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ESTO QUE PASA | ANÁLISIS POLÍTICO DE LA SEMANA

De Néstor a Ricardo, pasando por Cristina

En nombre de la desregulación, desreguló. En nombre de la equidad social, enriqueció discrecionalmente a una oligarquía de “concesionarios” y, de paso, se hizo muy rico él mismo, que era un cuatro de copas hace apenas diez años. Se empachó de anuncios descomunales pero perfectamente mentirosos, mientras administraba, por delegación presidencial, una caja sin fondo. Capitalizó su poder con audacia ilimitada pero a la vez fue “generoso” en el desparramo de la manguera financiera que su jefe le confió.
Fue el zar de los transportes argentinos desde mayo de 2003 hasta junio de 2009, seis largos años durante los cuales no fue un nimio “perejil”, sino un ejecutor consciente y muy autorizado de una política que -como todo lo que sucede en la Argentina desde mayo de 2003- es personalmente dictaminada por quien encabeza el Poder Ejecutivo. No se anduvo con minucias. La endeble y oscura Secretaría de Transporte de la Nación había erogado en mayo de 2003 (transición del presidente Eduardo Duhalde al presidente Néstor Kirchner) subsidios por 35 millones de pesos a las empresas que explotan el negocio de los colectivos. Sólo el rubro del transporte automotor, recibió 622 millones de pesos en mayo de 2009, seis años después, o sea un aumento de 17 veces.

Quiebre

Nadie puede asegurar que el procesamiento y prisión preventiva ordenados por el juez Claudio Bonadío contra Ricardo Jaime, se haya o no presentado al leerse estas líneas, impliquen el quiebre de un muro de blindada impunidad y que, “ahora sí”, por ese boquete se filtre y disemine todo lo hasta ahora encubierto.
Pero el caso tiene una potencia que supera en mucho la saga de “sobreprecios” (ese eufemismo para designar vulgares coimas) y la cadena de la felicidad que, a costo de los impuestos de los contribuyentes argentinos, lubricó durante años a la “patria ferroviaria”, tan insaciable como inescrupulosa. Jaime, pues, no es Jaime. No es, en todo caso, “sólo” Jaime, un “ladronzuelo” menor que se aprovechó con malas artes de la buena fe de sus virtuosos superiores. No es eso; es un símbolo y una foto imborrable.
No se maneja la Secretaría de Transporte de la Nación, durante tantos años y con tantos recursos, a espaldas de un poder tan vertical y despiadadamente centralizado como el que edificó el kirchnerismo en el Gobierno nacional, pero ya había formateado y puesto en exitosa vigencia en Santa Cruz en los doce años previos a 2003. De ninguna manera, entonces, Jaime es sólo Jaime. No es un hombre más, es una conducta. No es un funcionario, es una forma de “gestionar”. No es un cuadro técnico, es un audaz y eficiente ejecutivo al servicio de algo que lo trasciende largamente.

Trayectoria

El agrimensor cordobés Ricardo Raúl Jaime tiene 58 años y ya en 1983, a los 28, llegó a la Dirección General de Catastro de su provincia, de la que se largó enseguida, para recalar en 1984 en Caleta Olivia, la localidad petrolera ubicada al norte de Santa Cruz, que sería su personal tierra de la miel y de la leche, primero como director de Catastro hasta 1987 y luego, ya inmerso en la política, concejal peronista y presidente del Concejo Deliberante hasta 1991. Pero, a esas alturas, era soldado calificado de la tropa de Néstor Kirchner, que, como intendente de Río Gallegos, “militaba” para trepar a la gobernación.
Jaime fue cuadro clave de Kirchner. Cuando asume en diciembre de 1991, lo ubica como Ministro Secretario General de la Gobernación. Ahí permanece Jaime hasta 1996, a las órdenes de Kirchner. En 1996, Kirchner lo pone al frente del Consejo Provincial de Educación, donde se instala hasta 1999. Acaece en ese momento una curiosa deriva: entre fines de 1999 y mayo de 2003, Jaime será viceministro de Educación en su Córdoba natal, nombrado por José Manuel de la Sota en su primer mandato. Lo “repatriará” Kirchner no más asume la Presidencia de la Nación. Kirchner elige a sus hombres y sabe con quién trata: lo pone a Jaime como Secretario de Transporte de la Nación. Se abrocha al cargo durante más de seis años.
No sólo fue el hombre de Kirchner en un puesto tan estratégico, sino también lo sería de Cristina. Tras jurar en mayo de 2003, Jaime sale del Gobierno recién después de la derrota electoral del kirchnerismo de junio de 2009. Fue Secretario de Transporte cuatro años con Néstor y dos años con Cristina. Tras su “renuncia”, Jaime comienza a peregrinar por la intemperie. Entre junio de 2009 y julio de 2013, han pasado cuatro años para que fuera procesado. Más de treinta denuncias judiciales y veinte procesos abiertos llueven sobre este hombre oscuro y chato, obsesionado por las joyas y los trajes a medida, pero también fascinado por los aviones ejecutivos y las propiedades opacamente habidas.
Corrupción, dádivas, enriquecimiento ilícito, irregularidades en el otorgamiento de subsidios, abuso de autoridad, malversación de caudales públicos, asociación ilícita, irregularidades en su gestión al haber usado el poder para resolver cuestiones personales, estrago culposo y administración fraudulenta, desacato a la autoridad al desobedecer una medida cautelar impuesta por un juez y abrir una licitación cuando de por medio existía una orden judicial que la impedía, encubrimiento de lavado de dinero. Éstas son algunas de las carátulas que durante cuatro años fueron nominando las causas del estrecho colaborador de los Kirchner. No sólo eso, también se lo procesó como responsable del choque ferroviario que mató a 51 personas y dejó heridas a otras 800, y por incumplimiento en los deberes de funcionario público.

Metodología

Con Jaime y los presidentes para quienes trabajó, el Estado financiaba a una verdadera banda de ubicuos “concesionarios” que llenaba sus cofres. Todo pagado por la sociedad a través de los impuestos. La famosa “mesa de los argentinos” todo lo permitía: viajar a precios regalados supuso engordar hasta la obesidad a la patria contratista modelo siglo XXI. En la certera visión de Diego Cabot, tal vez el periodista que más y mejor ha cubierto la “política” de transportes del kirchnerismo durante una década, “Ricardo Jaime encarnó como pocos la ideología con la que el ex presidente Néstor Kirchner concebía la relación con el mundo de los hombres de negocios. Empresarios adoctrinados, confusa regulación, mucha discrecionalidad, una caja millonaria, anuncios rimbombantes y una aceitada cadena de favores capaz de costear la política y los gustos caros de los funcionarios amigos” (La Nación, 13 de julio de 2013). Es evidente que tuvo la plena confianza de Néstor Kirchner, y de hecho el aval de la ya presidenta Cristina Kirchner, aunque las balas mediáticas de sus escándalos rebotaban sobre las moquettes que pisaban sus zapatos importados.
¿Cómo pensar en mala praxis? ¿Quién puede alegar ignorancia o ingenuidad en sus superiores? El calvario político del Gobierno es que se manejó desde el primer día con una explícita concentración del poder. Eliminó los acuerdos de Gabinete. A los pocos años de estar en el poder, hizo desaparecer las conferencias de prensa presidenciales. Todo se hacía en, y desde el despacho presidencial. Alberto Fernández, que estuvo en la oficina de al lado nada menos que hasta julio de 2008, lo supo muy bien. Su sucesor, el ahora opositor Sergio Massa, convivió un año completo con Jaime, porque fue jefe de gabinete hasta julio de 2009: ambos se tuvieron que ir del Gobierno casi simultáneamente. Para Cabot, Jaime “no hizo absolutamente nada sin la venia de Néstor Kirchner, su amigo, a quien visitaba en la Casa Rosada a diario, siempre a última hora. Jamás se reportaba al ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, su jefe de acuerdo al organigrama. Su relación era con Kirchner”.
No ha sido condenado. Ha sido procesado. Pero la peripecia de Jaime ilumina un momento inefable y muy elocuente. No hay “relato” con qué encubrirlo. Es un momento impregnado de inconfundible olor a cambio, un punto de inflexión. Aunque aún falte bastante, ya nada debería ser igual.

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