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El paro de actividades de esta semana resultó masivo, pero en eso mucho tuvo que ver la falta de transporte y los piquetes, que impidieron a muchos ejercer su derecho a trabajar.
LA COLUMNA DE LA SEMANA

Las paralelas no se tocan

El contraste fue elocuente. La Argentina de los relatos habló de un “paro general exitoso” y no se aventuró a más. La Argentina del trabajo y del estudio hizo su demostración un sábado por la tarde sin mediar convocatoria alguna de dirigentes.
La Argentina de los relatos nada dijo de la íntima dependencia de "semejante éxito" con el paro de los transportes. Nada sobre la intimidación previa del sindicalista taxista Omar Viviani contra quienes intentasen ejercer su derecho a trabajar. Nada sobre los incidentes provocados por la izquierda y el kirchnerismo que discuten la paternidad de la protesta.
La Argentina del trabajo y del estudio, hace una semana, demostró que está harta de cualquier otra cosa que signifique modos más o menos encubiertos de torcer la voluntad popular emanada de las urnas en la última elección nacional. Lo hizo en paz y sin molestar a nadie.
La Argentina de los relatos recurrió a las mañas de siempre para tratar de asegurar un resultado positivo a su convocatoria. Así, la imposibilidad de concurrir al trabajo para quienes viven alejados del lugar donde desempeñan tareas se travistió en un acatamiento de las directivas emanadas desde una desprestigiada CGT.
A la Argentina del trabajo y del estudio no le hizo falta transportes que no presten servicio, ni colectivos escolares que funcionen, para converger en una libre y espontánea –por la decisión de cada uno- demostración de fe republicana.
Es el contraste entre dos Argentinas que deberán dirimir diferencias en las próximas elecciones legislativas de octubre del corriente año. Guste o no, no hay unión posible. No pueden convivir. O el país decide por la República o retorna al populismo. En ambos casos, bajo cualquiera de sus formas.
No hay espacio para más. O seguimos con políticos que convierten al Estado en un botín de guerra. O cambiamos y se limitan a su rol de administradores de la cosa pública.
O mantenemos sindicalistas ultra enriquecidos que pontifican sobre las necesidades de los trabajadores. O encontramos dirigentes que persiguen beneficios para sus representados sin afectar la producción y las fuentes de trabajo.
O continuamos con una intermediación inmanejable para la distribución de la necesaria ayuda social para los carenciados. Intermediación que los utiliza como clientela rehén. O buscamos canalizar la ayuda de manera directa y automática a través del Estado sin intermediarios de ningún tipo.
O insistimos con un empleo público desbordado, de bajísima productividad que solo habla de salarios. O elegimos premiar a quienes cumplen y castigar a quienes incumplen.
Desde hace muchas décadas, la Argentina está partida en dos. Es hora de elegir.
Elegir el populismo es vivir de crisis en crisis. Es aceptar gastar más de lo que uno gana. Es hipotecar el futuro. No el lejano, sino el inmediato. Es ahondar la crisis de la educación pública. Es condenar a un pésimo sistema de salud pública. Es liquidar el último vestigio –si es que aún subsiste- de igualdad de oportunidades.
Elegir la República es iniciar el duro y espinoso recorrido del imperio de la ley, de la previsibilidad y la certeza. Es un presente que no compromete el futuro.

Internas (uno)
Hay algo rescatable en Omar Viviani. Y es que no mintió. No se trata de discutir si “se le soltó la cadena” como él mismo intentó justificar su amenaza de volcar los taxis cuyos propietarios o peones decidieran trabajar. Se trata de comprender que no se trató de un episodio aislado.
Es el “modus operandi” que impera en el mundo sindical. O al menos en la mayor parte. Y no por repetido pasa a ser natural
Pero Viviani, en esta oportunidad, respondió además a una segunda lógica que impera en ese mundo sindical. La de “pata” del peronismo.
De allí que el mundo del sindicalismo –no el del trabajo- descansa o se intranquiliza en función de la interna peronista. 
Viviani no fue otra cosa que un referente en ese mundo del sindicalismo. Como tal, cumplió su rol de provocador. Un rol que no fue distinto del que cumplieron, hace un mes, los “barra bravas” al servicio de los K que ocuparon el escenario de la movilización cegetista a Plaza de Mayo.
En el esquema populista que hoy presenta la Argentina conviven la izquierda, el peronismo kirchnerista y el peronismo tradicional político-cegetista.
Son otras las épocas y no tabletean las armas de fuego, pero la similitud con los actores de la década del 70 es patética. 
Así, la izquierda actual parece añorar al Ejército Revolucionario del Pueblo –el ERP- de Santucho y Gorriarán Merlo. El peronismo kirchnerista y sus aliados reivindican a los peronistas Montoneros. Y el resto del peronismo, con excepciones, al menos por el momento, aún no se asemeja a los grupos violentos que dieron origen a la Juventud Peronista de la República Argentina y a la Triple A.
Frente a este estado de situación, la gran disputa entre República y populismo compite con la pequeña –en el sentido subalterno- disputa interna del populismo.
Es la pelea peronista que, como siempre y esto también resulta patético, se dirime en el seno de la sociedad.
Pruebas al canto. Aparece como más que claro que la convocatoria al paro general por parte de la CGT fue una respuesta desganada a los intentos de desborde por parte de la CTA, ahora cuasi reunificada.
Nadie sabe muy bien para qué se hizo. Si se trata de empleo, luego de algunos despidos durante el año anterior y aunque lentamente, ahora la desocupación decrece. Si se trata de salarios, no cayeron, ni muchos menos para los trabajadores en blanco que son quienes aportan a los sindicatos.
Si se trata de ajuste, pese a la tímida adecuación de las tarifas a la realidad, el gasto público no se redujo y la ayuda social aumentó significativamente frente a las épocas del populismo.
A nadie escapa, entonces, que el “paro general” de la CGT despide olor a interna.
Y aquí viene el “quid” de la cuestión en la pequeña –subalterna- pelea interna del peronismo. 
O decide renegar de una parte no menor de su historia y pasa a formar parte de la República. O continúa en el populismo en manos de los K. Debe dirimirlo y dejar de someter a la sociedad a sus luchas de facciones.
Alguien dirá: para eso están las PASO. Sí, las PASO están, pero solo para definir candidaturas. 
Es impensable imaginar que una PASO produzca una definición tajante de la contradicción entre República y populismo. Cualquier competencia interna del peronismo donde uno de los contrincantes resulte el kirchnerismo, indefectiblemente equivale a una mera discusión de nombres. No de conceptos.
Llámese Florencio Randazzo o como se llame, competir con Cristina Kirchner o con cualquier mascarón, equivale a legitimar al populismo de la “década ganada” y a la corrupción hasta entonces inédita que lo acompañó.
Randazzo no demuestra ser, de momento, otra cosa que un kirchnerismo prolijo en contraposición al kirchnerismo desbocado de la propia Kirchner, de Aníbal Fernández.
Con todo es una de las tres caras visibles –generacionales y políticas- de los gabinetes K que activan en política y que se presentan vigentes en la actualidad.
El segundo actor es Sergio Massa. Fue el primero en saltar –luego de ocho años- del kirchnerismo hacia un hipotético y eventual intento republicano dentro del peronismo.
El tercero, Martín Lousteau, definitivamente alejado del conglomerado justicialista.

Internas (dos)
Del otro lado, la República.
Seguramente, el costado menos “afianzado” del campo republicano resulte, precisamente, Sergio Massa.
En su haber, debe ser considerada la probable alianza con la ex radical Margarita Stolbizer. Sin dudas, Stolbizer representa una garantía de republicanismo.
Por supuesto, que como siempre en política, no necesariamente uno más uno es igual a dos. 
Yuxtaponer Massa y Stolbizer implica perder “amigos” dentro del Frente Renovador, que deberán ceder candidaturas, a la vez que seguidores de Margarita ofendidos por la alianza con un ex jefe de gabinete de Cristina Kirchner.
No obstante, si así resulta, Massa habrá dado un paso importante en pos de incorporar un sector del peronismo a la República.
Claro que subsistirán las desconfianzas. Nadie olvida la acogida que el “renovador” brindó, en su momento, a Raúl Otacehé, un ex barón del Gran Buenos Aires representativo de todo aquello que no resulta, precisamente, renovador.
De cualquier forma, no son pocos quienes se preguntan si este era el momento de llevar a cabo esa posible alianza con los “margaritos”.
La respuesta parece ser doble. Por un lado, es posible ganar prestigio, y eso nunca es malo. Por el otro, ante semejante polarización en puerta, entre el kirchnerismo y el macrismo, entre el populismo y la República la “ancha avenida” del medio que Massa reivindica corre serios riesgos de convertirse en un sendero no del todo individualizable
En la vereda de enfrente, la coalición de gobierno –para algunos-, meramente electoral –para otros-, denominada Cambiemos.
Seguramente, y aún pese al paro general del sindicalismo, los últimos días resultan propicios para un gobierno que comenzó el año casi a los tumbos.
Obviamente, el momento de cuasi gloria no se debe al accionar del propio gobierno, sino a la voluntad expresada libremente por gran parte de la ciudadanía de no retornar al pasado populista y de desafiar a quienes así lo buscan.
En gran medida gracias al peronismo kirchnerista, el Gobierno sabe, hoy, que una importante porción de la población lo respalda y lo defiende.
Claro que no debe equivocarse en la lectura. Esa importante porción no necesariamente comulga con el presidente Mauricio Macri, o con el gobierno de Cambiemos. Sí lo hace, en cambio, con su inequívoca posición republicana.
Ahora bien, en la “divisoria de aguas” que sintetiza hoy a la sociedad argentina ¿Qué debe hacer el Gobierno y la coalición Cambiemos?
Para algunos, contemporizar. Para otros, la enorme mayoría de quienes desfilaron hace una semana, profundizar.
El conflicto docente es una prueba de ello. La sociedad parece harta de un paro con olor político. O mejor dicho casi de interna política dentro del gremialismo peronista, sin menospreciar el ataque que, desde la izquierda, sufre Roberto Baradel.
Pero el paro, cuasi masivo de entrada, se desinfló paulatinamente, a medida que quedó en claro su verdadero objetivo. Y así, algo más de 7 de cada 10 docentes afiliados a la FEB –Federación de Educadores Bonaerenses- prefiere volver a clases que continuar con una huelga que nada resuelve.
Nadie pretende una entronización de la represión, ni un desprecio por la tolerancia, pero las provocaciones que sufre la población que trabaja o estudia por parte de quienes viven de la caridad estatal con sus cortes de calles y rutas bajo cualquier pretexto, es hora que dejen de estar “amparadas” por un gobierno que teme –o temía- reaccionar.
Parece haber llegado, la hora para el Gobierno, de demostrar que, precisamente, gobierna. Independientemente de si las cosas salen bien o mal. De si la economía arranca o no lo hace. De si el peronismo kirchnerista, la CGT, la CTA, la izquierda y los llamados movimientos sociales, lo quieren o no.
En tal sentido, el Gobierno debe amalgamar a todos aquellos que forman parte del bando republicano. No le sirve la miopía de anteponer su interés partidario por encima del interés de la coalición Cambiemos.
Pasa en la ciudad de Buenos Aires con la presunta negativa a aceptar una PASO donde compita el ex embajador Lousteau.
Tampoco sirve para la coalición igual comportamiento sectario de quienes comparten con el PRO el bando republicano. Es el caso del socialismo santafesino que arrastra al radicalismo de esa provincia. 
La disputa en la elección del último trimestre del año no es, pues una mera pulseada para que lleguen o no algunos candidatos.
Es una disputa clave para el destino de la Argentina. Es República o populismo. Frente a ello, cada uno debe estar a la altura de cuanto le corresponde.
A los republicanos, a anteponer la resolución del dilema por sobre las aspiraciones de cada uno. Al peronismo definir un rol que lo acerque a la República o que lo deje en el populismo que le es habitual.

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