ENFOQUE

Por qué fracasan los pronósticos de los economistas

Usted siempre lo supo: los economistas no pueden dar ningún pronóstico. Y ahora tenemos un estudio académico que lo confirma. Aún mejor, la corroboración proviene de una fuente impecable: la Reserva Federal de los Estados Unidos.
El estudio comparó predicciones de indicadores importantes de la economía norteamericana -desempleo, inflación, tasas de interés, producto bruto interno-con los resultados reales. Hubo errores por todos lados. El estudio llegó a la conclusión de que “una considerable incertidumbre rodea a todas las proyecciones macroeconómicas”.
¿Cómo fueron de grandes esos errores? El informe, aunque escrito en la jerga técnica, brinda un ejemplo claro:
“Supongamos que se proyectó que la tasa de desempleo se mantendría cerca del 5 por ciento en los próximos años, acompañada por un 2 por ciento de inflación. Dado el tamaño de los errores pasados, no debemos sorprendernos si la tasa de desempleo se eleva a un 7 por ciento o cae a un 3 por ciento. ... En forma similar, no sería tan sorprendente ver la inflación llegar a un 3 por ciento o caer a un 1 por ciento”.
Son enormes márgenes de error. Claramente, gran parte de los pronósticos económicos implican conjeturas. Peor aún, la brecha entre las predicciones y la realidad quizás se esté ampliando. El estudio -realizado por David Reifschneider, de la Reserva Federal, y Peter Tulip, del Banco de la Reserva de Australia-halló que los errores de pronóstico empeoraron desde la crisis financiera 2008-9.
Una pregunta interesante (que el estudio no formuló) es si los pronósticos económicos mejoraron en el último siglo. En la década de 1920, sin computadoras, los pronosticadores descansaban en estadísticas al azar: volúmenes en los vagones de carga; cosechas y precios de granos; depósitos bancarios. Hoy en día, los pronosticadores emplean complicados modelos informáticos que escanean docenas de series estadísticas que describen la economía. Sin embargo, las predicciones no parecen ser mejores.
Las implicancias son profundas. Si los pronósticos son inevitablemente defectuosos, estamos destinados a tener recesiones. Los funcionarios gubernamentales -no sólo de la Reserva Federal sino también del Congreso y la Casa Blanca- están destinados a cometer errores. Su visión del futuro es borrosa; por lo tanto, sus políticas pueden resultar equivocadas. Lo mismo ocurre en el sector privado: Los consumidores y las empresas, leyendo el futuro incorrectamente, podrían actuar en forma de perjudicar la economía. Podrían pedir demasiados préstamos o gastar demasiado poco.
El estudio comparó los pronósticos entre 1996 y 2015, no sólo de la Fed sino también de la Oficina de Presupuesto del Gobierno, del Blue Chip Economic Indicators y del Survey of Professional Forecasters -los dos últimos representan principalmente a economistas privados-. La conducta de la multitud dominó; los pronósticos se amontonaron. “Las diferencias en precisión entre los pronosticadores son pequeñas”, escriben Reifschneider y Tulip. Naturalmente, cuanto más lejano era el futuro pronosticado, peor era la confiabilidad.
La lección de la historia es tan vieja como el tiempo: El futuro -no todo él, pero gran parte de él- es demasiado complejo como para poder predecirlo. Hay demasiadas piezas móviles; demasiados aspectos desconocidos; la gente piensa equivocadamente que el futuro se parecerá al pasado; no anticipan el cambio político, económico y tecnológico.
Los recientes reveses de la economía confirman esa ignorancia. El mayor fue la crisis financiera y la Gran Recesión. Pero hubo otros: la caída de las tasas de interés a largo plazo de bonos e hipotecas; el crecimiento económico inesperadamente lento de la recuperación económica, acompañado por un declive inesperadamente rápido (e incoherente) en el desempleo; y el colapso de la productividad.
Casi nada de esto se anticipó. Se ha dicho que el pasado es un país extranjero. También lo es el futuro.

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