Leo Messi convocó el viernes por la noche a 53.885 personas al Soldier Field de Chicago. Tres días antes, la selección anfitriona, Estados Unidos, obligada a ganarle a Costa Rica, había convocado en ese mismo escenario a 39.642 espectadores. El viernes había miles de argentinos. Con camiseta argentina. Casi todas con el 10 y la inscripción “Messi”. Y había también miles de ciudadanos estadounidenses. Muchos de ellos, simplemente, para llevar a su hijo futbolista a ver a Messi, “al Michael Jordan” del deporte más popular del planeta, como lo presentó un día antes del partido el Chicago Tribune, principal diario de la ciudad de Al Capone, es cierto, pero también de la leyenda de los Bulls, del primer gran ícono globalizado que nos regaló la NBA.
Sin embargo, el sábado, al día siguiente del 5-0 contra Panamá, el mismo Chicago Tribune, si bien publicó un suelto en la tapa, dedicó luego más espacio al aniversario de un partido histórico de Jordan que al debut de Messi en la primera Copa América que se juega en el país del soccer. “Junio 11, 1997: Michael Jordan derrota la gripe y anota 38 puntos en el quinto juego”, tituló el diario. Recordó una de las mayores hazañas de Jordan. Era una presencia incierta hasta minutos antes del juego, pero fue titular, marcó 38 puntos ante Utah Jazz y dejó a los Bulls a las puertas de un quinto anillo, segundo consecutivo. “Jordan no siempre podrá salir de su cama de enfermo para rescatar a los Bulls”, decía la crónica de aquella victoria. Nueve años después, algunos críticos disconformes con el rendimiento de Argentina, no obstante la goleada, dicen hoy lo mismo de Messi: “Leo no siempre volverá de una lesión para rescatar a la selección argentina”. Porque la selección suma puntaje ideal. Pero su juego sigue dejando dudas para lo que se viene. Las dudas que, igual que Jordan con los Bulls, suele disimular Messi con Argentina.
“Estoy acostumbrado a vivir con la fantasía que la gente construyó sobre Michael Jordan”. Lo decía, tras aquella victoria del ’97, el propio Jordan hablando en tercera persona de sí mismo. Jordan, que tiene una estatua en Chicago, tenía un ego importante. Pero, como escribió alguna vez Norman Mailer, no hubo ego tan poderoso en Estados Unidos como el de Muhammad Alí. A diferencia de Jordan, Alí, además de ego, hacía pública su conciencia social. El ex astro de la NBA solía esquivar las cuestiones políticas. “Los republicanos también compran zapatillas”, fue una de sus frases más famosas, cuando líderes negros le pidieron que repudiara a un candidato republicano de fuertes posturas racistas. Alí, sabemos, era lo opuesto. Fue consciente de su negritud. La representó. La reivindicó. La hizo bella. “Soy ‘Dark’ Gable, ironizaba. Y, si bien radical y segregacionista en sus inicios, Alí hizo siempre militancia de su negritud.
El gran bocón, como se lo llamaba, fue sepultado en su Louisville natal a la misma hora en la que Messi aparecía en Chicago. Alí fue voz de los sin voz. Como buen bocón, ofendió alguna vez a su propia raza. Lo sufrió el pobre Joe Frazier, su gran rival, y de quien se burlaba llamándolo “gorila”. Buena parte de Estados Unidos lo odió durante décadas. Exigió que se lo enviara directamente a prisión tras su negativa de combatir en Vietnam. El proceso de redención, paradójicamente, comenzó cuando Alí quedó sin voz. Políticos, deportistas y artistas fueron al entierro. “El más grande”, decía la leyenda que llevaba un pequeño avión que sobrevoló el cortejo popular. Hoy es fácil decirlo. Inclusive para quienes siguen sin entender por qué Alí renunció en 1964 a Cassius Clay (“nombre esclavo”) y pidió ser llamado por su nuevo nombre musulmán. Alí había rechazado en 1967 el premio de “Mejor boxeador” porque la placa decía Cassius Clay. La prensa comenzó a llamarlo Muhammad Alí recién a partir de los ‘70. Aún hoy, hay quienes lo homenajean escribiendo “Cassius Clay, The Greatest”. Siguen sin entender quién fue Alí. Musulmán, además, vuelve a ser hoy sinónimo de mala palabra en Estados Unidos.
El sábado siguiente al 5-0 contra Panamá, el New York Times, que es el principal diario de Estados Unidos, dedicó su portada y abrió la sección de Deportes con el entierro de Alí. El otro gran tema era las finales de la NBA, con espacio central dedicado al duelo entre los dos grandes monstruos de la era pos Kobe Bryant: Stephen Curry vs James LeBron. El debut oficial de Messi en suelo estadounidense apareció apenas con lupa. Y con un cable de agencia. Me hizo acordar al otro gran acontecimiento internacional en el que Estados Unidos debutó como escenario del fútbol mundial: la Copa de la FIFA 1994. Diego Maradona jugaba oficialmente por primera vez en su territorio. Pero el espacio central de diarios y noticieros deportivos fue para OJ Simpson, el astro del football americano que huía de la policía después del asesinato de su pareja. Y eso que Maradona, a diferencia de Messi, era un ídolo genial, bocón y politizado, bien parecido a Alí. El campeón de boxeo, escribió en los ’70 la periodista italiana Oriana Fallaci, era “símbolo de una América fanfarrona, feliz, vulgar y valiente, sin buen gusto, pero llena de energía”. Podría haberlo escrito sobre Diego alguna década después. Maradona pasó a ser noticia más importante en el Mundial de USA 94 cuando estalló el doping positivo. Cuando le “cortaron las piernas”.
No es caprichoso el recuerdo. Maradona, desmentido por la FIFA como supuesto nuevo veedor de la AFA (todo es posible en el mundo del fútbol), había hablado el jueves pasado sobre Messi. “Buena persona pero sin personalidad para ser líder”. El colega Daniel Arcucci, biógrafo reciente de Maradona en el gran libro que recuerda la conquista de México 86 (“Mi Mundial, Mi Verdad”), me dijo ese mismo día su convicción de que esa frase dista de reflejar lo que Diego piensa de Leo. Estuvo tres semanas con Maradona en Dubai. Almorzando, viendo tele, jugando, escuchándole “on y off the record”, pensamientos sobre todo, Messi incluido. Nadie habla de igual modo en privado y en público. Y no está mal. Vivimos en comunidad. Hay velos que son necesarios. Maradona habló sobre Messi en París creyendo que sólo Pelé lo estaba escuchando. En un momento, pareció una charla típica entre dos jugadores retirados lamentando los nuevos tiempos. Destacando el temperamento de los jugadores de su época, cuando no había reglamentos tan severos ni cámaras de TV que mostraran todo. Estoy lejos de pretender disculpar a Maradona. No fue oportuno. Pero casi nunca lo fue. En el mismo libro de Arcucci, Diego dice que Gianni Infantino, nuevo presidente de la FIFA, debería estar preso. El viernes pasado se abrazó con él.
Messi, y con él cerramos este espacio de ídolos viejos y actuales, creció como niño futbolista acaso inspirado en la leyenda Maradona, pero lejos de querer imitarlo fuera de la cancha. Evitó siempre las polémicas. Jamás le contestó a las provocaciones y fanfarronadas de Cristiano Ronaldo, su gran rival dentro y también fuera de España. Mantuvo en admirable bajo perfil una dura interna que pareció librar la temporada pasada con el DT Luis Enrique. Tanto, que Barcelona, aún con esa pelea, fue campeón de todo. No pretende liderazgos sociales ni políticos. Está lejos de ser un bocón. El viernes por la noche en Chicago volvió a las canchas de modo oficial con la selección argentina. Jugó apenas media hora. Sacó al equipo de la siesta. Anotó tres goles. Fue una respuesta con firma de autor: “Leo Messi”. La Copa América volverá a disfrutarlo. Merece ser suya.
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