó una cuota importante de su credibilidad interna a que los alimentos y medicamentos llegarían -“sí o sí”- a Venezuela, y esa promesa ahora se parece a un trofeo de caza que Maduro hubiera colgado con gusto en Miraflores. Guaidó rechaza la injerencia extranjera, un concepto variable acorde a la experiencia americana en tan controvertida materias de política exterior.

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