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LA COLUMNA DE LA SEMANA

La sociedad y los tiempos

¿Existe la madurez política en la Argentina o se trata de una “pose” que la gran mayoría de los protagonistas de la política adopta cuando no les queda otro remedio?
Por supuesto que sobre cada tema resulta válido el emitir opiniones distintas y hasta contradictorias, pero cuando se trata de la “cosa pública” debe primar la responsabilidad.
Una vez más, en la Argentina, quedó verificado el famoso “teorema de Baglini”, aquel ex legislador de la Unión Cívica Radical, que no sin gran lucidez señaló que cuanto más lejos la oposición está del poder con menos responsabilidad se comporta.
Dar media sanción a un proyecto de ley sobre suspensión de despidos no es otra cosa que oportunismo político con el objetivo de deteriorar a un gobierno que, más allá del juicio de valor que merezca por parte de cada uno, intenta sincerar la economía argentina.
Un sinceramiento que es condición previa para recibir inversiones, locales y foráneas, a fin de alcanzar crecimiento de la economía a través de la mayor producción y el mayor empleo.
Fácil es vociferar que se acaben los despidos. Nada más grato. Nada menos odioso. Nadie ignora –salvo quienes quieren ignorar- que una norma de ese tipo acaba con un proceso de inversión que aún no comenzó.
Nadie ignora –salvo quienes quieren ignorar- que esa norma resultará un “boomerang” que redundará en la retracción de la contratación de nuevos empleados. Nadie ignora –salvo quienes quieren ignorar- que los planes de inversión quedarán retrasados y que aguardarán mejores condiciones para concretarse.
Nadie ignora, por fin, que se trata de torcerle la mano a un gobierno que ganó en más que buena ley, para que la horda corrupta recupere algo de aliento mientras continúa libre.
Es que no se puede diferenciar, ni siquiera como uno quisiera. Compartir con La Cámpora y sus adláteres una movilización implica aceptar que, en aras de “pseudo banderas políticas y/o ideológicas”, es posible tomarse del brazo con los delincuentes.
Lúcido, como habitualmente ocurre, Luis Barrionuevo se bajó de una movilización a la que concurre el kirchnerismo, la izquierda –para los que la delincuencia del ayer no parece importante- y algunos sectores del peronismo.
Y allí está la diferencia. Válidamente, el sindicalismo, al menos sus vertientes mayoritarias, decidieron llevar a cabo esta marcha no para impulsar una ley anti despidos, sino para obtener un compromiso empresarial de evitarlos por los próximos seis meses.
El oportunismo de algunos, kirchneristas y no kirchneristas, hizo que la posición sindical se convirtiese en un proyecto de ley anti despidos. Con la única intención de forzar al presidente Mauricio Macri, en caso de aprobarse en Diputados, de vetarla y hacerle pagar el costo de su veto.
Hoy, la economía argentina atraviesa una faz recesiva. El atraso cambiario, el cepo, el retraso tarifario y sus consecuencias de cortes de luz y gas, las dificultados para importar y exportar promovidas por el gobierno anterior, el default,  llevaron a esta situación.
Como no podía ser de otra manera, remediarla implica sacrificios para la ciudadanía. Una ciudadanía que antes votó alegremente por la fiesta consumista sin importarle las consecuencias y que ignoró deliberadamente la monumental corrupción que también afectó la economía.
Y hay que hacerlos ahora. Lo antes posible para salir del pantano en que nos dejaron.
Impensable pues en compartir tribuna y vereda con quienes fueron los autores, ideológicos y materiales, del desastre que se debe remediar, salvo que de oportunismo se trate.

Protagonistas
No obstante, y como siempre, hay que diferenciar. A la lucidez de Barrionuevo, hay que sumar la necesidad de una diferenciación por parte de Hugo Moyano.
Moyano apoya el proyecto de ley anti despidos de manera casi formal. Obviamente, jamás un sindicalista estaría en condiciones de decir lo contrario. Pero, para él, los dos principales problemas –que además se entrelazan- son la inflación y el mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias.
De los despidos, Moyano aguarda –como ocurrirá- un veto presidencial. Del impuesto a las ganancias espera el cumplimiento de las promesas macristas de incrementar los montos no contributivos.
Para Antonio Caló, en cambio, se trata de recuperar predicamento tras su rol como aliado kirchnerista. Lo suyo es casi exclusivamente político: reacomodar su figura a la nueva etapa.
Para Pablo Micheli, la movilización representa reordenar sus bases, carcomidas por internas que enfrentan los distintos matices de dureza frente al Gobierno.
Por último, para Hugo Yaski es la oportunidad de redibujar su pasado kirchnerista sobre la base de un barniz duro, ya no en aras de suspensión de despidos, ni de mínimo no imponible, sino como cuestionador del gobierno. Es decir, de hacerse más K sin parecerlo.
Pero más allá de los sindicatos, los grandes protagonistas, los oportunistas hay que buscarlos por fuera.
Por un lado, algunos miembros del Partido Justicialista. Por el otro, sectores del Frente Renovador y, en alguna medida, el propio Sergio Massa.
Ni los justicialistas, ni los massistas hubiesen intentado sancionar una ley de suspensión de despidos si fuesen oficialistas. Saben que no es solución. Saben que, por el contrario, complica la necesidad de inversiones que generen puestos de trabajo.
Hasta aquí, demuestran acercamiento en todas aquellas decisiones que son favorables para la opinión pública y actúan al revés cuando huelen alguna posibilidad de disminuir la popularidad del Gobierno.
Pero el tiro, en más de una oportunidad, sale por la culata. Nadie, en el sindicalismo, tragó el sapo del “apoyo” político. Y, por el contrario, no faltaron sectores de la economía que criticaron esas decisiones oportunistas.
Fueron las grandes empresas, es cierto. Pero, centralmente las pequeñas y medianas, las pymes, un inmenso conjunto de unidades productivas cuya flexibilidad para adaptarse a las circunstancias es casi nula.
Si una gran terminal automotriz o una petrolera o un complejo químico deben reducir su producción sin desprenderse de personal es posible que, no seguro,  aguanten un tiempo aun trabajando a pérdida.
El mismo comportamiento es impensable cuando de una Pyme se trata. No hay resto. No se puede suspender y pagar el 80 por ciento y es casi imposible adelantar vacaciones.
Y aquí es donde los oportunistas hacen agua. No se puede quedar bien con Dios y con el diablo, a la vez. No es posible marchar en la procesión y a la vez asistir a la misa. O lo uno o lo otro.
El dilema queda ahora para los diputados justicialistas no k y para los legisladores del Frente Renovador de Massa. El manual del oportunismo dice que deben convertir en ley a la suspensión de los despidos siempre y cuando estén seguros… de que Macri la veta.
Lo de Massa se convierte en una especie de problema existencial ¿Cuál debe ser la cercanía o su lejanía con el Gobierno? Con el nacional y con el provincial de María Eugenia Vidal.
Mientras tanto y pese a las apelaciones al pueblo y a lo “popular” de los k y la izquierda boba, Vidal, Massa y Macri permanecen al tope de las encuestas sobre buena imagen y acaparan los diferenciales mayores cuando se contrapone su respectiva imagen positiva frente a la negativa.
En el caso de la Gobernadora bonaerense es un 65 por ciento positivo frente a un 20 por ciento negativo. De momento, una enormidad. El presidente Macri, en cambio, cayó seis puntos y recaló en un 60 por ciento de imagen positiva.

Dinero
La necesidad imperiosa de reducir la inflación heredada lleva, inevitablemente, a un esquema recesivo a través del insoslayable ajuste. Que puede ser más salvaje o más moderado, pero que es un ajuste al fin.
El reacomodamiento es complejo y tarda en ser concluido. Por un lado, para generar actividad, el Gobierno se privó de algunos ingresos tales como las retenciones agropecuarias y mineras y el incremento –limitado- en el mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias de los trabajadores.
Por el otro, para bajar gasto público incrementó las tarifas a fin de limitar los subsidios, redujo el número de personal del Estado –ampliamente incrementado en los últimos meses del kirchnerismo- y, de por sí, acabó con la corrupción en la obra pública que representaban los sobre precios y los pagos por adelantado de obras sin terminar y algunas sin empezar.
A fin de absorber liquidez y de impedir una espiral inflacionaria, el Banco Central incrementó la tasa de interés hasta alcanzar el 38 por ciento en colocaciones a muy corto plazo.
Nadie ignora que una tasa de interés de semejante magnitud colabora para evitar los incrementos de precios pero, a la vez, encarece el crédito de tal manera que resulta impensable cualquier proceso de inversión o de reactivación del consumo interno.
Ahora bien ¿Es posible reducir, en la actualidad, el costo del dinero? No parece. Al menos no es cuanto anticipa el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger.
Lo dejó en claro. Sin embargo dijo que con una tasa de inflación del 1,5 por ciento mensual, “una tasa de interés del 38,5 por ciento “luce alta”.
En otras palabras, cuando la inflación caiga en un valor similar al mencionado, habrá una reducción de la tasa de interés que deberá ser sustancial.
¿Estamos cerca o estamos lejos? A juzgar por los índices que arrojará abril, lejísimo. Pero, corrección mediante, no tan lejos.
¿Cómo es eso? Los analistas prevén para el mes que ya concluye un incremento de precios del orden del 6 al 7 por ciento. Una verdadera barbaridad, solo explicable por la necesidad insoslayable de adecuar tarifas si pretendemos que comience, en algún momento, a no faltar gas en invierno y electricidad en verano.
Con esa franja en los guarismos, la reducción de las tasas tardará años luz en producirse.
No obstante, el tiempo de adecuación se reduce sensiblemente si no se tiene en cuenta el incremento tarifario. Ocurre que la inflación de abril, tarifas no incluidas, orillará entre el 1,6 y el 1,8 por ciento.
Obviamente es producto de la recesión y de la imposibilidad de algún reacomodamiento de precios relativos –contexto recesivo- salvo, precisamente, en tarifas.
De allí que una luz comienza a verse al final de un túnel que aún hoy aparece difuso para ser recorrido.
¿Para cuándo? Probablemente para finales de mayo o primeros días de junio.
En el “mientras tanto”, el Gobierno imagina un comienzo de reactivación mediante la obra pública. ¿Los recursos? La mayor parte de los 4.400 millones de dólares adicionales con que el Gobierno se endeudó sobre los 10.600 que fueron destinados a pagar a los hold outs.
Con esos recursos y con el endeudamiento que contrajo la provincia de Buenos Aires da comienzo la etapa que más le gusta al macrismo: la de constructor.
Los anuncios sobre rutas nacionales, sobre saneamiento de cuencas hídricas, sobre rutas provinciales bonaerenses y sobre obras municipales financiadas desde el gobierno de La Plata conforman el puntapié inicial para un gobierno que ya despejó, sin dudas con dolor, todas las incógnitas que dejó el kirchnerismo.
Todas, menos una…

Corrupción
La rueda de la justicia, con pesadumbre y sin casi alegría, se mueve lentamente pero se mueve al fin.
Las causas están a la orden del día y ya no son tantos los argentinos que piensan que, como siempre, nadie o casi nadie irá preso.
La caterva de Lázaro Báez, la de Cristóbal López, del tesorero de la corrupción Julio De Vido, del “vivito” de baja estofa, Amado Boudou y, por sobre todos ellos, los Kirchner, Cristina y Máximo, cada vez más tienen los días contados en materia de libertad.
Nadie sabe muy bien cuál es la motivación que impulsa a cada juez que atiende una causa sobre corrupción. Desde desprenderse de la pátina kirchnerista que los tiñó durante mucho tiempo hasta vengarse de los desplantes y vejaciones a los que los sometió el “antiguo régimen”.
Con todo, el quehacer judicial es ahora sustancialmente más veloz de lo que era, aunque no todo lo veloz que se requiere.
Y ese aumento en el velocímetro no se debe en casi nada a la acción del Gobierno, sino a la demanda de la sociedad.
Hoy por hoy, la corrupción ocupa el segundo lugar entre las preocupaciones de los argentinos. Por debajo de la inflación pero por encima de la inseguridad.
El empleo, para lamento de los oportunistas, queda bastante más atrás. Tanto que da para volver a la pregunta de por qué ganó Macri. Fue por los demás. Porque no interpretan la sociedad, ni los tiempos.

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