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MIRADA ECONÓMICA

¿Solidaridad efímera o verdadera conciencia social?

Quiero proponerle un juego. Suponga que mañana por la mañana mientras toma el colectivo al trabajo se sienta junto a un pasajero que no conoce y encuentra diez monedas de un peso tiradas en el asiento. ¿Le daría alguna parte del hallazgo a su compañero transitorio de viaje o, por el contrario, se quedaría con los 10 pesos sin compartir absolutamente nada? La predicción de cualquier economista que haya estudiado teoría de los juegos es que Usted será completamente egoísta y no repartirá un centavo, maximizando así su propio bienestar, pero cuando científicos experimentales como Robert Forsythe de la Universidad de Iowa efectuaron un ejercicio similar en sus laboratorios se llevaron una sorpresa puesto que el 64% de los participantes fueron generosos cuando se les ofreció la posibilidad de decidir cómo repartir una cantidad de dinero que recibieron como regalo  de parte de los investigadores.

Decisión autónoma

En teoría de los juegos se conoce a este ejercicio como el Juego del Dictador puesto que quien obtiene la dotación inicial de recursos puede decidir con total autonomía cómo dividir el botín, no teniendo su compañero circunstancial ningún poder de veto, por más injusta que resulte la repartija.
Pero antes de que sienta un regocijo espiritual por el enorme altruismo de la raza humana, que da por tierra con el paradigma egoísta del homo economicus, lo invito a pensar en la posibilidad de que el comportamiento solidario y cooperativo en el Juego del Dictador sea en realidad el resultado de un accionar estratégico y especulador.
Elizabeth Hoffman y colegas de la Universidad de Arizona repitieron el experimento del dictador, pero lo hicieron juntando personas de distinto grado de conocimiento que en algunos casos recibían el dinero por azar pero en otras ocasiones se lo ganaban en un concurso previo.
Los resultados mostraron que la solidaridad aumentaba notablemente en el caso que los participantes se conocieran entre sí, pero se reducía sistemáticamente si el dinero no se recibía inicialmente como un regalo aleatorio sino que correspondía al premio de un juego de habilidad.
Esta tendencia bien puede haber evolucionado por presentar ventajas de supervivencia a los grupos sociales con muchos individuos altruistas, toda vez que como los productos de la caza o recolección que efectuaban diariamente nuestros antepasados dependían en buena medida de factores azarosos, pues los miembros egoístas perecerían con una racha de varios días seguidos de mala suerte en la búsqueda de alimentos, mientras que los solidarios recibían la asistencia de aquellos a los que habían ayudado con anterioridad.
Los números en Argentina parecen corroborar esta hipótesis. En una encuesta que hicimos junto a Guillermo Cruces del CEDLAS, en el Área Metropolitana de Buenos Aires (Capital y GBA) le preguntamos a la gente si pensaban que la causa de la pobreza era que los pobres no habían tenido oportunidades (58% lo creía así), habían tenido mala suerte en la vida (9%) o simplemente no se habían esforzado lo suficiente (33%). Luego les preguntamos si estarían de acuerdo con pagar mayores impuestos si ese dinero fuera destinado a las familias que menos tienen.
Cuando cruzamos los datos, un 54,6% de los que pensaban que la pobreza dependía de la suerte o la falta de oportunidades apoyaban la redistribución, pero la solidaridad caía al 43,7% si el encuestado creía que la situación económica sólo dependía del esfuerzo individual.
Tal vez ello explique en parte la inmensa ola de solidaridad que presenciamos estos días a lo largo y a lo ancho del país, para auxiliar a las víctimas de la inundación que fustigó a La Plata.
Es probable que la gente perciba que el hecho de haber sido afectado por la tormenta fue una circunstancia fortuita que afectó de manera aleatoria a algunos vecinos mientras que otros tuvieron mejor suerte y esquivaron las aguas.

Altruismo y motivaciones

Es importante comprender los motivos detrás del masivo altruismo desplegado, puesto que si bien un gran número de los vecinos  que se acercaron a los centros y camiones que repartían ayuda lo hicieron a raíz de la inundación, también pidieron asistencia muchísimos platenses que aunque no fueron tan perjudicados por la rigurosidad climática, forman parte del núcleo duro de pobreza estructural que tiene el distrito; gente que no perdió todo, simplemente porque no tenía nada.
Esta realidad se hizo patente en el ejército de pobres que recuperaban de las calles los colchones, ropa, muebles y electrodomésticos que la clase media inundada ya daba por perdidos, evidenciando que lo que para unos era basura, para otros brillaba como el oro.
Si las investigaciones en teorías de los juegos están en lo correcto es plausible pensar que el notable brote de solidaridad marchite pronto y que cada uno vuelva tarde o temprano a darle la espalda al prójimo sumido en la pobreza.
Aunque también es probable que todo esto haya servido para que tomáramos contacto con una realidad que no veíamos, y para que el ejercicio de ayudar haya despertado una verdadera conciencia social que nos haga involucrarnos más allá del temporal.
Ojalá que cuando baje el agua y sequen las paredes, no se apague la llama solidaria que estos días nos llenó el espíritu y nos hizo emocionar hasta las lágrimas. Ojalá que dure por lo menos hasta que no quede un solo vecino sin comer, sin ropa para pasar el invierno y sin un colchón decente para descansar su ultrajada dignidad.


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