OPINIÓN

¿Tenemos la democracia que queremos?

Si en 1983 se le preguntaba a los argentinos si poder elegir era la democracia, sin dudas los que estaban en edad de votar en aquel momento, lo hubieran aceptado, ya que se vislumbraba la luz al final del túnel de lo que fue la más siniestra y sangrienta dictadura militar que nos haya tocado vivir.
Hoy, si realizáramos la misma pregunta, sin dudas la respuesta seria que no.
La democracia, luego de treinta años, significa mucho más que ejercer el derecho al voto.
Hoy la asociamos con la justicia social, con el desarrollo económico y con la plena libertad de los derechos políticos, civiles, sociales y económicos y mucho más.
La democracia moderna se ha transformado es un modo de vida.
La consolidación de la democracia como forma de gobierno ha sido el acontecimiento más importante del siglo XX.
En sentido estricto, la democracia es una forma de gobierno que permite el funcionamiento del Estado, en el cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación (voto), que le confieren legitimidad al representante que va a ser quien las lleve a la práctica. En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que todos sus habitantes son libres e iguales ante la ley.
Hoy, la democracia es participativa, se sostiene en el ciudadano que ejerce en nombre propio la cuota de poder que le corresponde. En la actualidad la democracia participativa no puede ser autogobierno, ya que es necesaria la limitación y el control del poder, separándose la titularidad del ejercicio, que sólo se vincula por medio de los mecanismos representativos de transmisión del poder.
Surgida en la Grecia Antigua como el gobierno del pueblo, ejercido en forma directa, y luego retomada en el siglo XIX, como la aspiración revolucionaria de las clases medias que luchaban por sus derechos civiles y políticos, la democracia siempre fue presa de intensas disputas teóricas y prácticas.
Esta tensión quedó ejemplificada en las posiciones en torno a lo deseable de la democracia sostenidas por Weber y Schumpeter, entre otros científicos políticos; y los debates posteriores a la Segunda Guerra Mundial, respecto a las condiciones estructurales de la democracia, donde autores como Przeworski y O´Donnell lideraron la discusión signada por la baja densidad democrática de la última mitad del siglo pasado.
Lo que hizo la democracia fue instaurar una disputa sobre su significado, ya que permitió, con su consolidación, la incorporación de nuevos actores a la escena política que antes estaban excluidos, poniendo el foco en la tensión entre los procedimientos formales de la participación política y en la participación social espontánea, propia de finales del siglo XX y comienzo de este nuevo siglo.
A su vez se debe tener en cuenta que a medida que aumenta el número de actores que intervienen en la política, la diversidad social y cultural, y la pluralidad ideológica, también aumentan lo que en muchos casos genera distorsiones respecto a los intereses de cada uno de los participantes y la falta de respuesta que perciben ciertos grupos vulnerables en cuanto a sus demandas y la capacidad de respuesta del sistema político frente a ellas.
Esta situación genera incertidumbre y desconfianza sobre las virtudes de la democracia. Paradójicamente, la consolidación de la democracia como forma de gobierno indiscutida en la modernidad convive con una crisis de legitimidad, caracterizada por la apatía en la participación ciudadana y por el hecho de que los ciudadanos se consideran cada vez menos representados por aquellos que eligieron o por aquellos que ejercen el gobierno.
Nuestro dilema es tratar de comprender el sentido de la democracia y en este caso es un doble problema. Por un lado, asumiendo que es un sistema político llamado a resolver los problemas del ejercicio del poder, tratar de contestar la pregunta de qué es y cómo funciona la democracia, persiguiendo el análisis de cómo se manifiesta en la sociedad, como es su funcionamiento, cuáles son sus instituciones y actores y como se interrelacionan, intentando construir un concepto capaz de reflejar lo que la democracia es.
Por otro lado, buscando la respuesta acerca de lo que debería ser la democracia, asumiendo que la democracia es un ideal, basado en la libertad, la igualdad y la justicia. Sin democracia ideal no existiría democracia real, pero es difícil sostener los ideales con la realidad. Cuanto más se extiende la democracia, más alto se encuentran los índices ideales de democracia. En ningún caso la democracia tal como es coincide con la democracia que quisiéramos que fuera.
La democracia es una forma de gobierno pensada para resolver el hecho de la diversidad humana. Esta diversidad engloba todo tipo de particularidades y diferencias: intereses, valores, ideologías, poder, riqueza, etc.
Para ello es necesario el respeto, el pluralismo y la tolerancia, como herramientas fundamentales para ofrecer a los ciudadanos una esfera pública, en donde esas diferencias puedan expresarse sin condicionamientos.
Sin dudas, treinta años no es nada. Debemos ser perseverantes y continuar en la senda, con defectos y virtudes, con aciertos y errores, con la convicción de que podremos consolidar un sistema político que permita un desarrollo más armónico y sostenido, y por sobre todo las cosas que sirva de plataforma para construir un país más justo.

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