TRIBUNA DEL LECTOR

Carta abierta al Libertador Don José de San Martín

Pertenezco a una generación que creyó. En un tiempo en que creer era fácil, las cosas tenían un solo nombre y la patria era algo que llevábamos muy hondo, en el medio del pecho.
Cuando honrar a la bandera y respetar a nuestros maestros era cosa natural. Cuando ser abanderado, en fecha patria, era un honor que enaltecía y llenaba de emoción. Cuando la Escuela era así: con mayúscula.
Acaso éramos inocentes, entonces, de blanco, almidonados los guardapolvos y bien lustrados los zapatos, recitando aquellos versos sonoros de los modernistas: “Rompen los desfiladeros/ el estruendo del ciclón: ¡Son ellos, los Granaderos dantescos del escuadrón de la muerte!/ Los primeros que en un fantástico vuelo/ de pegasos redomones/ empenacharon de cielo/ el casco de sus morriones...”.
Así aprendimos la grandeza. En la grandeza de hombres como vos. Y no fue necesario que alguien nos enseñara la diferencia entre la pequeñez y la grandeza. Porque era una aspiración de los argentinos, la grandeza.
Y aunque algunos de nosotros alcanzáramos a sospechar que eso es algo que no se aprende de memoria ni se impone como obligación, sino que se muestra con el ejemplo,  uno de los ejemplos más elocuentes fuiste vos.
Nos mostraste cómo debe ser un hombre siempre y en todo lugar. Nos legaste la sencillez y la humildad como atributos indiscutibles, inseparables, de quienes pretenden conducir el destino de sus semejantes.
Y lo que deseabas para tu hija, fue una herencia invalorable para todos los argentinos.
Diste todo lo que podías y aún más. El sueño de tu genio, el desprendimiento, el sacrificio que te hicieron grande y la visión, prerrogativa de los elegidos.
Pero tal vez no pensaste, aún siendo el gran estratega que fuiste no pudiste anticiparlo, lo débil que es la memoria de los hombres. Y debiste sufrir, en silencio, en soledad, la ingratitud y el olvido.  
Aunque acaso, eso no te importaba, no te importó nunca y como a los espíritus verdaderamente grandes, te bastó con cumplir tu destino.  
Hoy, los hombres se han olvidado que es imposible prescindir del espíritu.
Hoy, la patria ha perdido aquellos colores resplandecientes de la infancia.  
Se han opacado los rayos del sol que iluminó tu gesta, guía de sus primeros pasos y cada vez se hace más difícil andar en las tinieblas, a tientas y sin una brújula que indique el camino cierto. Aquel que nos lleve a armonizar el destino humano como un conjunto de valores distintos de lo puramente material.  
Tal vez sea demasiada la responsabilidad que pretenden endilgarte estos sentimientos. Vos no fuiste más que un hombre y no tenías por qué prever las desviaciones de un mundo a la deriva.
Ya sé que es pesada la carga que llevan los héroes. Demasiado pesada, como para que aún, alguien pretenda irrumpir en tu descanso eterno invocándote. Pero es que la sola mención de tu nombre nos da el sosiego que se necesita para poder entender quiénes somos.  
Porque de vos aprendimos sobre la libertad, la justicia, el sacrificio y la entrega. Y esa nostalgia es una sed que se lleva para siempre.
Somos muchos, los de mi generación, que conservamos el deseo de lo espiritual, en el fondo del corazón. Los que ansiamos una patria grande, plural y generosa que nos permita hacer aflorar lo mejor de cada uno de nosotros. Los que defendemos valores que hoy, pese a estar manchados por el autoritarismo, la arbitrariedad y la ambición desmedida, aún perduran en el inconciente colectivo, por tratarse de un mandato de nuestros mayores, imposible de desoír.  
Ese es un sentimiento que se mantiene intacto. Lo mismo que el nudo en la garganta y la lágrima pronta a resbalar, con sólo ver las listas interminables de nombres en el Panteón de los Héroes, en donde quedaron inscriptos para siempre, aquellos que dieron lo más valioso que tenían al seguirte en tu patriada.
Que, por otra parte, era lo único que tenían: su vida.  
Por todo eso, hoy quiero decirte que aquí estamos. Que seguimos creyendo. Que seguimos valorando todo lo que nos enseñaste a valorar. Que seguimos soñando.
Y que somos muchos los que comprendemos ese gesto tuyo.
Cuando demostraste que vivir no es nada más que eso. Dejar una huella, si es posible. Una marca que encuentren los que vienen atrás.
Y vos la dejaste. 

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