La solidaridad enamora

Aunque duela admitirlo, porque nos encantaría creer que es una epidemia mundial, la solidaridad no la experimenta todo el mundo. 

Conmoverse con las necesidades que padecen nuestros pares es algo que si bien les sucede a muchos, tal vez no son tantos como haría falta para que el mundo fuera un lugar mejor.

Porque a veces se confunden los términos. A veces creemos que ser solidarios es limpiar el placar, deshacernos de eso que no usamos y donarlo por no encontrarle otro lugar. 

Pero no. Ser solidario es una sensación más profunda y mucho menos publicitada.

Aquel que siente la necesidad, el dolor de un hermano, el que es capaz de ponerse en sus zapatos. Aquel que va al supermercado y compra demás porque piensa destinarlo a alguien que lo necesita o bien a alguna agrupación local que se encargará de distribuirlo. Otro que ofrece su vehículo para recolectar donaciones. Los que se juntan a dibujar sonrisas para entregar el día del niño, junto con algún juguete; o para Navidad, o en día de Reyes.

Pero también es solidario aquel que da una mano a un vecino, sin condiciones. Muchas veces no hace falta enrolarse en ninguna organización. 

La solidaridad tiene muchas caras. Pero la mayoría de estas caras, tiene una familia, un trabajo y obligaciones como cualquier mortal, sólo que a su vez se hacen un ratito para idear planes y buscar la manera de que los chicos que lo necesiten tengan sus útiles escolares y zapatillas para no faltar a la escuela; que los ancianos tengan un plato caliente y una visita al médico; que no falte abrigo cuando hace frío, ni alimento en una mesa.

A veces, cuando la buena voluntad se ve abusada -lamentablemente pasa más de lo que uno quisiera- no es raro encontrarnos con personas que desconfían de algunos emprendimientos solidarios. Y es lógico. A nadie le gusta ser estafado en su buena fe, en ese acto de brindarse en cuerpo y alma, para descubrir que su granito de arena jamás llega a destino.

Pero eso tiene solución cuando uno se involucra. O bien cuando se acerca a una agrupación que se maneja con claridad, entonces la desconfianza decae y poco a poco, al ver los resultados, se vuelve fe. 

Porque la solidaridad, enamora. 

Aquellos que se quedan en el viejo mensaje de que la solidaridad es asistencialismo puro deberían intentar un día, sólo un día, hacer algo por alguien para descubrir que las necesidades de las personas son hoy y ahora.

Comprender que el Estado tiene que estar pero muchas veces no está. Y que por eso uno no puede sentarse a ver cómo la dignidad de quien necesita una mano se diluye ante nosotros, que miramos inmutables. O ni siquiera miramos.

Si intentamos ejercitar la solidaridad podemos cambiar de opinión en un solo instante. Tal vez por eso más de uno no se anime a dar el paso.

Porque la solidaridad nos invita a abrazarla todos los días, a contagiarla y esparcirla. A cultivarla como un modo de vida.


(*) Presidenta de Red Solidaria Junín.

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