OPIINIONES

Se avanzó volviendo a ser el diálogo y el consenso las herramientas de la democracia

Es difícil asegurar objetividad cuando se pretende hacer el  balance de un año con un nuevo gobierno. Por más que uno desee separar lo racional de lo emocional, lo personal del Interés general, lo deseable de lo posible, lo necesario de lo impostergable, se entra en un terreno en donde ser certero es un desafío. Pero tampoco se puede analizar un año sin ponerlo dentro del contexto histórico previo a su comienzo, porque sería  injusto y discrecional hacerlo. Hay periodos históricos en los que la coyuntura internacional empuja hacia delante y otros en los que parece que una aspiradora gigante nos tira para atrás.
La Argentina ha pasado de la convertibilidad de los 90 (mentirosa equiparación de un peso con un dólar, sustentada en la toma de deuda externa) en donde era imposible competir con los productos importados y las góndolas se poblaban de alimentos comunes (manteca, queso yogures, galletitas) o exóticos de países lejanos y diversos, cuando nuestro país reunía todas las condiciones para alimentar-bien- a 400 millones de personas, al precipicio del default – año 2001-en donde era imposible obtener un crédito e importar insumos indispensables para el funcionamiento de la producción y las necesidades  nacionales. Esta caída al fondo del pozo alentó el resurgimiento de una industria nacional – la que había sobrevivido al nocaut – que, tímidamente, a partir de 2002 comenzó a producir aprovechando su capacidad ociosa de tantos años de maltrato. A pesar de todo lo que atentó en contra de la producción nacional, la producción agropecuaria – sobre todo la agricultura- recibió avances tecnológicos que potenciaron la productividad con eficiencia y eficacia, multiplicando sus saldos exportables, en una década en donde los países del Asia – China e India a la cabeza- comenzaron a demandar commodities de los que nosotros producimos, con lo que los precios de los mismos aumentaron considerablemente, provocando una cada vez más jugosa entrada de divisas. La crisis de los 90 había provocado el cierre de muchas empresas y, por ende, una caída enorme del empleo, por lo que quienes conservaban o conseguían un puesto de trabajo a comienzo de los 2000, desarrollaron  una conciencia de preservar lo que corrían el riesgo de perder (mucho no duró, lamentablemente). La crisis también acotó por falta de recursos el déficit fiscal, por lo que, con la creciente entrada de divisas por la venta de granos al exterior, se produjo un saldo positivo para el país. Este saldo positivo se mantuvo hasta el 2007, cuando se empezó a malgastar el excedente en una sobredimensionada burocracia estatal, sobreprecios alarmantes en una obra pública – muchas veces no realizada-, festejos fastuosos y actos multitudinarios, pagos, subsidios enormes para energía, transporte, y otros servicios públicos (todos ineficientes)  con beneficio mayor para quienes menos lo necesitaban (aunque el relato dijera que era para los pobres). Esto redundó en falta de inversiones en producción energética (petróleo, gas, mantenimiento de las represas), Infraestructura (rutas, trenes, obras hidráulicas ). Las tarifas se congelaron al valor del 2001 y aumentó – alentado por créditos- el consumo de electrodomésticos, automóviles y celulares, lo que hubiera sido positivo de haber sido productos fabricados con insumos y tecnología nacionales. Solo la Industria automotriz implicaba un déficit de U$ 8.000 millones por año, más de 4.000 la de celulares y televisores y la importación de insumos energéticos U$ 15.000 millones/año. Una forma “particular” de “sustitución de importaciones “. Las estadísticas oficiales fueron “truchadas” desde el 2007 y el dólar tuvo- al menos-  tres tipos de cotización: desde 2008 a 2013 el U$ oficial subió el 200%, el “contado con liqui” el 326% y el “blue” el 402 %. El dólar “turístico” (el oficial más un porcentaje) y las 18 cuotas hicieron que fuera más fácil ir a Miami de compras que visitar Calafate. La fuga de capitales fue enorme por la desconfianza y las reservas del Bco. Central se diluyeron.
Las Cámaras Legislativas eran una escribanía con el debate como un gran ausente y la Justicia se  subordinó –en buena parte- a  los caprichos del gobierno.
En estas condiciones tomó el país el actual gobierno que, en principio, sinceró alguna de las variables económicas (fin del cepo, pago a los holdouts) y lo intentó con otras (tarifas) que no logró por torpeza política. Estas medidas, más la mejora en las relaciones con Estados Unidos y Europa abrieron el camino para el crédito externo y la inserción de Argentina en el mundo, aunque esto no alcanzó para la reactivación económica que se esperaba.
La sociedad argentina ha ido perdiendo valores en las últimas décadas y nos resulta difícil y antipático hacernos cargo como ciudadanos de reconocer la realidad y asumir el sinceramiento económico. Pretendemos calidad de vida del primer mundo (pocos la tienen) y tarifas del subdesarrollo.
Poco ha podido hacer el actual Gobierno para bajar el déficit fiscal y el “costo argentino”, alimentado por años de una enorme carga impositiva, inflación galopante y falta de escrúpulos de los formadores de precios. Los fletes son carísimos por las largas distancias y la disfunción ferroviaria.
Institucionalmente se avanzó- para bien -volviendo a ser el diálogo y el consenso las herramientas de la democracia.
Algunas cosas se están haciendo bien y otras no tan bien, o no se hacen.
Hay actitudes ingenuas, torpes y, algunas, negligentes. Se tira demasiado de la cuerda en algunos conflictos, pero, en general, se acuerda. Se ponen en marcha obras públicas imprescindibles que, espero, se terminen.
Falta, algo muy importante en este muy difícil camino: Un Proyecto Nacional más contundente, que fije aquellas prioridades que nos hagan más Nación.
Todavía tengo expectativas.

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