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MANO A MANO CON UN EMPRENDEDOR

El hombre que le pone música y sabor al tiempo libre en la Pista de la Salud

Sergio Pérez Volpin abrió este verano el parador “Aloha”, el lugar gastronómico que reclamaban los caminantes y atletas que recorren el Parque Borchex. Multifacético (es abogado, músico y realiza monólogos humorísticos), cuenta su historia.

Si de buscar espíritus emprendedores se trata, Sergio Pérez Volpin no debería dejar de ser tenido en cuenta. A sus cuarenta y pico de años –una ráfaga de coquetería se le atraviesa por la mente y le impide deschavar lo que dice su DNI-, mantiene ese hambre de cosas nuevas que, según dice, lo caracterizó desde la adolescencia.  
Mientras trabaja para pulirla cada día un poco más, este capitalino que hace trece años se afincó en Junín, disfruta de su última creación: el parador “Aloha”, inaugurado en enero pasado en el “Parque Borchex”.
Mano a mano con Democracia, el empresario gastronómico habló de su fallida carrera como abogado, que no obstante le permitió conocer en nuestra ciudad una vida opuesta a la que llevaba en Buenos Aires, y entre otras cosas se refirió a su labor como músico y show-man del stand up, la atracción humorística del momento.

Dos vidas distintas

Sergio asegura que su existencia se subdivide en dos vidas distintas. La primera de ellas transitó hasta el año 2001, momento en que la crisis que se desató durante el gobierno de la Alianza lo forzó a tomar decisiones bruscas y una de ellas fue abandonar su Caballito natal y trasladarse a Junín, donde encontraría su “volver a nacer”.
Ese cambio tuvo su génesis cuando, siendo estudiante de abogacía, conoció a la que después sería su esposa, también alumna de la carrera de Derecho por entonces. “Por toda la crisis de 2001 nos pusimos un barcito en la playa porque nos habían despedido de nuestros respectivos trabajos. Yo laburaba como abogado y ella en una empresa. Entonces nos fuimos a laburar a la costa por cinco meses y después empezamos a preguntarnos qué hacíamos, si volvíamos al lío de la Capital o nos veníamos a Junín. Viste que las juninenses son letales, te atrapan y no te sueltan más”, explica entre risas, y como justificándose, agrega: “Acá hay un montón de casos de porteños que fueron ‘capturados’ por mujeres de acá y se vinieron a vivir a esta ciudad”.
-¿Conocías Junín?
-No. La adaptación fue complicada porque entré a un modo de vida totalmente distinto. Pasar del anonimato absoluto a estar en un lugar donde todo el mundo se conoce, lo cual es todo un tema, que tiene su costado positivo porque te permite saber quién es quién y su lado negativo porque te limita de hacer lo que se te de la gana. Siempre está muy presente la opinión ajena, esa que todo el mundo dice no importarle pero que sí les importa.     
-¿Qué fue lo que más te costó?
-Muchas cosas. Por ejemplo, el tema de la siesta. Yo venía de vestir traje y andar con maletín todo el tiempo al palo y verme acá a la una de la tarde, en pleno microcentro, y que no haya nadie en la calle fue loquísimo. De todos modos, yo siempre rescato que el hecho de que sea un pueblo grande te permite hacer muchas cosas. Viste que mucha gente se queja de que no hay oportunidades. Yo tengo una opinión opuesta. No te digo que me ha ido bien, porque he probado de todo y en muchas cosas me ha ido mal, pero las oportunidades están.
-¿Qué hiciste, por ejemplo?
- Y, por ejemplo nos compramos siete vaquitas para engordar y para ver qué pasaba después. Íbamos todos los días a darles de comer, el alimento era carísimo y en definitiva no te quedaba un mango. Después incursionamos con las chinchillas y con las lombrices californianas, sin gran suceso. Todo lo contrario. Nadie nos dijo que los pájaros te comen las lombrices, entonces un día fuimos y estaban todos los pájaros comiéndoselas. De pronto, todo lo invertido estaba en el buche de los gorriones (risas).  
Pérez Volpin afirma que a la experiencia de los bares abiertos la trajo desde Bahía, Brasil, lugar al que fue a pasar unas vacaciones con amigos y en el que se quedó trabajando como barman por espacio de casi un año. “Dije esto es lo mío y tiré la abogacía. Después igual me recibí, pero sabiendo que no iba a venir por ahí el futuro”, admite.
-¿Cómo nació la idea de abrir “Aloha”?
- A partir de un episodio que seguramente le ha pasado a muchos juninenses, como es el de venir a disfrutar de este  parque hermoso y darme cuenta que tenía ganas de tomar algo y estar sentado escuchando música pero no había un lugar que me diera eso. Justo estaba este sitio sin utilizar, entonces me pareció piola hacer algo para dar respuesta a lo que la gente necesitaba y que yo también precisaba, porque es una actividad que me encanta hacer.
Arrancamos en el verano y por suerte la gente nos respondió muy bien. No es un lugar masivo, pero tampoco esa es la idea sino que pretendemos darle al cliente un ámbito de distensión, que pueda tomarse un café, una gaseosa o lo que quiera, escuchar un poco de buena música y hasta alguna atracción vinculada al deporte y al arte los fines de semana.
-Se te nota entusiasmado. ¿Hay proyectos para continuar?
-La concesión la tengo por seis años, así que hay cosas por hacer. Por lo pronto, ya estamos pensando en el verano que viene y tenemos en mente muchas iniciativas que, si prosperan, van a  estar muy buenas.  
-Antes de abrir el parador, los que te conocían te habían descubierto como músico. ¿Cómo fue tu formación?
-Estudié piano de chiquito, por esas cosas de las madres que te obligan, pero a los dos años dejé. Más tarde hice otro par de años de trompeta con Enrique Norris. Después me vine para acá, y yo tengo esa cosa de tenacidad de estudiar solo, practicar y ponerle horas al asunto con y sin partituras, escuchando música y sacando la melodía de oído. Posterior a eso me puse en contacto con el trompetista local Gustavo Trillini, un tipo muy capacitado pero no reconocido, como suele pasar con mucha gente en la ciudad. Él me dio unas clases más y me volqué a la música.
Sergio hizo algunas presentaciones con “Delfines de Etiopía” y luego se lanzó con banda propia, “Stolen”, integrada por músicos de Junín, que ya han transitado por varios festivales de jazz y que también es muy convocada a casamientos y fiestas sociales.
-¿Cómo es ser músico de jazz en Junín?
Es una lucha, porque para vivir de músico tenés que generar todo vos. Y muchas veces, salvo en los eventos de carácter familiar o privado, sacás para el sándwich y la Coca. A porcentaje o cobrando una entrada barata, porque también está esa conducta de la gente que capaz le paga 150 pesos a una banda de Capital Federal por el solo hecho de que vienen de Buenos Aires, pero si sos de acá no quieren pagar. Es como que el que viene de Buenos Aires es superior, y por ahí tenés a un loco que se quema las pestañas acá y no se lo valora.
-¿También hacés stand-up?
-Sí, es una modalidad que ha pegado fuerte en la gente y que a muchos nos permite hacer un poco de catarsis con humor. En este momento tengo cinco monólogos en los que habló de la política local y nacional, la esquizofrenia de la tele, la familia y las cosas cotidianas de la vida. 

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