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TRASTIENDA POLÍTICA

Una causa judicial en el horizonte de la elección

En tiempos de un reordenamiento interno generado por la derrota electoral y el destape de casos de corrupción durante la última década, el PJ provincial está destinado a recibir y absorber el impacto de la denuncia penal presentada recientemente por la diputada Elisa Carrió contra Daniel Scioli, acaso el mayor crédito partidario para las elecciones legislativas del año que viene. Eso, claro, si la denuncia prospera y los tiempos judiciales obligan al exgobernador a una exposición desgastante.
Como ya informó este diario, la denuncia de Carrió -presentada en los tribunales platenses- solicita que se investigue a Scioli por “lavado de activos y distintas defraudaciones a la administración pública” y el consecuente “enriquecimiento ilícito”. Por su histórico discurso de fuerte contenido moral, no sorprende la tipificación de delito rimbombante elegida por la diputada para acusar al antecesor de María Eugenia Vidal.
La denuncia ya comenzó su recorrido judicial cuando el fiscal a cargo, Álvaro Garganta, solicitó al Tribunal de Cuentas bonaerense que le remita información sobre ciertos gastos fuera de presupuesto efectuados por el gobierno sciolista en los dos últimos años de gestión.  
La movida judicial de Carrió le explotó a Scioli justo cuando comenzaba un tibio pero para él necesario proceso de “descristinización” de su propia figura.
Ese proceso consiste en seguir la línea que ya han trazado otros actores del peronismo: no negar, porque sería imposible, que perteneció al proceso político que terminó el año pasado con el triunfo de Macri pero mostrarse como un dirigente moderado, no fanatizado como pueden ser los jóvenes de La Cámpora, y dispuesto a ofrecer al partido cierta buena imagen que sigue conservando en las encuestas como insumo electoral.
Una lectura inevitable, que se lamentó puertas adentro de lo que queda de sciolismo puro, es que la denuncia de Lilita podría ligar a Scioli al enchastre de corrupción y obscenidad que hoy envuelve al kirchnerismo/cristinismo, con las valijas de José López, las cuentas de Lázaro Báez, las denuncias contra Cristina Fernández y demás.
También se cuestionó, en ciertas reuniones de los más cercanos a Scioli, el origen de la información que generó la denuncia, que Carrió definió como de fuentes “anónimas”. Nunca lo dirán en público, pero en el peronismo creen que se trata de datos aportados por sectores de Inteligencia, que eventualmente buscan revancha. Sobre todo contra los anteriores habitantes de la Casa Rosada.
Scioli había salido relativamente bien parado en materia de corrupción de su gobierno. Una investigación contra él mismo -basada en el estudio de sus declaraciones juradas- había sido cerrada poco antes de las elecciones presidenciales de octubre pasado, en las que fue el candidato más votado. Esa causa se reabriría más tarde. Y aunque existieron denuncias a miembros de su gabinete, en verdad nunca adquirieron la dimensión judicial, política y mediática como viene sucediendo con el cristinismo luego del cambio de era.
Más allá de la intención de búsqueda de la verdad, de lo que en principio no habría que dudar, la denuncia de Carrió está llamada a relativizar aquel panorama de tranquilidad antes mencionado. Y tiene su costado político, desde ya: la diputada está embarcada en un proceso que pretende terminar con ella como candidata legislativa del oficialista frente Cambiemos el año próximo. O sea, eventual rival de Scioli. Se verá si al Senado nacional o a la Cámara baja.
“Voy a denunciar a las mafias bonaerenses”, había dicho Carrió a modo de largada de esa carrera que implica su mudanza política desde la Capital Federal a la populosa Buenos Aires. Si Scioli pensó que sólo iba a enfocarse en, por ejemplo, el desprestigiado Aníbal Fernández, se equivocó bastante.
Fuentes bien informadas contaron que la andanada de Lilita disparó contactos de operadores de Scioli con sectores del Gobierno. Básicamente, buscaban cerciorarse el nivel de acompañamiento de la Rosada y de la Gobernación que tiene la denuncia penal. Porque, a decir verdad, en sus casi siete meses como gobernadora Vidal casi no se ha metido con la supuesta corrupción de su antecesor. Sólo machacó con los descalabros financieros y económicos que dejó el sciolismo en materia de gestión de gobierno y que ella deberá ir solucionando de a poco.
El macrismo, como todo partido político, consume encuestas. Y estas le dicen que Scioli, aún después de haber perdido el ballotage, está entre los candidatos con respetable intención de voto. El último sondeo de Hugo Haime, efectuado en el Conurbano, dice que si las elecciones legislativas fueran hoy el exgobernador obtendría un 26,4 % de los votos. Apenas por debajo de Sergio Massa, que lidera con el 26,6%. En ese sondeo, Carrió aparece con 12 puntos.
Pero el ítem que más mira el Gobierno, a más de un año del comicio de medio término, es la imagen de los dirigentes bonaerenses. En casi todos los sondeos, Massa conserva alta imagen positiva, bastante más que la intención de voto que cosecha. Acaso de ese punto se haya hablado en las reuniones entre los operadores del macrismo y los enviados de Scioli, deseosos de que la Justicia provincial no imite la celeridad de los tribunales federales.

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