OPINIÓN

El milagro del pan y los peces

La última semana los juninenses tuvimos la fortuna de ser bendecidos por la llegada de uno de los programas estrella de la política económica del Gobierno nacional, cuando funcionarios ministeriales ungieron nuestra tierra con el milagro de los panes y los peces.
Y así fue que, el jueves pasado, cientos de ciudadanos hicieron fila frente al frigorífico rodante para conseguir pescados y pastas a precios realmente accesibles para todos. Claro que, quienes contentos volvían a sus casas con su compra habrán tenido que explicarles a sus hijos que, tal vez, dentro de un año podrán realizar una ganga semejante nuevamente.
Hace una década, el entonces presidente Néstor Kirchner, a instancias de su ministro de economía Roberto Lavagna, acertó a mi juicio en entender que, después del proceso peronista modelo 90 que colapsó en 2001, la economía argentina podía resurgir de sus cenizas en base a un programa de incentivo estatal al consumo interno, con un tipo de cambio competitivo gracias a la devaluación del ex presidente Duhalde, reactivando inmediatamente la capacidad productiva instalada ociosa existente en el país.
Sin embargo, esos aciertos junto con otras políticas sociales de emergencia impostergables como la asignación universal por hijo y la jubilación universal, debían ser paliativos para la apremiante situación del país, pero inconducentes si al mismo tiempo no se ponían en marcha políticas de estado a largo plazo que, poco a poco, sacaran a sus destinatarios de la asistencia y los ubicara en el mapa del trabajo y la economía genuinos. 
Llegada su hora, la presidente de la Nación, Cristina Fernández, dilapidó la oportunidad única que diez años de crecimiento económico sostenido pusieron frente a ella. Fue incapaz de articular programas que generaran los cambios profundos y estructurales que permitirían a la Argentina mantenerse sostenible en el tiempo al margen de los pendulares ciclos de bonanza y crisis propios de la economía.
Su falaz relato del “modelo nacional y popular de matriz productiva e integradora” se da la cabeza contra la realidad de su administración que devoró años de superávit de la balanza comercial, comprometió seriamente la viabilidad de los futuros jubilados argentinos, modificó la carta orgánica del Bcra para pagar al contado y con reservas vencimientos de deuda externa de forma innecesaria desde el punto de vista financiero y concentró como nunca los recursos fiscales de la Nación en desmedro de la Provincias, sin que nada de ello logre producir el desarrollo industrial y tecnológico que motorice la economía de manera genuina.
Si a esto se le agrega el desaforado gasto público que se sostiene, en gran parte, gracias a la febril emisión de pesos que un desvirtuado Banco Central aporta, no se puede esperar otra cosa que no sea la aceleración del ritmo de la inflación, que castiga a los argentinos desde hace tiempo y que, inocultable, desnuda el fracaso de los intentos por contenerla del Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno.
La inflación entonces, en este escenario, aparece como consecuencia ineludible en tanto la demanda no se compensa con una producción que la abastezca con oferta suficiente, sino que se ajusta a través del incremento de los precios.
Ante este panorama, el fútbol para todos, las carreras para todos, las ofertas del mercado central (absurdas por una simple cuestión de geografía) y, en este caso puntual que comentamos al comienzo, el Pescado para Todos no pueden resultarnos más que un maquillaje grotesco ante una realidad que se disocia cada vez más del relato oficialista.
Por otra parte, el solo hecho de que el Gobierno nacional despache a algún punto del país un camión cargado de alimentos para que los ciudadanos puedan, una vez al año, comprar productos a precio accesible no hace más que reconocer que, en todos los demás comercios de todas las ciudades de todas las provincias del país, los precios resultan asfixiantes para gran parte de la población.
El gobierno de Cristina Fernández debió, con los recursos que tuvo a su disposición en estos diez años, generar las condiciones económicas suficientes para que cada ciudadano argentino acceda a un trabajo que le permita ganar un salario digno sin que este sea devorado por el ritmo sincopado de la inflación. Y con el fruto de su esfuerzo pueda ir al mercado, no por caridad sino por derecho, y comprar pescado y carne y pasta y fruta para todos; no sólo una vez al año.

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