PRESTIGIOSO AFINADOR DE PIANOS

Oscar Rolando: “Cuando una nota está desafinada, me duele”

Realizó su actividad para los más destacados instrumentistas. También es el encargado de mantener los pianos del Conservatorio. Además, es piloto comercial, instructor de vuelo y aeroaplicador.

Oscar Rolando recuerda que en su infancia en O’Higgins, mientras sus amigos “pelota en el potrero”, él apilaba cajones y latas para tocar como si fuera una batería.
Desde entonces, su pasión por la música se mantiene inalterable.
Tenía solo 14 años cuando desde el conjunto Los Juveniles –que era muy reconocido por entonces– lo convocaron para reemplazar al baterista que se iba. En la prueba que le tomaron él mintió y les dijo  a los inbtegrantes del grupo que había estudiado con un profesor de Junín. Y quedó en la banda.
“La primera presentación fue en el Racing Club de Chacabuco”, cuenta Rolando y recuerda que su madre tuvo que firmar una autorización para que él tocara.
Estuvo bastante tiempo con el mismo grupo.
Los Juveniles, “que hacía cumbia del tipo de la que hacía El Cuarteto Imperial”, luego pasó a llamarse Los Donkis y “a hacer otro tipo de música, como los Beatles, Creedence, y otros grupos de rock de la época”.
Más adelante, a Oscar le tocó el servicio militar y dejó la banda.

Piloto

La música no era la única debilidad de Rolando: “Mi mamá me contaba que yo tenía dos o tres años y cuando escuchaba un avión salía corriendo para el patio a verlo”.
Esa fascinación se mantuvo en el tiempo y cuando terminó el colegio se fue a seguir la carrera de piloto al Instituto Nacional de Aviación Civil de Morón.
Para su familia no era sencillo mantenerlo allá, por lo que Oscar hizo muchas cosas para poder costear sus estudios. “Además –agrega– siempre estuve entre los diez primeros promedios porque quería obtener las becas disponibles”.
Finalmente, se recibió de piloto comercial con habilitación de vuelos por instrumentos, de instructor y de aeroaplicador.
Trabajó un tiempo como taxi aéreo en Don Torcuato, en la llamada época “de la plata dulce”, por lo que había mucho trabajo. Pero la llegada del Rodrigazo provocó que 1500 pilotos quedaran sin trabajo, entre ellos, Rolando.
Entonces volvió a O’Higgins y, al tiempo, se vino a Junín. Desde entonces trabaja en el ámbito de la fumigación.

Afinador de pianos

Entretanto, la música siguió siempre como una pasión dentro de él. Cada vez que pudo se juntó con otros instrumentistas a tocar en dúos, tríos, cuartetos, y la mayoría de las veces haciendo jazz tradicional, el llamado jazz negro, aunque en alguna oportunidad también incursionó en el folclore.
Y si bien siempre tocó la batería, el piano fue un instrumento que toda la vida le generó curiosidad. “Recuerdo que don Arturo Viora iba a O’Higgins a afinar el piano de los clubes, o un tal Máspoli, de Chacabuco, y yo me pasaba el tiempo mirando lo que hacían; para mí era algo misterioso”.
Arrancó con la afinación de pianos cuando Armando Álvarez le presentó a don Benigno Zanzottera, que ya estaba por retirarse y empezó a enseñarle algunas cosas.
“Yo iba a su taller y él me explicaba el mecanismo y como se repara cada pieza”, explica.
De apoco fue aprendiendo los rudimentos de la afinación y acompañó a Zanzottera hasta el último tiempo que estuvo trabajando.
Según dice, también le ayudó Rubén Aguilera, que fue director artístico de CBS y lo contactó con el afinador de ese sello. “Así fue como me metí en el ambiente de afinadores de Buenos Aires, y aprendí muchísimo”, dice.
Empezó afinando pianos de manera particular y ahora es un referente del oficio. Normalmente afina el instrumento de La Ranchería y hace el mantenimiento de los pianos del Conservatorio. También hizo este trabajo para instrumentistas de la talla de Walter Ríos, Cristian Zárate y Hugo Fattoruso.

La afinación

Orlando destaca que en su actividad “el oído se va ejercitando”, y amplía: “Me ha pasado de escuchar a pianistas de primera y sentir que había una nota que estaba mal. El oído se va adaptando agudizando. Cuando una nota está desafinada, me duele. Parece increíble, pero es así”.
De acuerdo a su análisis, un buen afinador debe tener “mucho oído”, y aun cuando hay afinadores electrónicos “hay veces que el aparato dice que una cuerda está bien, pero el oído te dice que no; la mejor afinación es a oído”.
Finalmente, Orlando considera que este trabajo es un arte: “No hay un manual que explique cómo hacerlo para que quede bien, siempre aparecen esas cosas en las que uno tiene que utilizar sus recursos y la inventiva para lograr que el instrumento dé lo que tiene que dar, que pueda entregar todo su potencial, esa sonoridad y esa armonía que tiene. Hay mucho escrito sobre esto, pero en la práctica es otra cosa. Hay pianos que tienen el sonido muy metálico, muy frío, y uno puede temperar el martillo para aterciopelarlo, pinchando los 88 filtros con una aguja, pero no hay un libro que te diga cómo hay que pincharlo, de qué manera, sino que tiene que surgir de la propia inventiva de uno. Gracias a Dios tiene muchos de eso, porque si no sería algo muy estructurado”.

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