Ricardo Castillo junto a Lucas Matthysse.
Ricardo Castillo junto a Lucas Matthysse.
RECONOCIDA FIGURA DEL BOXEO LOCAL

Ricardo Castillo: “Tuve el honor de entrenar en el Luna Park”

Tiene 13 hermanos que eligieron nuestra ciudad para crecer y desarrollarse. Hoy es padre de cinco juninenses con quienes, según dijo, forjó la “Dinastía Castillo”. Destacó el boxeo nacional y recordó: “Tuve el privilegio de compartir entrenamientos con Nicolino Locche y Carlos Monzón”. Además, es peluquero y empleado en obras de construcción.

Históricamente, Junín ha sido cuna de grandes boxeadores a nivel nacional y mundial. En el siglo pasado, encontró en Luis Firpo, el “Toro de las Pampas”, una marca que caracterizó a los púgiles locales. Hoy, hay varios proyectos de deportistas juninenses que tienen ese horizonte y quieren coronarse. Un ejemplo, el más reciente que se tuvo, es el de Andrés Sosa, nacido en el barrio de Villa Belgrano y coronándose para todo el mundo.

Pero, para tener tales resultados, hay que tener una buena base formativa y, por ende, una buena escuela. Uno de los principales referentes y precursores de ello es Ricardo Castillo: exboxeador, formador y entrenador de distintos púgiles locales y de la zona. En tal sentido, fundó la “Escuela de Boxeo Recreativo Castillo”, junto a sus dos hijos Marcos y Ariel.

Allí, lo pueden encontrar ya sean los días lunes, miércoles y viernes entre las 18.30 y las 21, en un marco de una hora la clase.

Sin embargo, ese no es el único rubro de Castillo, una persona que viene de una familia con pocos recursos y, todo lo que logró, fue a base de su sudor y sacrificio, como cuando subía en el ring. Por ello, tras los entrenamientos continúa trabajando. “A las 21 me voy al sindicato de empleados de comercio a cortar el pelo para damas y caballeros”, comentó.

“Martes, jueves, sábados y domingo me vuelco a la construcción, que ha sido mi fuerte desde los 14 años. Me sigue gustando. Éramos muy pobres y soy un agradecido de tener trabajo. También el hecho de tener salud que no es menor”, complementó sobre sus distintos trabajos.

Infancia 

El caso de Castillo es singular dada su biografía. Se podría afirmar que es una persona “devenida en juninense”, ya que, hace varias décadas que vive en nuestra ciudad, lugar que eligió para echar raíces y tener a sus cinco hijos: todos juninenses.

Sobre su infancia, Castillo recordó: “Crecí en La Matanza. Después de los 14 años, por necesidad y por distintos trabajos, viví con seis familias diferentes. Mi padre, junto a mis hermanos, me llevaban a trabajar a la construcción”.

Con el tiempo llegaría el momento de trasladarse a nuestra ciudad. Fue a los 25 años. 

“Una abuela, que sabía que yo estaba en la construcción, quiso que le construyera unos azulejos sobre la mesada y, a la semana siguiente, quisieron hacer lo mismo con el baño. Eso me llevó como tres semanas y, durante ese tiempo, quedé en contacto con personas del rubro que me ofrecieron trabajo por un año”, contextualizó acerca de su arriba. 

Del llamado inicial de una abuela a asentarse en la ciudad por un objetivo: desarrollarse. Al respecto, continuó su relato: “Eso fue en 1978, cuando estaban por inaugurar la cárcel en Junín. Entré a hacer un seguimiento y los trámites en la cárcel, donde estuve por cinco años. Después continué con la construcción e hice un curso de plomero y gasista. Tenía que viajar a 9 de Julio para emitir la certificación, la matrícula”.

Un oficio fue llevando a Castillo a otro, siempre con la premisa del trabajo y disciplina. Por eso, contó que “después hice el curso de peluquería. Siempre le presté atención a todo lo que me gustaba y busqué desarrollarme. Cuando termino el curso me convocan para un salón que estaba por inaugurar en el centro”.

“Pude demostrar a muchos la forma de mi trabajo, y así, convencerlos. Me gustaba simplificar los tiempos y ser eficiente”, remató.

“Dinastía Castillo”

Proveniente de un barrio con muchas necesidades, el buscar superarse fue el “motor” que movilizó a Castillo a asentarse en Junín y, con el tiempo, formar una gran familia.

“Vengo de una familia donde somos 13 hermanos, es por eso el hecho de tener que irme de mi casa. Cuando llegué a Junín, me sentí cómodo y me arraigué”, recordó. 

Y profundizó: “Comencé a contactar a uno por uno y me los traje a todos a Junín. Lo único que trajeron era la ropa que tenían puesta y comenzaron a desarrollarse. Les dije que en un año tenían que tener un lote y, al año siguiente, la casa. Hoy están felices y viven muy bien acá”.

Tras la llegada de sus hermanos, fue el momento de darle continuidad a su desarrollo personal y, fue ahí, cuando comenzaron a llegar sus hijos, quienes son cinco: Ariel (38) y Marcos (40) en el boxeo; Heber (46); Ezequiel (44) y Eva (35). 

“Hoy es Pedro Nehuen, hijo de Heber, quien continúa con la dinastía de los Castillo”, declaró.

Sobre los cimientos de esa “dinastía”, como así definió Castillo, compartió su realidad. “No tuve estudios, soy analfabeto. Pude hacer mi casa solo y le hice un departamento a mi hijo Marco. Vivimos en comunidad y logré transmitir el valor y el respeto. Hay que ser paciente y saber escuchar”, consideró.

“Somos muy unidos y de compartir mucho. Siempre les digo que nunca crean que están solos, porque siempre estamos en comunidad, desde lo emocional hasta lo económico”, agregó. 

Otro rasgo en común por la familia Castillo es el hecho distintivo de ser juninenses. Acerca de este hecho, donde Ricardo podría ser una excepción, ya quedó descartado. “Ya me siento un juninense más, aunque no olvido de dónde vengo”, dijo.

Relación con el boxeo

Además de la importancia en la familia, otro aspecto que vincula a los Castillo es el respirar boxeo. Sobre este deporte, Ricardo, de quien partió todo, indicó que “a los 17 años, en Buenos Aires, lo empecé a practicar. Conviví con muchas familias y, la última en la que estuve, era del palo de boxeo. Los acompañaba al gimnasio y un día me invitan a guantear”. 

“Yo estaba en la construcción y me animé a subirme. Al año y medio me llamaron para pelear al Luna Park. No sé qué me vieron para meterme en la jaula de los leones. No tenía dimensión del lugar. Era flaco, chiquito y oscuro, imagínate que pesaba 53 kilos”, siguió. 

Más allá del hecho, Castillo se siente un agradecido por la experiencia ligada a este deporte como boxeador. “Tuve el gran privilegio de estar con uno de los más grandes boxeadores como Federico Thompson, un panameño que se hizo ciudadano argentino y ganó el titulo argentino sudamericano”, afirmó.

Acerca de esa época, cuando era un joven lleno de aspiraciones que se entrenaba en el Luna Park, recordó: “Por ahí aparecía Tito Lectoure, se ponía a mirarnos y hacernos guantear. Que te convoquen fue lo mejor”.

“Conocí a Mario Omar Vigliotti, de Chacabuco, fue campeón olímpico e hizo la carrera en Junín. También a Galindez, Bonavena, Monzón y Locche. Tuve el privilegio de haber estado con todos ellos”, enumeró.

Al igual que el valor que él porta, de todas esas figuras, analizó: “Por ser campeones no se creían superior a nadie, sino que se tomaban su tiempo, te daban lugar y eran muy humildes”.

Con el devenir de los años, Ricardo se fue alejando del ring y comenzó su paternidad. Con ella, empezó a cambiar de hábitos, pensando en el futuro de sus hijos. “Dejé de fumar cuando Ariel y Marcos se volcaron a la disciplina del boxeo. Ariel era más del futbol y luego se especializó mucho en el boxeo”, señaló.

Abordando la figura de Ariel, actual preparador físico reconocido en nuestra ciudad, opinó: “Yo no entiendo nada sobre fútbol, pero me decían que jugaba muy bien. Buscaba que complementara eso con cuestiones de boxeo. Lo hacía correr para atrás, por ejemplo, y hoy se usa mucho en el fútbol”.

Boxeo juninense

Posicionándose como una palabra autorizada boxística sobre nuestra ciudad y la zona, Ricardo, junto a sus hijos Marcos y Ariel, abrieron su propia escuela de formación y entrenamiento llamado “Boxeo Recreativo Castillo”.

Acerca de este emprendimiento, Ricardo contó: “Van jóvenes de 18 años hasta adultos de 70. Para cada persona hay un ejercicio o especificación. Esa camaradería es la que intentamos trasladar a nuestro gimnasio. Ese ambiente sano y amigable”.

“Soy un entrenador que vuelco lo que aprendí de toda esa gente. En el gimnasio no podés trabajar a desgano, caminar alrededor de la bolsa o pegar dos golpes y ya está. Estoy contando constantemente cuántas manos tiran los entrenados”, definió. 

A su vez, explicó cuál es la metodología que emplea y cuantificó la práctica: “Deberían estar tirando 140 manos por minuto. Yo sé por dónde alimentarlos de conocimiento, hablando de qué es lo mejor para cada caso. La idea es poder agudizar los reflejos, los fondos, la resistencia o la velocidad”.

Respecto a la metodología y pedagogía que se emplea en la escuela de boxeo indicó que “la gente quiere que uno los acompañe y les brinde sus herramientas para hacerlos mejores. Tanto el tiempo de ellos como el nuestro vale mucho y lo que queremos es acompañarlos de la mejor manera”. 

En tal sentido, abordó el último suceso destacado de nuestra ciudad en materia de boxeo, como supo ser la coronación de Andrés Sosa como campeón del mundo y dijo: “Entrenaba con nosotros. Tenía la pasta de campeón desde pibe. Lo agarraba yo para hacer determinados ejercicios. Le decía a la madre que le hacíamos ejercitar con cosas de antes”.

“Ahora tenemos a un pibe que es el más chico de los Farías, debe tener 20 años. Ha peleado en la Federación Argentina de Boxeo. Lo vi varias veces y le dije que iba a ser el próximo campeón. Muy buena conducta y tiene actitud”, proyectó sobre otro potencial juninense.

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