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QUIÉN ES EL MALETERO QUE ENCONTRÓ A MÍA

Raúl González: “Hice lo que tenía que hacer”

El miércoles identificó a la niña que era intensamente buscada por la policía y se convirtió en una celebridad. Antes de trabajar en la terminal fue lustrabotas, canillita, mozo y ambulanciero. También fue un destacado atleta.

Viernes. Dos de la tarde. Terminal de ómnibus. Raúl González está acomodando bolsos y valijas en la bodega de un colectivo cuando una joven veinteañera le pregunta: “¿Te sacás una foto conmigo?”. Raúl acepta, ella se acerca, lo abraza con la izquierda, aleja su mano derecha, acomoda su celular, sonríe y saca la “selfie”. Luego le da un beso y le dice: “Gracias, sos un genio”.
En estos días, Raúl protagoniza escenas de este tipo a cada momento. Desde el miércoles pasado, cuando pudo identificar a la niña Mía que era intensamente buscada por la policía y cuya madre y hermano habían sido brutalmente asesinados, este maletero de la empresa Pullman General Belgrano se convirtió en una suerte de celebridad.
Los pasajeros y transeúntes que circulan por la terminal lo saludan y lo felicitan prácticamente a cada paso que da. Y él sólo sonríe. “Yo hice lo que tenía que hacer” dice, modesto, como única respuesta ante tanta muestra de cariño y agradecimiento.
Con una humildad que adquirió en una vida no exenta de dificultades.

Infancia y deporte

Raúl nació en Junín. Su madre era ama de casa y su padre trabajaba proyectando películas, actividad que desarrolló en los cines San Carlos, Italiano, Crystal Palace y Guaraní.
Oriundo del barrio Belgrano, hizo la primaria en la Escuela N° 3. “Me crié con Sabelli, Rico, Pichelli y otros jugadores de básquet del barrio”, evoca.
Si bien supo practicar básquet en el club San Martín, lo que más le gustaba era el fútbol, deporte al que se dedicó por varios años jugando de mediocampista derecho.
Primero fue en Jorge Newbery, “con Pondal, Sharry, el Tingo López, Vilches, una linda camada”. Después pasó a Independiente, donde compartió equipo con Echeto, ‘Peteca’ Molina y muchos más.

Siempre trabajando
González empezó a trabajar de muy chico. Fue diariero y lustrabotas entre los 9 y los 13 años. Más adelante trabajó en la barra en una confitería en Sáenz Peña. Luego pasó al Automoto donde hizo el mismo trabajo y además fue mozo. Siguió en la confitería Grand Prix, en la 9 de Julio, hasta que le tocó el servicio militar.
Cuando regresó pasó por Súper Luz, un taller de letreros luminosos. Fue playero en la estación de servicio de Castellazzi y en el Automóvil Club Argentino.
Pero quería “algo mejor” y pudo ingresar como ambulanciero en la empresa Urgen Med, donde permaneció ocho años.
“Después conseguí trabajo para hacer limpieza en la terminal –cuenta–, lo hice durante un año, hasta que me ofrecieron empleo en la empresa Pullman y acá estoy, hace 21 años”.
Raúl está separado y tiene una nueva compañera. También tiene seis hijos y quince nietos.
“Ya me jubilé y en marzo voy a dejar de trabajar en la terminal y dedicarme a descansar y a mi familia”, afirma.

Atleta

Raúl fue un reconocido atleta. Todo comenzó cuando lo invitaron a participar de una tradicional competencia por el aniversario del Club Independiente. Sin pensarlo mucho, dijo que sí. Eran cinco kilómetros y salió segundo, con una mínima diferencia detrás del ganador. Esa fue su primera experiencia. Tenía 27 años y siguió corriendo durante los siguientes doce.
“Gané muchas carreras”, recuerda. Compitió en Junín, Salto, General Pinto, participó en tres ediciones de las Fiestas Mayas, corrió carreras de tres, cinco, diez y 21 kilómetros; también hizo duatlón y triatlón.

Ese día
Raúl reconoce que está “cansado” de hablar del encuentro de la niña. Es que relató el hecho hasta el hartazgo.
Asevera que cuando vio a la niña supo qué tenía que hacer: “Algo me decía que era ella, lo presentía, y cuando me confirmaron que efectivamente era, me puse a llorar, me abracé con mi compañero, sentíamos algo especial adentro”.
Según dice, esa noche, después del revuelo, de la declaración ante la policía, de las numerosas entrevistas en los medios nacionales, llegó a la tranquilidad de su hogar y dio gracias a Dios por lo que pasó. “Nos abrazamos con mi señora y me dormí en paz”, resume.
Al día siguiente continuaron los llamados y requerimientos: “Me seguía llamando gente, los amigos, de los canales de Buenos Aires para que vaya, pero a mí eso no me gusta, yo hice lo que tenía que hacer junto con mi compañero, Federico, y a otra cosa. Tengo 170 llamados y mensajes en mi teléfono”.
Desde entonces, hubo una reacción popular con él. “Me reconocen, me saludan, y no solo los de Junín, de todos lados –comenta–, la gente no se olvida de las cosas buenas y me siento muy querido”.
Sin embargo, mantiene sus principios. “A mí esto no me cambió la vida”, enfatiza.
Y más allá de que lo llamen “héroe”, quiere que su realidad no se modifique: “Nací humilde y quiero seguir así. Sigo trabajando acá, voy y vengo para todos lados, acá no paro un minuto porque esa es mi vida. Muchos me tienen allá arriba, pero yo digo que no tiene que ser así. Si uno es bueno, vienen cosas buenas, y si se hacen las cosas mal, vienen las malas. Yo pienso en las cosas positivas y eso es lo que quiero para mi futuro”.

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