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EN PRIMERA PERSONA

Agradecer por estar vivos

En primera persona, José Luis Zunino, hijo de las víctimas, relata el dramático momento.

Fue una noche de terror. Eran las nueve y cuarto. Yo estaba en el diario, terminando de preparar una nota para la edición del jueves, cuando uno de mis cuñados me llamó al celular y me avisó que habían asaltado a mis padres y les habían robado el auto. Yo quería más datos, quería saber cómo estaban ellos, si les habían hecho algo. Quería saber, con todo, si estaban vivos.
Pasé a buscar a mi hermana menor, que era un mar de lágrimas y temblaba. Verla tan vulnerable robusteció mi deber de mostrarme fuerte, aunque por dentro me quebrase la angustia.
Salimos rumbo al campo donde minutos antes tres tipos habían asaltado y torturado de manera brutal y salvaje a Carlos Zunino y Adriana Cantoni, el matrimonio que me dio la vida, que me crió en ese lugar junto a mis tres hermanos y que después de pelearla más de veinte años para llegar a fin de mes con lo justo, recién ahora se conformaba con satisfacer el placer de un viajecito de fin de semana, no mucho más que eso.
El viaje por la Ruta Nacional 7, que siempre demanda unos 15 minutos y suele tener a la música a todo volumen como protagonista, esta vez pareció durar tres horas y fue la contracara de lo habitual. Un silencio taciturno y plegarias mentales a Dios pidiéndole que al llegar, ellos, mis padres, estuvieran vivos, gobernaban el ambiente.
Al fin llegamos y recién ahí pudimos soltar con mi hermana el suspiro de alivio contenido. Parado, con la cara ensangrentada, un ojo casi hundido y el cuerpo maltrecho por la golpiza recibida, estaba mi padre apoyado a duras penas contra una camioneta policial. Sentada en una silla, en la vereda, mi madre no dejaba de llorar. “Casi nos matan, José, casi nos matan”, repetía sin consuelo. Yo, por lo general moderado y hasta apático para los sentimentalismos, en ese momento me supe dispuesto a todo.  

Un “infierno”

Mi hermana y yo trajimos a los heridos a la guardia del Hospital, y en el camino, mi padre dio detalles del infierno vivido: mientras él estaba preparando un asado, tres sujetos que andaban en camioneta le preguntaron por “el campo de Tintorelli”, una finca de rasgos similares a la que habita la familia Zunino desde hace 34 años. Mi padre les respondió que allí no era y entonces uno de los sujetos –Sergio Borras, que luego se convirtió en el único detenido que tiene el caso hasta ahora- se bajó del vehículo, avanzó y tomó por la fuerza a mi viejo, que sin embargo logró rehacerse y derribarlo. Lo tenía dominado, debajo suyo, contra el piso, cuando apareció un segundo integrante de la banda y le efectuó a mi padre dos disparos de revólver a la altura de la cintura, que pasaron a milímetros de la humanidad de la víctima. Conclusión: O era inexperto o no lo mató porque no quiso.
Adentro de la casa, en tanto, el tercer delincuente empezó golpeando a mi madre y, segundos después de que afuera sonara el arma de fuego, le advirtió: “Quedate quietita porque a tu marido ya lo tenés con un tiro en la cabeza”.
Lo que vino luego fue tortura en estado puro, todo dentro de la casa. Mis padres fueron castigados con una saña brutal: Trompadas, patadas en el piso, amenazas de electrificación y la posterior atadura de pies y manos, un calvario que se prolongó por más de una hora.

“Buscaban plata”


“Buscaban plata, por eso revolvieron todo”, recordaba mi madre ayer, ya en mi casa, al comentar por enésima vez la historia a los cientos de vecinos, amigos y familiares que se acercaron a brindarles su acompañamiento y transmitirles afecto.
La lucidez de mi viejo le permitió elaborar un par de maniobras que fueron vitales para el post asalto (no serán expuesta aquí por razones de seguridad) y para que la Policía fuera alertada rápidamente de lo sucedido y actuara como lo hizo, de manera impecable.
El auto de mis padres y otros objetos que habían sido sustraídos por los malvivientes fueron recuperados, aunque eso es secundario. Lo importante es que ellos están vivos.
Y en este sentido no puedo hacer otra cosa más que parafrasear a mi padre: “Parece mentira que les tengamos que agradecer a estos hijos de p… que podemos seguir viviendo”. 

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