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OPINIÓN

A bajarse del pony

Registrado y asumido que si la Selección Nacional llegara al Mundial de Rusia será en medio de un ansioso y quejoso recuento de monedas, tampoco estaría mal que por una vez, aunque más no sea, se tomara nota de que constan en el inventario muchos jugadores buenos, alguno que otro muy bueno y sólo uno fuera de catálogo.
Con menos de esa certeza, igual de antipática que de indispensable, se vuelve complejo entender por qué después de quince-fechas-quince lo único a mano es el eventual repechaje y más complejo se volvería aceptar que en el Mundial de 2018 sería fantástico cualquier peldaño por encima de octavos de final.
Salvo, desde luego, que don Jorge Sampaoli dispusiera de las suficientes buenas artes, malabares, mañas y alquimias como para reconvertir a los otoñales, potenciar a los maduros, madurar a los chiquilines, reciclar al número 1 y convertir en un gran equipo lo que hoy es apenas un híbrido desangelado.
Pero eso, el esplendor de Sampaoli y los esplendores de su Selección son hoy una gigantesca conjetura a la que, a lo sumo, con buena fe, voluntad y optimismo podría darse en llamar “un borrador perfectible”.
El problema, el gran problema, es que desde hace un buen rato la Selección es un borrador perfectible que conforme redunda en lo perfectible deviene menos borrador que borroso o, peor, penoso.
Repongamos y convengamos, eso sí, puesto que la omisión sería injusta, que la eliminatoria sudamericana es la más pareja y difícil de cuantas hay. 
En este confín del planeta no hay representativos análogos a Luxemburgo, Andorra, San Marino, Malta, Liechtenstein y Gibraltar, que sin ir más lejos esta semana perdió 9-0 con Bélgica, sufrió no menos de otras veinte situaciones de gol y pasó la mitad de la cancha media docena de veces.
Esta distinción, sin embargo, tampoco ofrece el vigor suficiente para embellecer a una Selección que respetada, calificada y valorada como es, carece de esa dimensión extraordinaria que se le atribuye. 
En Sudamérica, la selección nacional está entre las mejores sin ser demasiado superior a la mayoría de sus rivales y en un hipotético Mundial constaría entre el grupo de aspirantes de la primera línea… pero sólo por portación de historia
Dolorosamente comprobado hasta el hartazgo de que el representativo nacional estuvo lejos de ser un equipo propiamente dicho en el ciclo del Patón Bauza y está asimismo lejos en el incipiente ciclo de Sampaoli, se vuelve pertinente examinar si el gran valor faltante se remite pura y exclusivamente a una dificultad de encastres. 
¿Es Chiquito Romero uno de los cinco/diez mejores arqueros del mundo? ¿Hay un defensor central que conste entre los cinco/diez mejores? ¿Y un lateral? ¿Y un mediocampista de contención? ¿Y un mediocampista apto para la procesión y la campana del tipo del chileno Arturo Vidal? ¿Y un delantero externo de gran nivel? Las seis preguntas conducen a la misma respuesta: no.
Y entre tantos “no” hay un “sí” del tipo de Lionel Messi, pero resulta que sea por perjuicio de soledad, sea por jugarretas del destino, sea por lo que fuere, tampoco sucede que se pone la albiceleste, entra a la cancha y multiplica los panes: el tipo hace lo que puede, a veces bien, a veces más o menos, y punto.
Ya es demasiado tarde para lágrimas: argentinos futboleros a las cosas.
Un baño de humildad, agarrar con las dos manos cualquier cosa que ofrezca la eliminatoria (sea una agónica clasificación directa, sea una providencial repesca), tragar saliva y ver hasta dónde Sampaoli es capaz de armar una Selección decente.

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