MIRADA ECONÓMICA

Cordovaso: los problemas de inclusión

Primero se desentendió de la educación, luego de la salud, la infraestructura y cualquier forma de planificación del desarrollo.
Pero esta semana el Estado hizo la prueba de apagar por unas horas su aparato represivo y la anomia se abrió paso en hordas de hombres y mujeres que hace tiempo viven con otras reglas. Los marginales arrasaron con supermercados, casas de electrodomésticos, comercios de celulares, tiendas de deportes y prácticamente cualquier negocio que vendiera algún símbolo de pertenencia a la cultura del consumo masivo. Fueron, no obstante, muy respetuosos de toda actividad económica no asociada al paradigma de ostentación; al día de la fecha no se ha reportado ningún saqueo de libros, ni de materiales para el colegio, ni de herramientas de trabajo. No lo hicieron a cara tapada, como quien teme que su accionar sufra en todo caso algún tipo de condena social. Patentaron incluso su ruptura alzando orgullosamente los trofeos de caza en las principales redes sociales y lejos de cosechar vergüenza se llenaron de la aprobación y envidia de cientos de otros excluidos que quizás no habían tenido la suerte de participar de aquella incursión.

Sin equilibrio

Faltó evidentemente ese “grado mínimo de estabilidad o equilibrio dentro de la estructura social” que el doctor Marcelo Halperín exige como condición para garantizar justamente la cohesión social.
Y no se trata sólo de un resultado cantado del proceso de creciente polarización socioeconómica que las encuestas de hogares que miden la distribución del ingreso fracasan en captar, dado que quienes relevan los datos de campo no registran el crecimiento del 50% de la población de villas y asentamientos en los últimos diez años, porque no pisan los callejones de las favelas, del mismo modo que tampoco llevan la cuenta del otro extremo de la distribución, dado que difícilmente flanquean la entrada de los countries donde se refugian los que están cada vez mejor.
Se quebró la cohesión porque las diferencias en la distribución del ingreso son groseras y la cada vez más visible corrupción les quita legitimidad, pero se fracturó también el canal de ascenso social que mantenía la estabilidad y el respeto a las reglas de juego, porque el cumplimiento del contrato rousseano vendía por lo menos una esperanza de inclusión a futuro.
Como bien sostiene el sociólogo chileno Eugenio Tironi, “altos niveles de desigualdad, no implican necesariamente una crisis de cohesión social, si existe un proceso significante de movilidad social (o al menos la expectativa de ese proceso)”.
Si la escasez de divisas y los malabares del gobierno para controlar importaciones pusieron de manifiesto que no se había producido en nuestro país el pretendido proceso de industrialización sustitutiva, el Cordovaso de esta semana hizo evidente que el modelo también ha fallado en sus aspiraciones de inclusión. Una porción no despreciable, de ese 42% de personas que no tienen empleo o deben resignarse a un trabajo en negro de baja calidad, remuneración y derechos, se cansó de sacar siempre la tapita de “seguí participando” y si algo quedó claramente demostrado estos días es que no se puede incluir con subsidios.

Hipocresía educativa


Tampoco sirvió de mucho gastar el 6% del Producto Bruto Interno en educación. Una vez más los resultados de las pruebas internacionales PISA demostraron que reina en nuestras aulas una doble hipocresía; los profesores “hacen como que” enseñan y los alumnos “hacen como que aprenden”, pero cuando las evaluaciones rompen el estruendoso cascarón, aparecen pocas nueces.
Puede que la pantomima sea creída por quienes no tienen mucho contacto con las escuelas o por algunos que sostienen que lo que los alumnos aprenden en las aulas no es lo que miden los exámenes estandarizados (incluso cuando rara vez logren demostrar qué es entonces, eso que se construye en el aula), pero es raro que logren engañar a los propios alumnos que en el fondo comprenden perfectamente que su experiencia en el sistema es completamente irrelevante y que la escuela no les da herramientas para al menos ilusionarse con un futuro donde existan mayores oportunidades de desarrollo personal.

Gobernadores en pánico

Por estas razones el pánico se apoderó de los gobernadores, esta semana, porque comprendieron que existe un amplio sector de la sociedad que vive con otras reglas y que la última línea de resistencia que evita el estallido social, es la policía. La lección de esta semana no es, por supuesto, que la Asignación Universal por Hijo no sirva o que no haya que invertir dinero en la educación.
La enseñanza principal es que aunque el dinero es una condición necesaria; no alcanza. La inclusión social no se puede comprar con un subsidio, por más alto que sea el cheque, del mismo modo que el éxito del sistema escolar no se logra con una notebook para cada alumno.
Llegó la hora de mirar hacia dentro de las aulas, de establecer metas cuantificables y responsabilidades concretas, para recuperar la escuela como un espacio que amalgame las diferencias y construya cohesión social, dando valor (y valores) a los alumnos. Hay que convertir cada subsidio en un empleo formal de calidad, de suerte tal que el país recupere un solo conjunto de reglas de juego para todos y que el garrote y los gases de la policía dejen de ser la única y última garantía de paz social.
En mayo de 1969 un amplio conjunto de buenos estudiantes y trabajadores sindicalizados sacudieron una estructura social injusta, en el famoso Cordobazo. Cuarenta y cuatro años después, los marginales emergidos de una escuela que no enseña y una precariedad laboral que no contiene, salieron a las calles. Incluyámoslos.

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