None
CAMINOS LITERARIOS

Una novela con desolación y vidas al límite

Sergio Bizzio, en un texto de realismo serpenteante, desarrolla la historia bajo el título “Mi vida en Huel”

En la línea del realismo evanescente que ya es una marca de identidad en su escritura, el escritor y cineasta Sergio Bizzio narra en "Mi vida en Huel" el drástico cambio de vida de una adolescente que es enviada a vivir con su padre en un pueblo minúsculo y se confronta a un paisaje de vínculos precarios y subsistencia al límite, en un relato que reformula las convenciones narrativas y los límites entre géneros.
Bizzio forma parte de una generación que llegó para interpelar las tradiciones literarias y fiel a esa consigna vuelve a internarse ahora en esa zona de verosímil intermitente para narrar el proceso de resocialización de una chica que a los doce años pierde a su madre en un accidente y llega a una llanura fantasmal para encarar lo que se podría leer como una inversión del mito del buen salvaje que ha funcionado como tópico para buena parte de la literatura europea del siglo XX.
 Irina -así se llama esta suerte de heroína solitaria que no arrastra arrepentimiento ni melancolía por la pérdida de su confortable existencia urbana- es casi un pretexto para sumergir al lector bajo un paisaje donde las acciones se repiten mecánicamente y los personajes aparecen vinculados apenas por el azar biológico, sin que medien entre ellos escenas de afecto ni lazos solidarios.
 "Por lo poco que sé de mi novela, hay una cierta dosis de absurdo y distancia en el comportamiento de los personajes. Es otra lógica. Sienten lo que ellos quieren, no lo que vos y yo esperamos que sientan", asegura Bizzio, sin disimular el fastidio que le provoca deconstruir la génesis de una obra que preferiría preservar con su carga original de enigma.
 "Las novelas están hechas de palabras, una novela es escritura, no tiene bracitos ni corazoncito, es un trampolín, no ve, no va al baño, los trampolines no van al baño, hay que picar y sumergirse. ¿Dónde? En cualquier parte. En lo imprevisto. Caer ahí donde uno espera caer es lo más aburrido del mundo", enfatiza.
 "Y en todo caso, eso es algo que debería pensar el lector, o la crítica. Me pregunto por qué estará tan extendida en el periodismo cultural la figura del escritor propositivo. Yo diría: 'No tenía nada mejor que hacer y durante un tiempo puse mi vida ahí'", remata el autor de "Rabia" y "Borgestein".

Una novela de contrastes
"Mi vida en Huel" (Random House) es una novela de contrastes en torno a la protagonista, que muta ásperamente de lo urbano a lo campestre, de la comodidad a la precariedad y del cobijo de su madre al de un padre que apenas conoce: inscripta en esa asepsia narrativa que prescinde de la psicología y las emociones, no habrá resquicio para el duelo o el desgarramiento. La trama se abre a nuevas situaciones en las que serpentea el absurdo y donde el devenir de los personajes es errático y todo se naturaliza, incluso la muerte.
 En el texto de Bizzio, la muerte funciona justamente como un ardid narrativo que dispara la historia y reaparece una y otra vez a lo largo de la trama, ya sea para sondear la inmutabilidad de los personajes como para contaminar aun más la confluencia de géneros con un tramo que extrapola recursos del policial y bosqueja a un "involuntario" asesino serial.
 Lejos de todas esas elecciones estéticas y narrativas que conforman el libro -uno de los menos cinematográficos de su producción- el escritor prefiere disociarse del proceso y presenta su escritura como un ejercicio casi pulsional: "Ya me acostumbré a no hacer planes, por lo menos en el sentido de 'darse cuenta' de lo que uno va a hacer antes de empezar a hacerlo. Si resuelvo algo es sobre la marcha. Así que, más que contar lo que tengo en mente, lo voy descubriendo", señala el hombre que acaba de adaptar "Saturnine", la novela de la escritora belga Amelie Nothomb que el año que viene filmará en París la realizadora Lucía Puenzo.

¿Tu literatura tiene ese rasgo pulsional y antojadizo de principio a fin? ¿No hay dilemas, focos de conflicto a resolver, vacilaciones en torno al remate de una historia?
 - A la provocación de "pulsional" y "antojadizo" habría que agregarle "y hippie". Pero es así. La verdad es que "deconstruir" lo que escribo no es algo que me guste hacer. Todo lo contrario. No entiendo a los escritores que hablan de su obra como si la conocieran mejor que nadie. Los latiguillos más cómicos empiezan siempre con: "Me interesaba el tema de…". A mí me parece un poco ridículo ese "me interesaba…". Iluminan los rincones oscuros de lo que escribieron con un haz de luz de precisión matemática. No parecen tener oficio sino "posiciones".
 Las elecciones que yo tomo durante el proceso de escritura, como decís, son elecciones que tomo exactamente durante el proceso de escritura, no después, y tampoco antes.
 Hay tan poca deliberación en lo que hago que me daría vergüenza decirte que tomé tal camino por tal razón o que lo evité por tal otra, o que "me interesaba trabajar con…". Mis dilemas, mis conflictos y vacilaciones no son temáticos, no tengo ese reaseguro y no quiero tenerlo. Son rítmicos, plásticos, musicales, formales, sobre los que no hay mucho que decir: está todo ahí.

Una manera de sentir
¿Esta manera particular de pensar y trabajar un texto está en sintonía con tu proximidad a la música y a la poesía, dos campos en los que el protocolo de creación suele ser más enigmático, acaso menos "socializado"?
 - Es que no hay protocolos de creación. "Me interesaba…". No es una manera particular de pensar, es una manera particular de sentir, que está en sintonía, sí, con la música y a lo mejor también con la poesía. Pero te juro que no sé de qué estamos hablando.

Como en otras obras, volvés a trabajar en la fronteras de los géneros, operando sobre una ruptura del verosímil ¿Esta elección tiene que ver con la manera en que te situás en la escritura o está motivada también por la idea de desacomodar al lector o de fijar algún tipo de posición sobre la caducidad de los géneros tradicionales?
 - De qué manera me sitúo en la escritura, o si mis elecciones están motivadas por la idea de desacomodar al lector o para fijar una posición sobre la caducidad de los géneros tradicionales deben ser tres de las cosas que menos me importan.
 Descubro las cosas que me importan a medida que escribo, así que son varias, diría que una por cada novela. En "Borgestein" la idea de un hombre que lo deja todo para dedicarse a luchar contra el rumor del agua, en "Mi vida en Huel" las fantasías sociales y estéticas de una chica de trece años que se va a vivir con el padre cuando muere su madre. Una chica que pasa de la madre al padre, de la ciudad al campo, del confort a la pobreza, y de la realidad más prosaica a la ensoñación, una ensoñación bastante espiralada.

La relación recurrente que tenés con el absurdo te permite prescindir de la mayoría de los condicionamientos con los que se confronta un escritor, como la construcción del verosímil o, contra lo que a priori se puede pensar, el absurdo requiere también de una lógica interna, de una suerte de "deliberación controlada?
 - Tengo la impresión de que en mis novelas el absurdo está ligado al humor, que son dos cosas que no busco, que se me imponen. En algún momento, en otra novela, mientras escribía, traté de evitarlo y me di cuenta de que era una pretensión inútil, además de imposible, por la sencilla razón de que yo escribo así, qué se le va a hacer. Por otra parte ¿cuál es la lógica del absurdo? Ninguna. "Absurdo, solo tú eres puro", escribió Vallejo. En mis novelas el absurdo aparece para integrarse a la realidad, para volverla más hilarante y más extraña. Creo que funciona así.

Dirigiste tres películas y ahora vas a co-dirigir un texto de Yasunari Kabawata ¿La traslación de un texto propio al cine es más fatigosa, más ingrata?
 - Sí, se necesita una cierta distancia, que obviamente el autor del texto literario no tiene. Uno está demasiado cerca de su propio texto como para convertirlo en otra cosa, transfigurarlo, deformarlo. Eliminar una escena de la obra que uno mismo ha escrito porque no funciona en el pasaje al guión, por ejemplo, es doloroso, y reescribirla o escribir otra es complicado, si no imposible, porque la imaginación del texto ya está cerrada. En cine, siempre es mejor y más entretenido trabajar sobre la obra de otro. 

COMENTARIOS