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HISTORIAS DE VIDA

Familias múltiples: El desafío de criar varios hijos a la vez

Muchos padres primerizos debieron aprender, de repente, el oficio de criar varios hijos a la vez. Es el caso de los quintillizos Garbini Camiña, que ya tienen 17 años. Historias de otras parejas con mellizos y trillizos.

Cada vez que la familia Garbini Camiña necesitaba trasladarse en remís pedía que le enviasen dos autos. Uno solo quedaba chico para el matrimonio y sus quintillizos. Finalmente, terminaron por comprar una camioneta con 12 asientos.
Verónica Gentil y Hugo Varela debieron ingeniárselas para darles la mamadera a sus trillizos: uno tomaba en brazos de la mamá y los otros dos en la cama, con la ayuda de papá. El privilegio de estar a upa iba rotando entre los hermanos.
A la hora del almuerzo, Verónica Bacre extendía un plástico en el piso. Se sentaba sobre él con un plato de papilla y tres cucharas. En semicírculo acomodaba a sus trillizos. Los hermanos esperaban su turno: era una cucharada para cada uno.
Los mellizos de Lorena Gómez y Martín Giampaolo nacieron inquietos. Ya a los 10 meses empezaron a caminar, luego comenzaron a trepar, y a tirarse desde la altura que lograban alcanzar. Exploraban la casa y metían mano en cualquier agujero que llamara su atención. Sus papás decidieron acondicionar el hogar de acuerdo al carácter de sus pequeños: ataron las sillas a las mesas, colocaron protectores de enchufes, de heladera, y hasta seguro para cajones y puertas.
Los padres suelen coincidir en que la llegada de un hijo implica un cambio en la rutina de la pareja, y exige una gran capacidad de adaptación a la nueva situación. Estas son cuatro historias de madres y padres primerizos que debieron aprender el rol por partida doble, triple y quíntuple.  

A falta de uno, vinieron dos

Hasta que el médico habló de mellizos a Lorena y a Martín no se les había cruzado por la cabeza esa posibilidad. En realidad, todavía trataban de adaptarse a la idea de la paternidad que les llegó de prepo. Aunque ya convivían, querían construir una casa propia y quizá después pensar en un hijo. Pero los planes se les adelantaron, y cuando el doctor dijo que había dos bebés a Lorena se les desfiguró la cara: lloraba y reía a la vez.
Martín eligió que la cesárea fuera el 3 de junio, para que el cumpleaños de sus hijos coincidiera con el de Gimnasia. Lo que más recuerda Lorena de su embarazo son las palabras “alto riesgo”, y que su panza era tan grande que la midió: alcanzó un metro dos centímetros de diámetro.
Debió, en parte, suspender sus actividades porque los médicos le hablaban de los “riesgos”. Se asustó y comenzó a informarse: se compró revistas, y buscó artículos de embarazos múltiples en Internet. Después aparecieron otras dudas: ¿los podría querer a los dos?
Uno de los primeros cambios en la casa (además de la inclusión de los elementos propios de los bebés) fue la decisión de la pareja de sacar el reloj de la habitación. A la noche, los mellis parecían turnarse para llorar, y Martín, casi por inercia, miraba el reloj y contaba las horas que le restaban de “sueño” antes de ir a trabajar.
Para medir cuánta leche les daba, Lorena decidió repartir sus tetas entre sus hijos (cada uno tenía la suya). Una vez se confundió y le dio dos veces un complemento alimenticio al mismo, contó.
Benicio y Renato ya tienen cuatro años. Les gusta jugar juntos y se siguen en las travesuras. “El otro día uno se tiró de la escalera, y lo reté. Miro para el costado y se estaba tirando el otro”, se ríe la mamá, y dice: “Yo siempre fui de hacer cinco cosas a la vez. Creo que tuve mellizos porque tengo la capacidad de hacerlo. Ahora quiero la nena, pero mi marido tiene miedo que vengan dos de nuevo”.

Vinieron de a tres

Verónica Bacre y Lucas Prado sabían que si tenían relaciones el 5 de mayo de 2008 probablemente quedaría embarazada; lo que no imaginaron es que sería de trillizos. La noticia dejó mudo al padre, y enseguida empalideció. Como mucho habían contemplado la posibilidad de dos bebés a causa del tratamiento, pero nunca tres.
Empezaron a ampliar la casa. El espacio que pensaban destinar al jardín de invierno finalmente se transformó en una habitación. Como meter tres cunas en el cuarto, junto a la cama de ellos, era imposible, se las ingeniaron agregando barrales a una cama de una plaza para que durmieran los trillizos.
La familia estaba desbordada de alegría, y en la casa se multiplicaban las visitas. Muchas madres querían ayudar con su experiencia y daban consejos a la primeriza. El problema fue que Verónica empezó a marearse: algunas ponían a los bebés boca abajo, después otras los daban vuelta porque sostenían que debían dormir boca arriba. Las “ayudantes” terminaban discutiendo porque cada una defendía una “teoría” distinta.
Antes de ser madre Verónica nunca había cambiado un pañal. Tampoco tenía mucha afinidad con los niños. Dice que cuando los agarraba se largaban a llorar. Por eso al principio le gustaba estar rodeada de gente y aceptaba gustosa los consejos, pero al poco tiempo sintió la necesidad de arreglarse sola con sus hijos (mientras su marido trabajaba), y comenzó a tomar sus propias decisiones.
A la noche, cuando lloraba uno, los padres despertaban a los otros. Mamadera para todos y así podían dormir de corrido un poco más.
Para darles la leche, cuando estaba sola con los tres, se sentaba “en chinito” (con las piernas cruzadas), acomodaba a un bebé en cada pierna y armaba un rollito con una toalla para que les sostenga la mamadera, y al tercero (que iba rotando) sostenía en brazos.
Sofía, Martina y Nicolás Prado cumplieron seis años, y se preparan para comenzar la primaria. “Cada etapa tiene sus dificultades. Ahora tengo que ver cómo voy a hacer para enseñarles a los tres. Ellos dicen que Nicolás va a hacer matemática, Sofía va a leer y Martina va a dibujar. Porque son las cosas que le gusta hacer a cada uno. Ya se repartieron las tareas. Yo les voy a tener que enseñar que cada uno tiene que resolver sus cosas”, dice la mamá.
Verónica Gentil es amiga de Verónica Bacre, y también ella se realizó un tratamiento del que vinieron trillizos. La concepción se dio en la cuarta inseminación, cuando ya se sentía algo resignada y junto a su marido, Hugo Veleda, habían iniciado los trámites de adopción.    
Cuando los trillizos eran recién nacidos, Verónica no se animaba a salir sola con los tres. Después se las ingenió, y en un cochecito doble lograba acomodarlos. “Siempre llamábamos la atención, y justo nosotros dos que somos de perfil bajo”, cuenta la mamá.
Bautista, Benjamín y Alma tienen cinco años. La pareja decidió que la clave para la convivencia sería la organización: se ocuparon de acostumbrar a los trillizos a sus horarios. Las siestas se impusieron como obligatorias para toda la familia. De esa manera llegan más descansados a la noche.  
“Toda las etapas son difíciles. Cuando ellos empezaron a caminar fue terrible. Tenía que estar siempre bien atenta, ahora puedo estar un poco más relajada porque son más grandes. Pero empiezan las peleas y eso también es difícil. Hay que marcarles los límites”, dice Verónica.
Nunca contrataron niñera, pero cada tanto reciben ayuda de la familia. Una o dos veces al año intentan salir solos. Al igual que en el caso de su amiga, los sorteos se implementan seguido entre los nenes de la familia.

Y llegaron cinco

Los quintillizos (Lara, Ezequiel, Franco, Octavio y Augusto) Garbini Camiña, tantas veces nota de otros medios, ya tienen 17 años. Adriana, su mamá, cuenta que no recuerda muchas situaciones de la infancia de sus hijos. Tal vez por el exceso de trabajo, pero ella dice que no le resultó tan pesado criar a cinco de una vez.
Además, a diferencia de lo que le pasó a Lorena Gómez, en la época de su embarazo no circulaba tanta información y no era consciente de los riesgos. Eso la ayudó a mantenerse tranquila.
Cuenta que las visitas al médico eran un problema, y que todavía le trae algunos dolores de cabeza. Muchos doctores se negaban a atender a todos los hermanos juntos, y para la mamá era imposible llevarlos de a uno.  
Nunca tuvo niñera, pero la ayudaban sus padres. Dice que tuvo suerte porque le tocaron niños tranquilos, que “ni siquiera se peleaban”. Considera que lo más difícil fue sortear las dificultades económicas: “Hubo épocas en las que la pasamos muy mal”, se lamenta.
Ahora los chicos ya están grandes, y algunos terminan el secundario este año. Cuentan que desde chicos se sintieron observados. Se quejan de que algunas veces sienten vergüenza cuando alguna maestra nueva les hace hablar “como quintillizo” frente a la clase. Dicen que es frente a la reacción de los demás que notan su particularidad. <

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