None
ESTO QUE PASA /PANORAMA POLÍTICO DE LA SEMANA

De las piruetas retóricas al amargo realismo

Fueron dos meses horrendos y nada autoriza a pensar que los que vienen vayan a ser mucho mejores. La Argentina sigue viviendo al día, espiando la cotización del dólar y constatando la caída de las reservas. Ni una sola medida oficial revela que haya planes, ya no de largo, sino al menos de medio plazo. El equipo que maneja al país produce medidas a granel casi todos los días y ya no hay tiempo ni concentración para evaluar qué va siendo de ellas a medida que pasan las semanas.
El vértigo de los acontecimientos más clamorosos es permanente e ininterrumpido. Desde fines de 2013 la sucesión de hechos angustiosos no ha dejado de precipitarse como una catarata de infortunios asumida como fatalidad inexorable. Saqueos, motines y apagones no sorprenden ni asombran en un país que convive con toda naturalidad con el desorden y el ruido, pero también con las contradicciones más flagrantes y los zigzagueos más evidentes, perpetrados por una gestión política que en lo único en que permanece inmodificada es en su obstinado apego a los arcaísmos ideológicos más increíbles.

País antiguo

Cuarenta años después de que el pensamiento que se definía como revolucionario pusiera en boga la teoría de la “alienación” de las masas, supuestamente engañadas por unos medios de comunicación omnipotentes e invencibles, el gobierno de la Argentina insiste, desde Cristina para abajo, con que los males nacionales son inventados por unos medios que viven en campaña permanente para hacerle daño al país. Así es de antigua la Argentina oficial de hoy, conducida por un grupo que se ha propuesto reivindicar de manera integral el pétreo dogma estatista que ya era enclenque en 1974, cuando los Montoneros se fueron de Plaza de Mayo y le dieron la espalda a Perón.
Todo sucede como en una película proyectada hacia atrás. A la edad de 60 años, Cristina se emociona ahora con la foto de Che Guevara en La Habana, muerto en 1967, y lo define como luchador de la libertad. Los economistas del Gobierno postulan (y tratan de ejecutar) criterios que determinen cuál es el grado legítimo de lucro que debe tener una empresa. Se proponen direccionar el mercado como si fuera posible disponer de arriba para abajo todas las variables.
Los dislates se multiplican. Una banda de músicos mexicanos llega en avión oficial de la gobernación de Catamarca a Villa María contratada por el intendente kirchnerista Eduardo Accastello, que -liberado del cepo cambiario- les paga por adelantado el traslado de los equipos de sonido. Costo de los honorarios de los músicos: 360.000 dólares de los Estados Unidos, en efectivo. Así se explicó Accastello: “en la Argentina todo lo que son actividades deportivas y culturales tienen un tratamiento especial (sic) en la Afip”. Por eso, “las denuncias son una cuestión eminentemente política a partir de un sector que lo ha planteado a nivel nacional”. Es la manera argentina de hacer las cosas, con “tratamientos especiales”, ese estado de excepcionalidad permanente que ha hecho del país lo más parecido a Venezuela, en un hemisferio donde excepto ambos países, en ninguna parte se verifica este tipo de políticas y artilugios cambiarios y presupuestarios.

País imprevisible

La misma discrecionalidad que hace de la Argentina un país totalmente imprevisible es el devaneo cambiante en materia de orden callejero y conducta policial. Hace ya varios días que la Policía Federal flexiona sus músculos en la capital federal para evitar cortes y bloqueos de la vía pública que durante años fueron respetados y tolerados. ¿Por qué ahora y no antes? Ahora, y recién ahora, el Gobierno dice que “los cortes de calles tienen asqueada a la gente”. Así, al menos, lo enunció el secretario de Seguridad, teniente coronel Sergio Berni. La Argentina es escenario de una anomia colosal y eso se ratifica en la comedia de los llamados “manteros” que han colonizado avenidas y calles enteras de muchas ciudades. Protegidos por la ensalada supuestamente “progresista” que ve en ellos a humildes víctimas del capitalismo, se los ha admitido durante una década y hoy son casi inmanejables. En la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, ya hay una diseminada y vasta colonia de emigrados de Senegal, una nación del África occidental, que venden los mismos anteojos, relojes y bijouterie, clarísima evidencia de que ellos son la materia prima de una ostensible explotación mafiosa. ¿Cómo entraron al país viniendo de tan lejos y siendo tan pobres? ¿Qué documentación tienen? ¿Qué beneficios sociales reciben? País de generosidad irrestricta, la Argentina posa de garantista y progresista, pero al convalidar movidas demográficas clandestinas se envenena el mercado laboral y se daña seriamente al comercio local, obligado a una transparencia fiscal que no se aplica para este ejército de personas cuya indigencia no se puede ignorar, pero cuyo impacto en la vida cotidiana tampoco debería dejar de advertirse.
Pero el problema central no pasa, desde luego, por los “manteros” ni por los pobres senegaleses, que hasta se animaron a hacer un corte de calles, algo que sería inviable e inimaginable en ciudades donde residen muchos de sus connacionales y colegas en la venta ambulante, como París y Nueva York.

País tenso

La tensión social se va articulando al comenzar febrero con los reclamos de trabajadores que demandan aumentos salariales en consonancia con la inflación tangible que el “neo keynesiano” Axel Kicillof denomina “deslizamiento de precios”.
El Gobierno, como siempre, alega ser víctima de los intentos de desestabilización de la oposición política, empresarial y sindical. Los choferes de ómnibus de larga distancia (Unión Tranviarios Automotor) arreglaron a última hora con la patronal, luego de exigir un alza salarial retroactiva a enero, prolegómeno de la negociación paritaria. Esta paritaria, como otras, debe asumir que en 2013 la inflación fue del 28%, cifra que ya se descuenta como inferior a la prevista para este año, a la que Orlando Ferreres estima en un piso del 30%. Ferreres, que trabajó para el gobierno de Carlos Menem a principios de los años noventa, asesoró al gobierno kirchnerista (y en particular a Julio de Vido) en los primeros años de la “década ganada”, según admitió el economista días atrás, en una reunión con hombres de negocios argentinos en una playa uruguaya.
La exhibición de fuerza hecha por el ministerio de Seguridad ante los trabajadores que manipulan control de equipaje y carga para Aerolíneas Argentinas en el Aeroparque, pero no forman parte del plantel formal de la empresa, fue la respuesta oficial a un violento pedido de 35% de aumento salarial.

País acosado

Sin alterar nada el monocorde discurso oficial, Jorge Capitanich hizo de comentarista político una vez más: el Gobierno, dijo, enfrenta “una estrategia de desestabilización permanente” promovida por la oposición y sectores sindicales, sociales y económicos. Según el chaqueño, “el escenario es atacar, atacar y atacar a un gobierno que tiene un líder excluyente (Cristina Kirchner), mayoría en el Congreso, mayoría de los gobernadores provinciales, entre propios y aliados... lo que implica tener un poder político consolidado”. ¿Qué habrá querido decir el contador Capitanich con “líder excluyente”? En verdad, excluyente es algo que excluye a todo lo que no sea quien así se define. Además, como ordena el catecismo de la permanente auto victimización, dijo que el Gobierno está “luchando contra grupos económicos poderosos que pretenden establecer su propio sistema de precios”. Según la Cámara de Omnibus de Larga Distancia, el sector no puede atender un reclamo “cuyo costo supera los 104 millones de pesos mensuales entre el incremento de salario básico y viático”. Los enemigos del Gobierno son múltiples, porque después de quejarse de que la Argentina “no merece tener empresarios así”, Capitanich se mandó contra los sindicalistas por criticar al Gobierno y no cuestionar a “los empresarios que aumentan los precios en forma indiscriminada”. ¿Era todo? No, faltaban los “grandes productores” agrícolas que, según el Gobierno, no quieren vender su producción y liquidar divisas en el mercado local, porque “especulan, en espera de un dólar más alto”.
La devaluación del peso argentino en más del 22% en enero conlleva un maremoto que el Gobierno presume poder controlar con más controles, más intervención, más dirigismo, más “medidas”. ¿Cuántas veces tiene que tropezar el Gobierno con la misma piedra hasta advertir su error? Tempestuoso febrero y comienzo de otoño cabe aguardar, a menos que se produzcan milagros.

COMENTARIOS