SOBREVIVIENTE DEL HUNDIMIENTO DEL ARA GENERAL BELGRANO

Adalberto Cepeda: “No me siento orgulloso por haber estado en la guerra”

Luego del ataque al buque de la Armada, estuvo dos días a la deriva, en una balsa que “parecía una cáscara de nuez”. Afirma que su regreso a la vida civil no fue fácil porque se le cerraron muchas puertas.

El próximo lunes, 2 de mayo, se cumple un nuevo aniversario del hundimiento del ARA General Belgrano, el buque de la Armada Argentina que fue atacado por el submarino británico Conqueror durante la Guerra de Malvinas.
Tres de los cuatro soldados juninenses caídos en el conflicto del Atlántico Sur iban en la nave. Allí también iba Adalberto Cepeda, el entonces conscripto –también de nuestra ciudad– que fue uno de los 770 sobrevivientes de aquel suceso.
34 años después, recuerda junto a Democracia cómo fue el ataque, sus 48 horas en una balsa a la deriva y su regreso a la vida civil.

En el buque
Cepeda tenía 17 años cuando salió sorteado para hacer el servicio militar. Como le tocó Marina, su destino fue Puerto Belgrano, en Bahía Blanca. Luego de dos meses de instrucción, lo designaron en la tripulación del crucero ARA General Belgrano.
Cuando se desató el conflicto, le dieron 15 días para ir a sus casas a despedirse. Después de visitar a su familia, Cepeda volvió a Puerto Belgrano y al otro día zarpó en el buque, que ese día transportaba 1.093 personas.
“Había una escolta de siete u ocho barcos –cuenta Adalberto– que acompañaban al General Belgrano, que no tenía radar, entonces estas corbetas y fragatas podían informar si había algún submarino. Pero cuando el submarino nos detectó, salieron disparando y nos dejaron solos”.

El hundimiento
El 2 de mayo de 1982, a las cuatro de la tarde, dos torpedos del submarino Conqueror impactaron sobre el ARA General Belgrano.
“Te dabas cuenta de que algo no andaba bien porque estábamos solos”, insiste Cepeda.
Cuando los torpedos dieron en el buque, Adalberto estaba en la cámara de proyectiles, que estaba ubicada en una suerte de subsuelo, por lo que no veía nada de lo que pasaba arriba.
“En un momento –relata– sentí una explosión y salí expulsado hacia arriba. Fue uno de los torpedos que agarró al barco en el medio, yo estaba cerca de la punta de adelante. Ahí se cortó la luz y enseguida sentí otra explosión, que fue más cerca, y me volvió a tirar”.
Casi sin poder respirar por el humo, tomó su linterna y vio a su compañero “que gritaba como loco, porque un proyectil se le había clavado de punta en el pie”.
Cuando llegó a la superficie advirtió que el buque “era una cosa de locos, todo el mundo iba corriendo, por ahí uno pasaba todo quemado, otros iban desnudos, todos gritando, y el barco que estaba de costado”.
Se fue caminando por los cables que formaban la baranda, dado que la nave estaba ladeada, llegó a su puesto y cuando se dio la orden de abandonar la embarcación, se subió a una balsa en la que entraron otras cuatro personas.

Dos días a la deriva
Cepeda estuvo 48 horas a la deriva, en una balsa que “parecía una cáscara de nuez”.
Según dice, “esos dos días fueron desesperantes, porque es un espacio chico, cerrado con dos puertas y te vas para todos lados porque había olas de seis metros”.
Para Adalberto, lo que vivía en el momento “era como un mal sueño, no podía creer que el barco había desaparecido en media hora”.
Después de dos días en los que sólo se veía “agua y cielo”, divisaron a lo lejos un avión: “Me asomé por la boca de la balsa, los otros me tenían de los pies, y hacía señas revoleando un pulóver. Al rato pasó de vuelta, ya más cerca, haciendo algunas maniobras, como para darnos a entender que nos había visto. Fue una alegría enorme”.
Un par de horas más tarde los subieron al Bahía Paraíso, uno de los buques que hacían las tareas de rescate.
Luego los llevaron a Ushuaia y al otro día los trasladaron a Puerto Belgrano: “Ahí estuvimos una semana en la que nos hicieron alguna revisación médica no muy exhaustiva, y nos dieron 15 días de licencia”.
Increíblemente, después de esa experiencia tan traumática, Cepeda estuvo tres meses más en la Marina, hasta completar el servicio militar.
Regreso a la vida civil
“Me dieron un certificado con el que, según me dijeron, iba a poder conseguir trabajo en cualquier lado, por haber sido ex combatiente. Pero fue todo lo contrario, todos te decían ‘te vamos a llamar’, pero nunca lo hacían”, recuerda Cepeda.
Cuando empezaron a cerrarse las puertas, volvió con su padre a trabajar en la construcción.
Sus días, por entonces, no eran fáciles: “Cuando me acostaba a dormir se me hacía todo presente y se me venían todas las imágenes. Por eso me la pasaba trabajando todo el día, me iba a cazar, o a jugar al fútbol, gastaba toda la energía que podía para llegar bien cansado y dormirme enseguida”.
Según dice, ese proceso le llevó “toda la vida”, y “recién hace algunos” años pudo superarlo: “Un día me desperté y fue como que me despabilé, me di cuenta de que esto lo iba a tener que llevar de por vida, y así salí adelante”.
Y al recordar aquel suceso, sentencia: “No me siento orgulloso por haber estado en la guerra, el reconocimiento debe ser para los compañeros que quedaron allá. No es lo mismo hablar esto con cualquier persona que con los familiares de un soldado caído, es como que yo de alguna manera me siento responsable por haber vuelto, por haberme salvado”.

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