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PANORAMA POLÍTICO DE LA SEMANA

Trump, Macri y el grave recorrido hacia el verticalismo

No es lo mismo patear el tablero  que mover la estantería. Sin entrar en el facilismo de repetir  aquello de que “todos son iguales”, prejuicio del que muchos críticos  ideológicos parten al comparar sus pasados como empresarios que  “gobiernan para los ricos”, ha sido saludable observar que las  cabezas de Mauricio Macri y de Donald Trump han tenido por estos días  más separaciones que convergencias, aunque los dos personajes han  mostrado en común un apasionado y peligroso apego al verticalismo,  algo que, en el extremo, termina siendo el disparador de  prácticas reñidas con la democracia.

“Manu militari”
Por ejemplo, desde el minuto uno como presidente de los  Estados Unidos, Trump ya zapateó sobre el hormiguero y empezó a ejecutar  “manu militari” parte de aquello que prometió en la campaña, aunque muchas de esas decisiones deberán ser aprobadas luego por el  Congreso. Y si bien en ambas cámaras hay mayoría republicana existe  consenso que no habrá disposición a convalidar cualquier  zafarrancho.
Más allá de que los que sean considerados delirios pasen el  trámite legislativo o no y, si lo consiguen, el filtro de los  jueces, hay algo que los observadores visualizan casi como definitivo,  como es la expansión del proceso de cierre que el mundo anglosajón  comenzó con el Brexit y que quizás ahora lleve al fin de la  economía globalizada que gestaron, hace tres décadas, justamente un  estadounidense y una británica: Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
En ese sentido, muchos cuestionan que -aun bajo las reglas de  juego democrático por todos aceptadas- tanto la consulta que dejó  al Reino Unido fuera de Europa y que determinó el cambio de James  Cameron por Theresa May cuanto las elecciones de los Estados  Unidos que han depositado a Trump en la Casa Blanca por decisión del  Colegio Electoral, no han seguido patrones mayoritarios del voto  popular.

Los platos caídos
En tanto, ya con un año de experiencia como Presidente, al  tiempo que busca con ahínco afianzar la inserción de la Argentina en  el mundo, aquí Macri ha tenido que reacomodar algunos platos  caídos sobre los estantes, por cimbronazos de afuera y de adentro.  Internamente, se ha dedicado a disciplinar al “equipo”, una visión  que, con la excusa de la “homogeneidad” comparte el uso del dedo con el más rancio peronismo, método exacerbado al máximo en tiempos de Cristina Fernández.
Como se verá, al lado de la incertidumbre que afronta el mundo con la llegada de Trump los problemas de la Argentina parecen nimios, ya que es notorio que existen diferencias de magnitud entre  el peso de los dos países, propias de quienes ocupan el centro o la  periferia del Globo y en el rodaje de cada personaje como  mandatarios. La diferenciación queda más que clara a la hora de verificar  las intenciones; aquellos, porque han comenzado a mirarse el  ombligo, mientras que el gobierno argentino busca desesperadamente salir de la cerrazón internacional a la que sometió el  kirchnerismo.

Voces disonantes
Sin embargo, hay un elemento que puede visualizarse como algo  en común entre este proceso que recién empieza en los Estados  Unidos, que se nutre de claras características populistas y algo que,  hasta ahora, no se había manifestado tan explícitamente en  Cambiemos: la necesidad de tener uniformidad de criterios que es lo mismo  que acallar voces disonantes alrededor del Presidente.
Por ahora, Macri las tolera desde afuera del Gobierno y Elisa Carrió o algún  misil radical es elocuente ejemplo, pero puertas adentro solo se quiere mostrarle a la sociedad, ya mirando a las elecciones de octubre, la certeza de un rumbo único.
Esa idea, desde ya que puede darse de patadas con la necesidad  que tiene el Gobierno de encontrar nuevos socios que ayuden a  mostrar en esas elecciones no tanto que se han ganado demasiadas  bancas más (algo imposible casi, ya que igualmente no se alcanzarán  las mayorías parlamentarias que se necesitarían), sino que no se ha  perdido la provincia de Buenos Aires.
Entonces, parece que los gurúes de la estrategia del  oficialismo se han decidido por dos caminos novedosos para este Gobierno que se dan de patadas con otros abordados como dogma con  anterioridad: el uso de las redes sociales y el diálogo como bandera.
En  primer lugar, se ha pasado a marcar la agenda al echar a rodar los  nuevos asuntos a través de los medios tradicionales (edad de  imputabilidad, tema laboral, cuestión migratoria, ley de ART, decretos,  etc.) y así se calienta la discusión previa en el orden que le  interesa al Gobierno.

Viajeros
También empujado por la llegada de Trump y  los cambios financieros que podrían darse hay que inscribir los  viajes al exterior de varios ministros (Nicolás Dujovne, Francisco  Cabrera, Susana Malcorra y Esteban Bullrich) a Davos y el de  Finanzas, Luis Caputo a Londres y los Estados Unidos.
Los primeros  llegaron el encuentro suizo con la misión de agitar el árbol para recordarle a los inversores que la Argentina había cumplido con casi todo lo que Macri les había prometido que iba a hacer y de armar el  tinglado para una segunda fase, la del año en el que se pretende terminar con la recesión.
Los frutos cayeron del lado de Caputo  quien, un día antes de la asunción del nuevo presidente de los EE.UU., recogió 7 mil millones de dólares a cinco y diez años de plazo a una tasa bastante alta para la región, pero impensada hace un año  atrás.
Queda ahora del lado del Gobierno la necesidad de que esos  recursos sean apenas un paliativo para financiar transitoriamente los  grandes desajustes fiscales que tiene la economía.
Quizás un  acuerdo con el Fondo hubiese sido más apto para encarar reformas  estructurales, algo que en un año electoral traería demasiado ruido si  se lo comenzara a discutir, aunque nunca se sabe. Si la sola  mención de la flexibilización laboral movió el avispero sindical y un decreto no nato (ART) ya provocó el rechazo del Frente para la  Victoria, la cosa se pondría muy brava.
En segundo término, el Gobierno se ha impuesto como nueva  doctrina aquel conocido refrán de las barbas incendiadas, ya que se  han generado desplazamientos dentro del Gobierno cuyo objetivo fue  el de cerrar filas alrededor de la Jefatura de Gabinete, aunque con  ello se corra el riesgo de que se puedan inferir algunos rasgos  totalitarios y se termine apuntalando el pensamiento único.
La intempestiva salida del economista Carlos Melconian de la  presidencia del Banco de la Nación Argentina (BNA) ha puesto en el  ojo de la crítica al jefe de Gabinete, Marcos Peña y a sus dos  subjefes, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, quienes, al decir del  Presidente, son “mis ojos y mis oídos”.    
Más allá de las probables motivos de la salida (su resistencia  al uso de recursos del BNA para asistir al Tesoro como reedición  de una habitual práctica kirchnerista o que hayan llegado a oídos  del entorno presidencial algunas de sus críticas técnicas al  manejo de la economía o quizás algún desvío paritario) el resultado  práctico del desplazamiento fue mostrarle al resto del Gabinete quién  manda y qué pasa cuando alguien se sale de la uniformidad  requerida.

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