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ENFOQUE

La Vuelta de Obligado o cómo entender el feriado nacional

Abuelo, ¿Qué quiere decir “soberanía”? pregunta mi nieto Joaquín, de 7 años. Se refiere al Día de la Soberanía (que se celebra hoy y por eso es feriado).
-Pretendo contestarle con esta nota.
Es un 20 de noviembre de 1845. Una formidable flota anglofrancesa, compuesta por once navíos de combate, surca las aguas del río Paraná. No ha requerido permiso de navegación a nuestro gobierno ni pagado derechos. Navega nuestros ríos interiores sin más título que la fuerza. El gobernador de Buenos Aires y jefe de la Federación, Juan Manuel de Rosas, no está dispuesto a consentirlo. Destaca una nutrida tropa de milicianos, al mando del Capitán Mansilla, para cerrarles el paso. En un recodo donde se angosta el río, conocido como la Vuelta de Obligado, emplazan cuatro pequeñas baterías y colocan de ribera a ribera una hilera de lanchones amarrados entre sí por fuertes cadenas.
Los veteranos almirantes de la escuadra no dan crédito a sus ojos: ¿Pretenden impedir el tránsito de buques de guerra con unos botes y unas cadenas?
Resuenan las baterías de tierra. Las balas, de bajo calibre, se estrellan contra las corazas de acero de los modernos buques. La réplica no se hace esperar: cañones de grueso calibre lanzan cohetes incendiarios y granadas de gran efecto destructivo. La sostenida metralla deja fuera de combate a nuestros artilleros. Las mujeres de los servicios de retaguardia -les llaman “cuarteleras”- comienzan a curar a los heridos y cerrar los ojos de los muertos. Pero los criollos no se arredran.
Guarecidos como pueden, procuran nuevos cañones y mejoran la puntería provocando las primeras bajas. A partir de ese momento y durante largas horas se sucede una lucha terrible, continua y desigual: los buques imperiales barriendo la costa con artillería pesada y nuestros paisanos disparando sus precarios cañones y arcabuces. Pero como bien lo destaca José María Rosa: “no importa; no se estaba allí para ganar, sino para que los gringos no se la llevasen de arriba”.
Las condiciones del río impiden a la flota romper el cerco de cadenas. Ya está por caer el día y la batalla no se define pese a la notable desproporción de fuerzas. El almirante inglés resuelve entonces tomar el toro por las astas. Desembarca un grupo de fusileros para concluir el pleito. Agotados y sin municiones los paisanos se disponen para la carga final: algunos al montado, otros a pié, todos a sable y lanza. Gritos de guerra y coraje resuenan en la soledad del Paraná, mientras los marineros aguardan, cautelosamente, rodilla en tierra; a una distancia prudencial descargan su metralla, una vez, y otra vez, y otra más.
Mansilla cae alcanzado por las balas y es retirado del campo de batalla. Diezmada la tropa cesa toda resistencia. El combate de la Vuelta de Obligado ha llegado a su fin. Doscientos cincuenta cuerpos yacentes sobre las altas barrancas del Paraná vigilan nuestra soberanía.

Victoria en derrota
Los jefes de la escuadra destacan en sus informes la bravura de nuestros soldados. Ellos saben que la posteridad convertirá esta fea y cobarde victoria en una derrota. La débil república del Plata ha enfrentado a los poderosos de la tierra en defensa de su dignidad. Aunque no lo parezca, David ha vuelto a vencer a Goliat.
Amanece el nuevo día. En una carreta desvencijada una mujer sostiene, cual una Piedad, el cuerpo desmayado y malherido del capitán Mansilla. Y bien puede decirse, replicando a Pablo Neruda en su “Canto general”, que esa mujer piadosa regresa a Buenos Aires llevando a la Patria en brazos.

(*) Abogado

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