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DESDE HACE DIEZ AÑOS ES MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN ARGENTINA DE LUTHIERS

Eduardo Pino: “Mis instrumentos tienen una identidad”

Empezó arreglando guitarras y hoy dedica gran parte de su tiempo a la construcción de los más variados instrumentos. La mayoría de ellos son de percusión y algunos fueron producto de su curiosidad e imaginación.

La infancia en El Triunfo le dejó a Eduardo Pino “algunas marcas” que después se tradujeron en su pasión por la lutería: su padre dirigía una comparsa donde él tocaba y en ese entonces –a mediados de los 70– los instrumentos eran caros y difíciles de conseguir, por lo que debían hacer sus tambores de manera autodidacta.   
“Las artesanías también formaban parte de mi tiempo, hacía de todo con lo que había”, recuerda Eduardo, que se pasaba horas en el taller de su padre y su tío electricistas.
Además, se recibió de profesor de dibujo y pintura.

Psicólogo y lutier
Pino estudió Psicología en La Plata. Cuando se recibió, entró en la residencia del hospital de Junín y se mudó a nuestra ciudad.   
“Acá retomé el contacto con la música”, dice. Luego, la crisis del año 2001 lo dejó sin trabajo, sólo con su consultorio. Ahí decidió que su hijo, que había ingresado al Conservatorio, dejara su profesor particular de guitarra, pero éste le ofreció otra opción: “Me propuso un trueque: que yo le repare unos instrumentos a cambio de que mi hijo siguiera yendo y no dejara las clases”.
Así lo hizo, y empezó a buscar más información sobre la lutería, aunque “había muy poco en ese momento”. El músico juninense Jorge Gallardo fue “un referente” del tema.
“De a poco y sin hacer publicidad me empezaron a traer instrumentos para reparar”, explica.
Cuando su hija María Clara quiso estudiar música era muy chica y sus brazos no alcanzaban a agarrar una guitarra. Así fue como Eduardo le hizo una más chica, con madera que le regalaron en una carpintería.
“La guitarra funcionó y todavía existe”, recuerda.

Instrumentos
A partir de ahí, inició un camino en el que –sin dejar de reparar– se dedicó a hacer instrumentos.
Empezó haciendo un cajón peruano, que pudo construir con algunos datos que le habían pasado por mail.
Enseguida inventó y se lanzó a inventar un instrumento: “una especie de bongó de madera, con tapa de madera”, que fue bautizado “bonjón”, porque era “una mezcla de bongó y cajón”.
Más adelante trabajó en pasta de aserrín e hizo un udu, “un instrumento de origen africano que originalmente es de cerámica y tiene una forma parecida a un jarrón, con un agujero en el medio”.
Después de ver músicos utilizando la guitarra para percutir, se le ocurrió hacer un instrumento parecido a la guitarra pero que sea de percusión: “Hice uno con dos agujeros, con una forma como si fuera un ocho, al que le puse ‘bongocho’. Es un prototipo, un instrumento para experimentar”.
Luego siguió con la construcción de una sachaguitarra: “Es un invento del santiagueño Elpidio Herrera, que es una especie de guitarra hecha con una calabaza, que tiene un agujero cerca del puente donde se mete un arquito como si fuera de violín, y se toca frotando”.
Pino remarca que a él le gusta construir cosas “que no se consiguen” y así fue como hizo instrumentos como un ukelele con una calabaza, o un “stick dulcimer”.
También hizo un cajón peruano al que le adhirió una tabla de lavar, para tocar jazz, y un güiro. Y creó udus de cerámica, calabaza o pasta de aserrín. “En un momento hice un udu con la forma de un huaco, que es una suerte de vasija oriunda de Perú”, añade.

Lutería
Para Eduardo, en la lutería la estética “es fundamental”, y profundiza: “Un instrumento tiene que cumplir determinadas características en cuanto a sonido y estética, porque tienen que ser percibido por todos los sentidos: en un momento le puse esencias a la laca de unos instrumentos de percusión que había hecho con calabazas, para que también entre por el olfato”.
Por eso aprendió a trabajar en distintos materiales, ya que sus instrumentos a veces tienen incrustaciones de metales, huesos, nácar, caracoles, piedras, y demás.
Con todo, asevera que lo que él hace se acerca a una manera de arte: “Hice un dulcimer con todas maderas recicladas: un pedazo de pinotea que encontré tirado en la calle, travesaños de cama, una tabla que encontré en un aserradero, un pedazo de piso de parquet, una leña que saqué de una bolsa que compré, y la boca la hice con una nuez negra que las consigo tiradas en la calle, en el Camino a la Laguna. Ese uso de la nuez quedó como una marca, de hecho algunos colegas se interesaron por eso que estaba haciendo, y me parece que se trata de ir encontrando algo propio. Creo que mis instrumentos tienen una identidad. Yo no vi cajones peruanos que se hagan con marquetería, como los que hago yo. También hago la boca de atrás del cajón con diferentes formas, y eso tampoco lo he visto. Es una búsqueda que me interesa”.
Y asegura que la lutería, para él, es una necesidad: “Esto me ha dado muchos amigos, conocí gente muy talentosa y abierta, personas muy generosas que me muestran lo suyo y me cuentan cómo lo hacen. Pero yo siento esta actividad como una necesidad, cuando tengo un rato, entro al taller, y puedo estar años atrás de un instrumento hasta que sale”.

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