ENFOQUE

El campo debe esperar… ¿al 2018?

Si para el Gobierno las cosas están ocurriendo con mucha más lentitud de la que esperaban, y el país todo debe aceptar que los resultados políticos y económicos no se condigan con muchas de las urgencias de la sociedad, para el campo el escenario es mucho peor, ya que el ritmo de la naturaleza también es distinto.
Por caso, mientras asumía el nuevo gobierno, en diciembre de 2015, la campaña 2015-2016 ya estaba jugada y, a pesar de la relativa euforia inicial, poco y nada se podía capitalizar de las mejores expectativas.
Luego, las excesivas lluvias de abril y los meses transcurridos desde el inicio de la nueva administración Macri, obligaron a un "baño de realismo" que frenó bastante el ímpetu productivo inicial, especialmente, cuando los precios agrícolas comenzaron a caer, los costos de producción continuaron trepando alentados por una inflación que no parecía ceder.
Y mientras la cosecha se atrasaba en forma extraordinaria (¡recién se concluyó en agosto!), se demoraba el inicio del nuevo ciclo 2016-2017 debido a las contingencias climáticas del otoño anterior, el grado de encharcamiento que aún presentaban muchos potreros y a la ocupación que todavía mostraban otros con cultivos de verano que no se habían podido cosechar.
Junto con estos ingredientes, también el tipo de cambio campo perdió parte de las ganancias que había registrado con la devaluación y el recorte de las retenciones y la Argentina volvió a retroceder en su competitividad frente a los competidores.
Esto determinó que por ejemplo en ganadería, si bien se produjo cierta retención de vientres, no se dio el gran salto productivo que se esperaba en base al atractivo mercado internacional y hoy la oferta exportable sigue siendo escasa respecto a los volúmenes que llegó a tener en otros tiempos cuando, además de abastecer al mercado interno, se llegaron a exportar más de 750.000 toneladas, versus las apenas 220.000 actuales.
En granos pasó algo otro tanto pues, si bien la intención de aumentar el área de siembra y volver a los cereales (más trigo y maíz y menos soja), estuvo desde el vamos, luego la realidad obligó a los productores a modificar un poco los planes, entre otras cosas, por el alto costo relativo del financiamiento.
El clima y los mercados internacionales hicieron el resto, a pesar del voluntarismo oficial que quiso ver crecimientos mucho más espectaculares que los que se estaban registrando, y más aún, los que terminó habiendo.
Con ese escenario se llega a un 2017 en el que habrá elecciones y el Gobierno ya adelantó que la prioridad es la política, ganar la votación de medio término, por lo que los sectores productivos, el campo entre ellos, deberán esperar, y amañarse con sus propios fuerzas que, hasta ahora, vienen bastante menguadas.
Lamentablemente, para muchos productores que ya perdieron sus cosechas o vienen registrando caídas importantes de rindes, como ya ocurrió con parte del trigo en su zona típica, con el girasol que venía muy bien hasta los excesos de humedad actuales que dañan  la calidad del grano, o la soja que no se pudo sembrar en la época óptima por los excesos de agua (sin mencionar a los tamberos que ya no tienen retorno), el ciclo es prácticamente terminal.
Sólo si aparecieran fuentes de financiación con 2 años de gracia y tasas acordes a la actividad agrícola, esos establecimientos estarían en condiciones de continuar.
Caso contrario, seguirán endeudándose y comiéndose el capital productivo.
El resto puede tener un ciclo con recuperación relativa pero que, en ningún caso, permitirá el salto productivo de volver al crecimiento agrícola con más de 35 millones de hectáreas de siembra "reales", más allá de los ficticiamente "inflados" 38,5 millones de campañas anteriores.
Tampoco, la reposición de al menos un 10% de los tambos perdidos últimamente (unos 600 establecimientos) o de unos 2 millones de cabezas de vacunos, de las 11 a 12 que se perdieron en la última década y de las que apenas se recuperó la mitad hasta ahora.
Junto con el alto costo argentino, las muy pesadas cargas laborales y el costo del dinero, el principal factor que frena cualquier intento de crecimiento significativo, al menos por este  año; la altísima presión fiscal que difícilmente vaya a bajar en un año de elecciones como el actual y que, solo en el área agrícola, sigue implicando más de 60% de la renta de la actividad, según estima la Fundación FADA.


(*) Periodista especializada. Productora.

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