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ENFOQUE

Stallone y “Creed”: pasen y vean

En la piel de un Rocky Balboa otoñal, paternal y doctoral, Sylvester Stallone ganó el Globo de Oro al mejor actor de repaTrto por su trabajo en "Creed" y está nominado al Oscar, pero su mayor victoria, la victoria más rotunda y acaso la que más satisfacción pudiera dispensarle, es la de haber parido una criatura, una épica y una estética capaces de moverse a gusto en medio de una copiosa montaña de almanaques.
Desde esa perspectiva deviene relativo o irrelevante el hecho de que "Creed (La leyenda de Rocky)" sea una película dirigida por Ryan Coogler y que tampoco Stallone se haya encargado plenamente del guión.
Más bien podría deducirse que liberado de la dirección y del trazo grueso del guión, subordinado nada más que a la formalidad de acercar algunos dólares en carácter de productor y enfocarse en su rol, que esta vez no es el rol que monopoliza los neones, el pétreo neoyorquino de sangre italiana da con su punto de cocción y con una expansión si se quiere insospechada.
Digámoslo de una vez: asistimos a un Stallone espléndido que saca lo mejor de uno de sus dos alter ego célebres (el otro, claro, es John Rambo, el tremebundo Boina Verde obsesionado por saldar las cuentas de Vietnam), al servicio de una historia tan sencilla como todas las que sellaron la saga de Rocky y por añadidura en clave facilitadora a la batuta de Coogler y sobremanera al no menos espléndido Michael B. Jordan, el joven actor estadounidense llamado a encarnar a Adonis Creed, el hijo del Apollo Creed, esa especie de villano bautismal que inspiró las primeras epopeyas de Balboa.
Retomemos la noción de "una historia sencilla": ¿qué pretendemos nominar?
Que la concepción, los mecanismos, los modos y los detalles de terminación del universo Stallone/Rocky se desentienden de la minucia sutil, del metamensaje filosófico, de la célebre moraleja en envase chico, en letra chica, que atañe al cine que da en llamarse "para pensar", tal si fuera esa invitación a la específica gimnasia de la sesera la obligación suprema del arte en clave de los hermanos Lumiere.
Habría que tener mucho cuidado en dar por descontado que la simplicidad de los enunciados de la estética Stallone/Rocky vayan de la mano de un disvalor implícito.
Nada más lejos de eso que la primera versión de "Rocky", en alguna medida de "Rocky II"; y nada más lejos, o en todo caso esa lejanía daría para ser examinada en detalle, que "Creed", una historia (la del hijo del fallecido crack al que supo vencer el semental italiano en una pelea fabulosa en tanto de fabula y fabulosa por fantástica), que está muy bien contada, y en todo caso si no estuviera tan bien contada a lo menos disimula sus zonas débiles con ponderable pericia.
¿Dónde residió el principal mérito de Stallone?
En pescar que no hay deporte más épico que el boxeo y que las capacidades expresivas de una película de boxeo no habían sido debidamente explotadas o por lo menos dejaban un amplio margen para una nueva vuelta de tuerca.
"El Toro Salvaje", por caso, esa joya dirigida por Martin Scorsese que propició el Oscar al mejor actor ganado por Robert De Niro en el rol del peso mediano Jake La Motta, está considerada una de las mejores películas de la historia y la mejor de todas cuantas fueron dedicadas a los deportes.
Empero no se incurre en herejía alguna si se observa que "Rocky", que data de 1976 ("El Toro Salvaje" es de 1980), salió a la calle para autorizar todas las películas de boxeo que la precedieron y todas las películas de boxeo filmadas luego y por filmarse.
Es en "Rocky", en Rocky Balboa, héroe de ficción más real que la propia realidad, donde una historia lineal, tosca, si se quiere, y si se quiere sensiblera, sabe sin embargo disparar los fuegos artificiales del escenario, la dramática y el desvelo existencial o los desvelos existenciales que mueven los resortes de cada hombre rudo que afina las cuerdas de su alma con manos enguantadas y sube al cielo de su cielo cuando sueña devenir glorioso arriba del ring.
De ahí viene la saga de "Rocky" y de ahí viene, muchos años después, por curioso que parezca, "Creed", una película en la que un Stallone sobrio, medido, ajustado, está sublime en la piel del Balboa setentón que apadrina al hijo de su viejo adversario, un muchacho ilustrado que declina la eventual prosperidad de una oficina y en un gimnasio de Filadelfia entrena sus destrezas y templa su espíritu de guerrero a la espera de una prueba de fuego que deberá rendir en el Goodison Park de Liverpool ante el mejor boxeador del planeta.
En "Creed" funciona todo, hasta la historia dentro de la historia, el romance de Adonis con la heroína del caso (la etérea Bianca interpretada por la exquisita Tessa Thompson).
En "Creed", desde luego, abundan los guiños, las señales, los tributos, como no podía ser de otra manera, salvo que se hubiera cometido un crimen de alta traición a la rockymanía, que desentendida de la mirada torva del ala talibán de la cátedra disfruta de este bonus track que ya consta en las salas de la Argentina y ofrendada a la lógica del eterno retorno esperará, con fruición, la próxima lección del maestro Balboa.

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