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SECTOR AGROPECUARIO

La profecía autocumplida del campo

En estos últimos días se han dado a conocer diversas manifestaciones de productores agropecuarios en distintas ciudades del país, mediante movilizaciones en rutas  y asambleas, reclamando por falta de políticas sustentables y por la baja rentabilidad de sus explotaciones.
Desde la Asociación de Ingenieros Agrónomos de Junín (AIAJ), queremos brindar nuestra opinión sobre las causas que originan las manifestaciones señaladas.
El descontento que motiva los reclamos afecta no solo a propietarios y productores sin importar la escala de su empresa, unipersonal o corporativa, sino a todos los agentes que integran el llamado “sector agropecuario”. Esto involucra todo tipo de empresa o rubro que funciona como “satélite” de la producción: comercios proveedores de insumos, de artículos rurales, de combustibles, de maquinaria y repuestos, profesionales proveedores de servicios, contratistas rurales, empresas de transporte (de grano, ganados y lácteos), empresas de gran escala como semilleros, proveedores de fertilizantes y agroquímicos, fabricantes de maquinaria agrícola,  acopios de granos, usinas lácteas, empacadoras, constructores de instalaciones rurales e infraestructura productiva de toda índole, por citar algunos ejemplos.
A nivel de región pampeana, se ven afectadas explotaciones agropecuarias dedicadas a producción agrícola, producción ganadera, producción lechera y explotaciones mixtas, que realizan cualquier tipo de combinación entre las tres actividades. En otras regiones, las economías regionales abocadas a producciones intensivas, especialmente aquellas enfocadas a la exportación y con altos requerimientos de mano de obra, la situación es calamitosa, al punto que hay algunas producciones que no es rentable su recolección y quedan en planta, sin cosechar. Esta realidad incluye productores frutícolas de peras y manzanas, la producción citrícola, vitivinícola, tabacalera y yerbatera, entre otras. En casos extremos, algunas empresas se debaten entre seguir en su actividad o abandonarla.
La baja o nula rentabilidad que ofrece la producción ralentiza la toma de decisiones respecto de generar inversiones, lo cual es entendible  de cara a la incertidumbre que enfrenta el productor en estos días, quien además de solventar los compromisos comerciales y fiscales, no vislumbra un horizonte favorable para producir. Esta situación proyecta oscuras sombras en el corto plazo sobre todas las empresas y personas vinculadas a los rubros más arriba mencionados, deprimiendo la actividad económica en  las zonas productivas. Se entiende, entonces, porqué no es solamente el productor quien se muestra preocupado por lo actual y lo que se avecina.
Las causas que generan el descontento son variadas y de distinta raíz, pero para sintetizarlas, podemos puntualizar que ningún país productor de alimentos ha desincentivado tanto como el nuestro la producción y la exportación de alimentos. Argentina es el único país de este selecto grupo que castiga las exportaciones con altísimos impuestos, a la vez que impone trabas para exportar carne, leche, trigo y maíz o para importar insumos básicos y bienes de capital. Pese a contar con su mejor oportunidad en un siglo, la Argentina perdió participación en los principales mercados y de alimentos. Estimaciones serias concluyen que entre 2003 y 2015, el valor de las exportaciones perdidas sumó u$ 150.000 millones.
Las consecuencias de esta política agropecuaria pueden interpretarse mejor con datos reales:
• La producción lechera a nivel nacional está estancada desde 1999 y no crece, mientras que a nivel mundial, creció un 30% durante ese período.
• La exportación de carne vacuna ha caído estrepitosamente desde 2005 a la fecha (sólo 200.000 toneladas anuales) y hoy se exporta sólo el  7% de lo que exporta el Mercosur en conjunto.
• La producción de trigo viene en caída año tras año, desaprovechando inmensas oportunidades comerciales con Brasil, nuestro principal cliente y comprador natural.
• En maíz, mantenemos la misma participación de producción a nivel mundial que en 2003, mientras que, desde entonces, nuestros socios en el Mercosur, la incrementaron.
• En soja, entre 2002 y 2014, nuestro país aumentó su participación a nivel mundial, pero menos que Brasil, Paraguay y Uruguay.
• En 2002, las proyecciones de producción agrícola a nivel nacional, señalaban que para 2015, se llegaría a 125-140 millones de tns. anuales. La realidad actual, es que cuesta mucho mantener producciones de 100-105 millones de tns. anuales.
En este contexto, lo económico condiciona lo técnico, anteponiendo la supervivencia de la empresa por sobre la sustentabilidad de los sistemas productivos. Los efectos no fueron inmediatos, pero desde hace un tiempo son evidentes serios problemas de degradación de suelos por falta de rotación con cultivos de trigo o cebada y maíz, problemas de malezas y plagas resistentes a los tratamientos habituales, enfermedades recurrentes, menor aplicación de tecnología, rendimientos por debajo del potencial  productivo, aprovechamiento sub-óptimo de los recursos limitantes y cuestiones ambientales derivadas de la falta de diversificación de actividades productivas.
 Dentro de las variables económicas de mayor peso que enmarcan la situación imperante en el sector, se destacan: a) el retraso en el tipo de cambio, que hoy se aproxima a un nivel similar al del fin de la convertibilidad (2001), b) precios internacionales de los principales productos muy inferiores a los que brillaron entre 2003 y 2013 y c) una pesada carga impositiva que penaliza severamente las actividades productivas.   
No obstante, el sector agropecuario es el responsable de casi el  30% de los puestos de trabajo a nivel nacional, genera el 40% del PBI nacional y aporta el 60% del total del ingreso de divisas. Alentar el desarrollo agropecuario contribuiría fuertemente a solucionar los problemas derivados del cepo cambiario, incrementando el ingreso de divisas por exportaciones. El desarrollo industrial sostenible del país debe ir de la mano de un crecimiento del sector agropecuario.
La buena noticia es que habrá una segunda chance para la Argentina durante los próximos años. Los países emergentes, que aportan el 90% del aumento de la demanda de alimentos y materia primas, seguirán liderando el crecimiento demográfico global, siendo África, Asia y América latina los principales actores de los nuevos 1700 millones de habitantes del planeta de aquí al 2040, y hasta es posible que la demanda global para los próximos 30 años supere las estimaciones que señalan los últimos informes de la FAO. Así, se plantea una nueva e inmejorable oportunidad para que este sector vuelva a ser el impulsor de la economía del país, generando puestos de trabajo e ingreso de divisas. Es ahora el momento entonces de pensar y ejecutar políticas de estado que nos permitan tener un rol protagónico en este escenario, con la eficiencia y calidad de producción que nos ha caracterizado tantos años. Hacerlo tarde implicará dejar un espacio que será más costoso recuperar luego, si seguimos perdiendo competitividad como hasta ahora. 

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