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LA COLUMNA INTERNACIONAL

El balance de los 13 años de gobierno de Hugo Chávez en Venezuela: pros y contras

Exactamente 60 años después de la muerte de José Stalin acontece el fallecimiento del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Algunas cosas los vinculan aunque son muchas más las que los separan. Pero, sin dudas, Chávez se hubiese sentido cómodo bajo el marco de la guerra fría que el dictador soviético protagonizó junto con los gobiernos de los Estados Unidos. 

Con ligeros retoques, Chávez retomó la retórica de aquellos años. Habló hasta el cansancio sobre el imperialismo, aunque jamás dejó de proveer petróleo al país del Norte de América.

Para una parte de la izquierda mundial, el venezolano resulta el adalid de la lucha reivindicativa frente al capitalismo. Para la otra, la socialdemócrata, sólo fue un autoritario de los tantos que engendra esta parte del globo.

Como sea, Hugo Chávez fue un líder popular. Con muchos partidarios, algunos de ellos próximos al fanatismo y con opositores que no le fueron en zaga como aquellos que en Miami salieron a festejar el deceso.

Hoy, Venezuela es una sociedad partida donde no son muchos los que de un lado o el otro resultan capaces de formular un análisis desprovisto de lo emocional. Tal vez, porque la personalidad del propio Chávez no dejó nunca mucho margen para la racionalidad. Tal vez porque jamás comprendió que es lícito pensar diferente.

El futuro de la Venezuela post chavista es una incógnita. Agravada por el “impasse” constitucional que representa el hecho de que Chávez no asumió el reciente mandato por el que fue electo.

Gobierna pues Venezuela, un vicepresidente designado, Nicolás Maduro, -allá no se elije fórmula- por un presidente que dejó de serlo y cuya asunción fue postergada por una acordada de la Corte Suprema de Justicia.

Dicho de otra manera, al momento, no existe gobierno legal en Venezuela. De cumplirse la Constitución, el poder debe recaer en el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello y éste, a su vez, debe formular un nuevo llamado a elecciones.

En su oportunidad, al parecer por insistencia de los hermanos Castro de Cuba, Chávez designó a Maduro como su candidato en caso de deber llevarse a cabo una elección sin su presencia.

La débil institucionalidad venezolana permite cualquier tipo de maniobras. Así, es posible que Maduro continúe al frente de un Ejecutivo sin título habilitante. En rigor de verdad, la última palabra no está en manos de la Corte, sino de las Fuerzas Armadas, institución con inmensa influencia sobre la vida política del país a partir de las presidencias chavistas y de cuyas filas surgió el propio Hugo.

De momento, Maduro parece ganar la partida. Pero, a diferencia de Cabello, es un civil. Mientras que su rival, es un militar. 

Para la oposición, Maduro debe dar el paso al costado. Más aún, si se tiene en cuenta su aspiración -y la de Chávez- a la candidatura presidencial. Pero, en América Latina, sobran ejemplos de la mezcla entre persona, gobierno y Estado que se imponen sobre cuanto determinan las leyes y la transparencia. 

Hasta hoy, sábado, nada pasará. Es decir, hasta el funeral del difunto presidente. A partir de allí, todo puede ocurrir.


El haber


Sin dudas, la era Chávez marca, para Venezuela, un avance social de envergadura. Más allá de cualquier consideración ideológica, la disminución de la pobreza, el avance en materia de salud y educación de las clases populares y su incorporación a la vida política del país, son logros que difícilmente consigan ser abandonados.

Antes de Chávez, casi la mitad de la población venezolana vivía bajo la línea de la pobreza. Tras quince años de chavismo, sólo una cuarta parte. Aún es mucho y no deja de ser criticable. Con una renta petrolera que se decuplicó en dicho período y con un gasto social que alcanza al 43 por ciento del presupuesto nacional, los logros debieron ser mayores. Aún así, la reducción de la pobreza a la mitad es un mérito que explica, en buena medida, el apoyo popular.

Pero, en el renglón, también debe tenerse en cuenta la multiplicación por cinco del número de docentes, los miles de médicos -cubanos- que bajan diariamente a los barrios más miserables, los subsidios a los productos de primera necesidad, la reducción a la mitad de la mortandad infantil.

Desde la crítica, la política social del chavismo dio lugar a la formación de una clientela política, donde no existe espacio para la disidencia. Para beneficiarse, hay que aplaudir.

Pero, aún así, nadie puede discutir el costado social del régimen. Es su haber.


El debe


Pero, no todo lo social muestra indicadores positivos. Desde el costado de la seguridad, Venezuela se ubica tercera en el ranking mundial de homicidios, detrás de Honduras y Guatemala.

Durante años, el régimen chavista ocultó las cifras. Recién el primero de marzo pasado -con Chávez postrado- el ministerio del Interior reveló que 16.000 personas fueron asesinadas en 2012, el 92 por ciento con armas de fuego. El total representa un porcentaje de 55,5 homicidios por cada 100.000 habitantes.

Claro que estas son cifras oficiales. Si se tienen en cuenta las que suministran las ONG como el Observatorio Venezolano sobre la Violencia, los homicidios en el 2012 ascienden a 21.692, es decir 73 por cada 100.000 habitantes, guarismo que supera al de Guatemala. Hoy por hoy, Caracas es considerada como la ciudad más violenta del planeta.

La cuestión pone en dudas, no solo en Venezuela, la habitual relación entre pobreza y violencia. Es que allí, la pobreza disminuyó pero la inseguridad creció.

En el plano económico, el resultado es casi desastroso. Sólo mitigado por el petróleo cuyos precios se decuplicaron durante el chavismo. Prueba de ello es el reciente y obligado ajuste que deparó una devaluación del bolívar -la moneda venezolana- en un 42 por ciento.

El “maná” petrolero, como el sojero en la Argentina, no fue utilizado para modernizar el país. La infraestructura permanece en un estado deplorable. Casi nada se hizo en materia de diversificación económica. Hoy Venezuela depende en un 94 por ciento de las importaciones para atender las necesidades de su población.

El gasto público imparable condujo a una inflación que se ubica en el cuarto lugar en el mundo -la Argentina, es tercera- y la deuda pública pasó de 28.000 a 130.000 millones de dólares.

Venezuela depende como nunca del petróleo. Pero aún en este rubro, el bajo nivel de reinversión determinó una caída de la producción acompañada de otra similar de la productividad. 

Hace diez años, la compañía estatal Pdvsa producía 3,1 millones diarios de barriles con una plantilla de 23.000 asalariados. Hoy, extrae sólo 2,4 millones pero el personal supera los 120.000 trabajadores. Un desastre.

Cierto es que el  Producto Bruto Interno venezolano ha crecido en los últimos años. Pero dicho crecimiento se debe, exclusivamente, al alza incesante de los precios de los hidrocarburos.

Por último, las inversiones privadas son escasas, casi nulas. Es el resultado del incesante número de estatizaciones que abarcan desde siderúrgicas hasta grandes almacenes, desde haciendas hasta arroceras. El socialismo del siglo XXI no difiere, en materia de resultados económicos, de los fracasos de sus homónimos del siglo XX.


La política


Algunos la ubicarán en el debe. Otros en el haber. Para los defensores del populismo -ahora llamado democracia plebiscitaria- lo de Chávez es el ejemplo a seguir. Para quienes se consideran republicanos y partidarios del Estado de Derecho -es decir del imperio de la ley-, lo de Chávez es el ejemplo a abominar.

Para unos es la intepretación de la voluntad del pueblo. Para otros, lisa y llanamente, autoritarismo. 

Salvo confusión, para quienes adhieren al progresismo como la mezcla ineludible de la plena vigencia de las libertades públicas e individuales, el Estado de Derecho, la libertad de expresión a rajatabla, la separación de poderes y la transparencia y la honradez en el ejercicio de la función pública, junto a la promocion de la inversión y la producción, la creación de empleo genuino y la redistribución de la riqueza por la vía del impuesto progresivo y el desarrollo de la salud y la educación pública, el régimen chavista no es el ejemplo a seguir.

Dada la vinculación entre el chavismo y el kirchnerismo, el capítulo sobre la política internacional del régimen venezolano la trataremos en la columna nacional del domingo.

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